Después de una de las semanas más confusas que puedo recordar, he intentado escribir “algo” que me permita expresar qué nos pasó el domingo dos de junio. Les propongo tres historias:
En la primera tenemos a José, un hombre muy poderoso, quién conoce a Raúl. Entre ellos hay una gran antipatía. Raúl sabe que José tiene un libro muy valioso, único: “La Democracia en México” y desea poseer el libro de José a como dé lugar. Su futuro depende del libro.
Raúl lleva varios años tratando de convencer a José que le preste su libro, lo necesita desesperadamente. José se niega una y otra vez, desconfía profundamente de Raúl; es agrio, rencoroso, egoísta y sobre todo mentiroso. José recela del uso que Raúl podría darle a su libro. Raúl insiste y, astuto como es, envía a amigos cercanos de José para convencerlo de que le preste su libro.
Al final, José cede e impone condiciones muy estrictas del uso que Raúl le dará al libro: el tiempo que podrá tenerlo y dónde y cuándo deberá devolverlo. Raúl jura ante muchísimos testigos que cumplirá lo pactado y finalmente se hace con el libro.
Con el paso del tiempo José descubre que Raúl lo ha engañado, y que está usando el libro para fines muy diferentes a los que le prometió, causando graves daños de todo tipo. José, furioso, le exige a Raúl que le devuelva su libro, pero él se rehúsa a devolverlo y entre más excusas pone para regresarlo, más grande es el daño que causa.
José cansado de tantas mentiras, decide denunciar a Raúl ante las autoridades para exigir la devolución de su libro. José descubre, con amargura, que su denuncia no procede: “Usted le prestó a Raúl el libro ante testigos y quedarse con su libro no está calificado como delito”. Es un hecho lamentable, falto de ética y no es honorable. Nada más. José perdió su libro y nadie sabe si algún día lo recuperará.
La segunda historia es similar a la anterior; los mismos personajes y el mismo libro. Pero en esta ocasión, imaginemos que José es más firme y se niega rotundamente a prestarle su libro a Raúl, éste enfurece y si para apropiarse del libro necesita comprar las voluntades de cuantas personas haga falta, lo hará. Inclusive, si en necesario, amenazará a los amigos de José para que lo convenzan de “entregar voluntariamente” su libro. Dirá a todo el que pueda, hasta el cansancio, que el libro siempre ha sido suyo y que le pertenece por derecho.
Si todo lo anterior no funciona, sobornará a los que cuidan la casa de José y tomará el libro sin pedir permiso. En caso extremo corromperá a jueces y magistrados para que declaren que el libro siempre fue suyo. José, desesperado, acude a las plazas públicas para denunciar que Raúl le ha robado su libro en medio de un escándalo espectacular.
En la tercera historia todos descubrimos cosas terribles: El libro nunca fue de José; nos mintió durante años diciendo que él era el único e indiscutible dueño del libro. Raúl, quién le robó el libro a José, tampoco tiene ningún derecho a poseer el libro. Nunca fue de ninguno de los dos. “La Democracia en México” siempre fue de todos los mexicanos y nos lo robaron en nuestras narices.
El debate político en México está centrado en tres premisas: ¿Tuvimos una fiesta de la democracia?, ¿Una elección de Estado? o ¿Un fraude monumental? Del libro y sus verdaderos dueños nadie dice una palabra.
El 2 de junio votamos el 61% de los electores y Claudia ganó con el 60% de los votos, o sea, ella “sólo” representa al 36% del padrón electoral. ¿Qué pasa con el 64% restante?
Parecería que primero habría que localizar el libro, después someterlo a una profunda revisión, cambiar lo que haga falta y después regresarlo a sus verdaderos dueños. Moraleja: ¡Nunca prestes tu libro!