“¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?
San Lucas (6/39)
Durante algo más de cinco años, Andrés Manuel López Obrador ha ejercido su presidencia con mucha fortuna, recibió de los gobiernos anteriores unas finanzas públicas muy sanas que le han permitido generar un gasto social sin precedentes y conformar una base electoral, cautiva de becas y prebendas, que permite a la cuarta transformación gobernar la mayoría de los estados del país. Tiene al Poder Legislativo a sus pies, incapaz de cambiar “ni una coma” a las órdenes giradas desde Palacio.
Las crisis más serias del Gobierno de AMLO las ha generado él mismo y si bien lo han erosionado, no ha sufrido un daño significativo. Paso a paso, desde el altar de La Mañanera hemos sido testigos de la transformación del Presidente donde la negación total de la realidad y el culto a su personalidad rayan en un fanatismo peligroso.
Un fanático es un ciego que cree ser un visionario y que arrastra a otros en su locura.
Pero llegó el Otis categoría 5, el Centro Nacional de Huracanes de EU lo avisó con 21 horas de anticipación y describió con precisión las consecuencias que tendría un huracán de estas características. Los daños serían similares, pero un aviso oportuno a los habitantes de Acapulco hubiera significado una cifra significativamente menor de fallecidos, muchos más de los que AMLO quiere ver. Los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego.
Desde la mañana del jueves 26 reina el caos total en Palacio, las primeras declaraciones del Presidente presagiaban lo peor: “No tenemos ninguna información”. Se entiende que las comunicaciones tradicionales no estuvieran operativas, pero en un país como México ya hay formas “no convencionales de información” que hacen imposible de creer el discurso de López Obrador. Sólo hay algo peor que la ceguera, y es querer ver algo que no es.
Las grandes crisis revelan a los verdaderos líderes y desenmascaran a los soberbios. En un protagonismo absurdo AMLO decide ir a Acapulco por tierra. La tragedia le venía “como anillo al dedo”. El Ejecutivo federal -y todo su equipo- hicieron el peor de los ridículos, lo más lejos que llegó el Presidente fue a quedarse atascado en un Jeep en medio de un lodazal. Nunca llegó a Acapulco y sólo consiguió perder un día que era vital para los guerrerenses. Se mostró la ceguera de su Gobierno para lo evidente, y lo ciego que está ante su ceguera. Él cree que la gente lo necesita a él. No Presidente, salga de su autoengaño, la gente necesita urgentemente ayuda, certeza y rumbo.
El gabinete de AMLO y los gobiernos morenistas están integrados por seres fanatizados que viven por y para la aprobación del Presidente, su ceguera es tal que los seres humanos que van encontrado en su camino son sólo peones a los que se puede utilizar y sacrificar en pos de un supuesto ideal superior. En el caso de Acapulco este ideal era presentarnos al héroe ante el desastre. Todo salió mal. Como cita Saramago: “Una de las formas secundarias de la ceguera de espíritu es precisamente la estupidez”.
Si alguna institución ha probado en las peores tragedias vividas en México ser especialmente efectiva es la Cruz Roja, pues no, en Acapulco el control de entrega de ayuda, atención médica y reparación de la infraestructura afectada será coordinada y operada sólo por la Secretaría de la Defensa, cuyo comandante supremo es López Obrador. Un ciego dirigiendo ciegos. ¿Quién lo sacará del pozo de su soberbia?
Mientras todo esto sucedía, AMLO se refugió en Huehuetoca para anunciar, según él, la farmacia más grande del mundo, ahora sí, acapulqueños incluidos. ¡Bienvenidos a Dinamarca¡ Para Guerrero ni una sola palabra. Ciego, sordo y mudo.