El alud de críticas parciales en torno de los libros de texto escolar y los complementarios manuales educativos no llega todavía, ni llegará por lo visto, al debate nacional ni mucho menos al análisis colectivo de los libros “para todos” (como decía Torres Bodet) porque una característica del “humanismo mexicano” es la intransigencia.
Si Sócrates, el educador sacrificado, decía, solo se cuánto ignoro, la jactancia abusiva de la Cuarta Transformación se expresa en un simple lema axiológico y moral: “me canso ganso” (dijo un zancudo cuando volar no pudo; decía Tin-Tan). Por eso rehúye todo análisis, todo debate, cualquier exposición. Todo en la clandestinidad de la célula partidaria, de la catacumba “revolucionaria”, en manos de leales; no de profesionales.
Alexander Solzhenitsyn, cuenta en “Por el bien de la causa”, uno de sus libros menos conocidos, cómo la burocracia soviética pone primero a los estudiantes de una escuela de electrónica a construir una escuela, para después despojarlos de ella, “por el bien de la causa”, camarada. Los estudios y los estudiantes relegados por el capricho de la “causa” representada por los comisarios en pugna.
Aquí no se desaloja de una escuela a los estudiantes; se les condena al aprendizaje de consignas mal asimiladas y peor divulgadas, en detrimento del futuro, por las cuales el señor Marx Arriaga, (i) responsable de todo este conflicto, ofrece dar la vida.
“El tema del libro de texto –dice en su engallado mensaje de Twitter–, ocupó ayer 11 primeras planas, amenazaron con 9 años de prisión.
“Por la NEM (Nueva Escuela Mexicana), por los libros, por la reivindicación del maestro, no doy 9 años; doy la vida. Vengan por ella, pero eso sí, no me van a encontrar arrodillado… ¡Me encontrarán trabajando!”
Pues por mí, el señor Arriaga puede quedarse con su vida. Vivirla como pueda, disfrutarla mientras llega la dictadura del proletariado y aún más si fuera posible hasta el término natural de sus días, pero sería conveniente un poco de seriedad por parte de este “intelectual” (con poco intelecto, es cierto), cuyos frutos permiten conocerlo.
No se trata de su vida o sus rodillas en el suelo; no, tampoco resulta muy inteligente salir a la banqueta al grito de “Va mi escuela en prenda, voy por ella”. Si no fuera por los pudores naturales de su educación pre 4-T le diría, ¡no mame Don Marx!
Para desplantes histriónicos de ese tipo, vaya al circo Ataibo. No sea sangrón ni pedante. Bien sabe lo inverosímil su arrogancia.
¿Quién querría ir a por la vida de este caballero? No vale mucho, ni es mercancía de cambio. Y si alguien la tomara, ¿tendría alguna utilidad?
En estas condiciones vale la pena – como se debería hacer en casi todo asunto– regresar al origen de las cosas. Para ello, ante la señalada incompetencia del equipo formado en la Secretaría de Educación Pública, por “La revolución de las conciencias” –de arriba a abajo– en estos dorados tiempos, resulta significativo recordar el equipo de expertos convocado por Jaime Torres Bodet cuando se comenzó con la gratuidad de los materiales educativos.
Lo tomo del capítulo XVI de “La tierra prometida”:
“…Martín Luis realizó prodigios, sin premura, pausas, fatigas, desalientos o inútiles arrogancias. Escogimos, de común acuerdo, a los miembros de la comisión que iba a presidir: Arturo Arnáiz y Freg, Agustín Arroyo Ch., Alberto Barajas, José Gorostiza, Gregorio López y Fuentes y Agustín Yáñez; un historiador valioso, un político experto, un matemático de sabiduría reconocida, un gran poeta y dos novelistas muy afamados.
“Por lo que atañe a los asesores técnicos, Martín Luis me pidió que fuese yo quien los propusiera. No conocía él a los pedagogos capaces de contribuir al éxito de la obra. Creo que fue venturosa la selección. Incluía a las maestras Soledad Anaya Solórzano, Rita López de Llergo, Luz Vera, Dionisia Zamora y a los maestros René Avilés, Federico Berrueto Ramón, Arquímedes Caballero, Celerino Cano, Isidro Castillo, Ramón García Ruiz, Jesús M. Isaías y Luis Tijerina Almaguer.
