Sobre la marcha
A las mujeres de la Ciudad de México alguien, con poder, les quitó la bandera nacional del Zócalo. Para ellas, el poste pelón.
Lo mismo pasó con los autoproclamados defensores de la democracia que, llevando como orador único a Lorenzo, el innombrable ex jefe del INE, fueron tachados de opositores -pecado capital en la prédica cuatroteísta y tómenla, impriman su foto multitudinaria, pero sin bandera.
Como que de repente el lábaro patrio se hizo moneda de cambio, símbolo que alguien, en Palacio Nacional, decidió dosificar según filias y fobias. Algo rancio que contradice el mantra aquel de “no somos iguales”.
La tricolor para los amigos, la nada para los adversarios. Todo con respeto, pero más, con la constatación sin margen de duda, de que el poder obnubila hasta a los más progres.
El gobierno de México, sea del partido político que venga, tropieza otra vez con los feminicidios, con la negación de un Estado patriarcal y una peyorativa narrativa que tacha de manipuladas a aquellas que miran, hacia la vivienda del poderoso, y osan reclamar con el vigor y la indignación de las mujeres muertas, las violadas y las desaparecidas.
En Zacatecas, un video nos dejó sin otra opción que no sea la de condenar la brutalidad de autoridades policiacas -con mando militar- que agredieron sin noción de nada, de proporcionalidad de visión de género, nada. Y desde aquel gobierno morenista, el silencio cómplice de los que abusan.
Y en más de la épica que todo arregla a golpes de honestidad y buena voluntad, Ayotzinapa vuelve a derrumbar la promesa del sexenio, encontrar a los jóvenes, hallar la verdad, hacer justicia. Ni una, ni las otras. Todo un enredo, la política como ariete encarcelando adversarios y liberando sicarios.
En Ayotzinapa otra vez hay luto. Indignación. Rabia social. En Guerrero, sea porque mandan los malos o los peores, las instituciones que cuidan
al pueblo destilan el hedor que produce la connivencia entre policías, capos y el poder político.
Al estudiante de la Escuela Normal Rural, Raúl Isidro Burgos, Yanqui Rothan Gómez Peralta, policías de Guerrero le metieron un balazo en la cabeza.
Que si iban en un auto con reporte de robo, que si la fuga, las chelas, las muchachas. Su madre recorre medios y clama castigo para los gorilas que después de ir a intimidar a los chavos, alteraron todo, la escena, la narrativa, en fin. Igual a los de antes.
Y mientras tanto, Vidulfo Rosales, el abogado, cada vez menos representante de los padres de los 43 desaparecidos en Iguala, ecualiza sus palabras a la temperatura político-electoral.
De la fe en AMLO al reclamo. Del colaboracionismo con Alejandro Encinas, al desmarque de ese personaje caído de la gracias presidencial, pero acogido al fuero legislativo del futuro inmediato.
Vidulfo se mantiene en la constante de tantos, hasta de los de Palacio, lucrar a cargo del luto ajeno y de la esperanza de las víctimas.
Periodista, director de Emisoras Habladas en Radiópolis.