Si alguien dudaba de los poderes mágicos del autóctono bastón de mando, Ricardo Monreal (en abierta confirmación de las apreciaciones de esta columna en relación con García Harfuch), acaba de decirnos dos cosas: el miedo reverencial hacia Andrés Manuel y la distancia insalvable con quien hoy toma todas las decisiones en Morena: Claudia Sheinbaum quien se enfila como una futura “Dama de hierro”.
Si la firmeza de Claudia se expresa en decisiones cuyo acuerdo se hizo con el gran líder o no, es asunto menor. O de menor importancia. Lo notable, además de su veloz inicio en el ejercicio del máximo poder, es cómo nadie en esa cofradía se atreve a criticar ni con el pétalo de una sílaba al presidente. Ni en presente ni en pasado.
Tanta prudencia, tan insuficiente tono de reclamación, tanta cautela sólo pueden explicarse por una razón: el presidente guarda en los expedientes de cada uno de sus leales (o desleales, pero sumisos), tantos secretos como para confinarlos en la ergástula por los siglos de los siglos. No es posible creer en el amor o la amistad: los contiene el miedo.
Ni Marcelo Ebrard –tibio en su disidencia, siempre limitada en cuanto a las “incidencias” de un proceso cuyo resultado siempre se supo dirigido (y por quién)–, ni Ricardo Monreal, ahora en abierta y dócil retirada, han sido capaces de señalar paternidad alguna en la rabiosa contienda por la imparcialidad dentro del partido. No hablan de paternidad, se quedan en la maternidad. Y eso, de ladito, en voz baja.
“…No debemos permitir que esas prácticas, que son un virus estén en el torrente sanguíneo de Morena –dijo Marcelo Ebrard sobre el proceso de las encuestas y sus resultados–, porque va a ser un efecto muy devastador. Pienso que esa es mi obligación con quienes votaron con mis convicciones. Le tengo un inmenso cariño al presidente López Obrador, he sido su más leal colaborador, jamás le haría yo un daño por razones políticas, pero esto sí lo tengo que decir, porque Morena costó mucho trabajo organizarlo y hacerlo…”
Un “inmenso cariño”. La inconformidad política, se estrella contra el muro afectivo. “…jamás le haría yo un daño por razones políticas.” Y de las otras tampoco, debió haber agregado. Pero una declaración de amor, lo es con matices o sin matices.
Eso recuerda la más costosa declaración de Ricardo Monreal en los albores de esta contienda ya resuelta aun cuando Ebrard la quiera llevar al campo litigioso:
“…Prefiero no ser nada antes que traicionar al presidente”, dijo dos años después de ver cerradas las puertas del Palacio Nacional y retirado su lugar de la mesa del señor. Lo expresó cuando se acababa de dar, debido a la magnificencia presidencial, un “reencuentro afortunado”.
En aquella ocasión Monreal dijo algo ahora desmentido en los hechos:
“No tengo diferencias con Claudia [Sheinbaum], me parece que ha sido una buena gobernadora, una mujer intachable; no tengo diferencias con Marcelo Ebrard, ha sido el funcionario más eficaz que ha tenido el Gobierno Federal y el de mayor confianza del presidente de la República en materia de política exterior; y no tengo diferencias con Adán Augusto, que para mí es como una especie de revelación”.
Paparruchas. La designación de Omar García Harfuch lo deja una vez más a la vera del camino y anuncia su futuro destino: dar clases de Derecho en la Universidad y ponerle pausa a su trayectoria en el servicio público.
Tan grande derrota se expresa (lo dijo con JLD ayer), en la soledad simbólica: ni la secretaria se quedó conmigo.
Pero nadie pronunciará, a diferencia de Nikita en el Congreso XX del PCUS; el “discurso secreto”. Al menos no ahora, ni en el próximo sexenio.
Después, ya nada importará.
Rafael Cardona