“Como representantes de la opinión pública, actuarían los directores de los diarios capitalinos más difundidos: Ramón Beteta, Rodrigo de Llano, José García Valseca, Miguel Lanz Duret y Mario Santaella.
“El presidente no se había equivocado al prever que la reacción acusaría al gobierno de “partidismo” por el nombramiento de Martín Luis Guzmán. Pese a la presencia en la comisión de los directores de los grandes diarios (uno de ellos delegó sus funciones en José Vasconcelos), nuestro programa pareció sospechoso a muchos.
“En no sé cuál de sus ediciones, “Excélsior” acogió una nota de Pedro Vásquez Cisneros. Para el autor, la designación de Guzmán significaba tanto como “poner la iglesia en manos de Lutero”. A su juicio, nos habíamos equivocado muy seriamente.
Y concluía:
“El bien común y el derecho de los padres de familia exigen que se vigile la obra de don Martín Luis Guzmán, y que se tomen precauciones defensivas a su respecto” …
“Ese disparo al aire no era sino el anuncio de un graneado fuego de batería. Por espacio de largos meses, fuimos objeto de la hostilidad de libreros y autores profesionales de obras de texto.
“…más tarde, escritores como René Capistrán Garza, Alí Chumacero, Luis Garrido, Andrés Henestrosa, Francisco Monterde, Rubén Salazar Mallén, Jesús Silva Herzog, Alfonso Teja Zabre, Julio Torri y Artemio de Valle-Arizpe nos manifestaron públicamente su adhesión.
“Más persistente que la ofensiva de autores y de libreros, resultó la que iniciaron opositores sistemáticos del gobierno. Fieles a preceptos no confesados (aunque emanaban, en ocasiones, de cautelosos confesionarios), las escuelas particulares declararon un clandestino boicot contra los libros de la secretaría…”
“…Martín Luis y sus consejeros se vieron en la necesidad de encargar a maestras y maestros de competencia reconocida la redacción de los textos que publicamos”.
Aquí hay un dato relevante. Habla Torres Bodet de profesionales “de reconocida competencia”. Hoy nos enfrentamos a una reconocida “incompetencia.”
Sigue la cita:
“…Antes de editarlos, Martín Luis revisaba los originales personalmente, y me enviaba los proyectos ya corregidos, para darme oportunidad de que los juzgase.
“En general, los que examiné me parecieron útiles —aunque perfectibles, pues debo confesar que, en muchos casos, me entristeció la limitada visión de los redactores…
“…El manual más sencillo es el fruto de una evolución cultural prolongada, compleja y honda. Emana de experiencias históricas muy profundas. Representa la síntesis de una lenta alquimia docente, literaria, científica —y hasta política.
“En los Estados jóvenes, los libros de texto adolecen a menudo de inmadurez, improvisaciones, encogimientos —o, al contrario, de súbitas petulancias.
“…Sin embargo (a pesar de sus deficiencias), los que distribuimos constituían un esfuerzo sin precedente en la América Latina. Renovarlos, mejorarlos y actualizarlos —como lo aconsejan ciertos educadores— será, sin duda, muy provechoso.
“Durante cinco años, la comisión editó y distribuyó más de ciento doce millones de ejemplares de libros de texto y cuadernos de trabajo…”
Esas cifras, para un país con una población muchísimo menor de la actual, fue una proeza. La discusión contra los verdaderos conservadores de entonces nunca tuvo el elemento central de la incipiente polémica de hoy: jamás se dijo, están mal hechos. Se les acusaba de parcialidad política, no de ineptitud.
Hoy se les señalan ambos pecados.
Lo más triste de la Cuarta Transformación es su orgullo por la ignorancia, por la superficialidad, la negación misma de afán de perfección, de la búsqueda de la excelencia. Esos son valores individualistas, dicen. Esas son frutas podridas del pensamiento neoliberal, reaccionario, clasista, racista y todo lo demás.
Basta ver la calidad de sus funcionarios superiores. Ya del magisterio centeísta, ni hablamos.
–¿Podría haber tenido un diálogo nivelado, Torres Bodet con Delfina o con Lety? Difícilmente.
Rafael Cardona