Incapaz de reconocer la pifia de su estrategia para convertir a “Fosforito” en la esperanza clasemediera adversa a Morena, (como Clara Brugada quien dice haber nacido en la alcaldía Benito Juárez, si vale la digresión), el presidente de la República disfraza los hechos y ahora presenta a su entenado naranja como la potencial víctima, de un golpe de Estado. Eso nunca ocurrió. Y ya quedó probado.
Nadie le quiso quitar al “Fosforito” el gobierno de Nuevo León. Sólo él despareció el gobierno al cual retornó como una oscura golondrina. El único promotor de su salida de la oficina ejecutiva estatal fue él. Por eso pidió una licencia y por eso a ella renunció. Y Orozco decidió hacer lo mismo.
El Congreso solamente procesó una solicitud de licencia hasta por seis meses, presentada por el interesado a quien la silla le dejó de interesar. Y eso mismo sucedió con el interino fugaz, excepto por lo de los seis meses. Samuel se dejó seducir por el canto de las sirenas del Grijalva y terminó haciendo el papelón de la mano de Dante Delgado quien ahora es el hazmerreír de medio mundo. Lástima.
La segunda licencia (la llamaremos licencia interina) no resuelve el problema. El gobernador fosforescente regresa a su puesto; pero ahora lo hará, por si falta hiciera, como el Conde de Montecristo: sediento de venganza. Y los diputados, a quienes llamó vendidos, chantajistas, ladrones y demás lindezas, dispuestos a dar la batalla durante los próximos cuatro años. Políticamente una guerra civil.
Si fuera del plazo de vigencia de su permiso para ausentarse sin perder la condición de gobernador con licencia, pero gobernador, al fin y al cabo, le vinieron los repentinos arrepentimientos y vio subir la lumbre a los aparejos –porque no pudo instalar a un incondicional en la silla de interinato, con peligro hasta de los tenis de Marianita– eso nunca se asemejó a un golpe de Estado. Su retorno es una evidencia. Y la civilidad del efímero interino, lo prueba.
Nuevo León no es EL ESTADO. Por eso vale la pena reflexionar sobre el contenido de la mañanera, ahora desfasado, pero registrado. Esa ligereza para calificar un enredo de vecindario –a fin de cuentas–, recuerda irremediablemente a López Gatell y su acusación de golpismo contra quienes exigían medicinas para sus hijos con cáncer. Es otro distintivo de la IV-T, confundir (dice García Márquez) “el culo con las témporas”.
“…Son capaces (los conservadores) hasta de dar un golpe de Estado porque eso sería una destitución de alguien que fue electo democráticamente (nadie había hablado de destitución). Está interesante ¿no? Hasta dónde quieren llegar”.
La verdad nadie lo quiso derrocar. Él pidió una licencia y le fue concedida por el mismo poder cuya atribución (respaldada por la Corte), es nombrar a un interino, no a un perpetuo ni mucho menos sustituto o un permanente “encargado del despacho”, como era su pretensión. Orozco lo entendió.
Si alguien le dio un golpe a “Fosforito”, fue Samuel García.
Pero el análisis del señor presidente aumenta la hilaridad de todo este astracán:
“…Se unieron todos, desde luego cómo iba a faltar la Super Corte. Me llamó la atención, iban a decidir el viernes y empiezan amparos y contra amparos, pero a las 11 de la noche, los vecinos tenían las luces prendidas como si fuese de día, esperando y de guardia Laynez, el ministro… eso nunca, tampoco lo habíamos visto. Y ya resuelve la Corte que era ilegal lo de Samuel y que estaba bien lo del Congreso de Nuevo León, inmediatamente la resolución y yo creo que esto fue lo que llevó a Samuel decir: no, mejor regresamos…”
Pero la verdad es otra: el miedo montado en el burro. Y eso tuvo Samuel. Y Luis Enrique Orozco hizo lo mismo: pidió licencia en favor de la pacificación y la gobernabilidad de Nuevo León.
Rafael Cardona