Sobre la marcha
Sobre la matanza de 43 estudiantes de la escuela Normal Rural de Ayotzinapa, Guerrero, a manos de criminales miembros de cárteles o de instituciones del Estado, jamás sabremos la verdad. El 26 de septiembre de 2014 será como el 2 de octubre de 1968.
Se publicarán libros, veremos decenas de reportajes, se harán investigaciones independientes y otras oficiosas. Alrededor del dolor del pueblo huérfano de hijos se continuará construyendo propaganda sexenal y sobre la piedra de los sacrificios justicieros, conoceremos persecuciones, exilios y encarcelamientos tan ruines como las liberaciones de asesinos y cómplices que acceden a la impunidad patrocinados por el pragmatismo político de los de antes, de los de ahora y de los de mañana.
En el noveno aniversario de la masacre de los 43 de Ayotzinapa, el gobierno, a través de Alejandro Encinas, reveló que la construcción de la llamada verdad histórica se gestó en un par de reuniones en Los Pinos, antigua residencia oficial, en las que participaron la cúspide del poder político, federal, estatal y militar.
Que, según los dichos de Tomás Zerón redactados desde su exilio en Israel, esa burbuja articuló la narrativa sobre los hechos, no conocidos con la plenitud necesaria por nadie, salvo los matarifes que actuaron en escenarios concurrentes aquella madrugada. Que, en el Olimpo del poder, se construyó la primera verdad oficial.
El periodismo, ahora a través de John Gibler, desveló que, en 2022, en un desayuno en Palacio Nacional, la nueva residencia oficial, la actual cúpula del poder político, judicial y militar, desmontó 16 órdenes de aprehensión en contra de miembros del Ejército y en 24 horas montó el caso que tiene tras las rejas al ex procurador general de la República, Jesús Murillo Karam. En el Olimpo del poder, se armó la segunda verdad oficial. Una que deja en paz y a salvo a la institución consentida del sexenio, la del pueblo uniformado.
Una verdad alterada es lo que queda. Dos sexenios deudores son telón de fondo sobre el cual, el sistema político escenifica, una vez más,
simulacros policiacos a cargo de los asesinados y a costa del dolor de sus familias.
Así, la rabia social encuentra otro caldero en donde seguir su lenta cocción. A través de décadas y episodios que alcanzan solo a ganarse efemérides, marchas y pases de lista, usureros de tragedias ajenas, abogados, representantes, delatores, testigos protegidos y funcionarios acotados, archivan, incumplidas, crueles promesas.
La verdad sobre lo ocurrido en Iguala hace nueve años, la verdad sobre lo sucedido en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco en el olímpico 1968, no verán luz. Nos quedamos con lo verosímil, con la intriga y la resignación.
Esta es la realpolitik, la de resultados modestos frente a compromisos exagerados. Lo demás es mercadotecnia electoral.
Periodista, director de Emisoras Habladas en Radiópolis. Acá, todo es personal.