Alfonso Zárate, en los usos del poder, expresó que han transcurrido 55 años desde aquella tarde fatídica en que la Plaza de las Tres Culturas devino La Plaza de las Sepulturas. Una tarde en la que una camarilla enferma, encabezada por el presidente Gustavo Díaz Ordaz, decidió suprimir de tajo un movimiento que, con sus marchas, pancartas, carteles y pintas, cuestionaba la violencia estructural del régimen. En aquellos días coexistían, con el “milagro mexicano”, una economía pujante, la educación pública como garantía del ascenso social y la creación de instituciones, las unanimidades forzadas, el charrismo sindical, los diputados abyectos. El 2 de octubre la violencia indiscriminada contra estudiantes, obreros, empleados, mujeres y niños ahogó en sangre al movimiento.