El Kremlin podría haber estado detrás del envenenamiento de tres destacadas periodistas rusas que vivían en el exilio, según una reciente investigación del portal en línea ruso The Insider. La investigación destaca que las periodistas eran conocidos por su abierta postura contraria al Kremlin.
Natalia Arno, Elena Kostyuchenko e Irina Bablojan, las tres periodistas exiliadas citadas en el informe fueron ingresadas en el hospital tras experimentar síntomas desconcertantes e inexplicables.
Estos recientes presuntos envenenamientos son los últimos de una serie de envenenamientos dirigidos contra opositores y críticos del Kremlin, ya que el veneno ha sido durante mucho tiempo un arma utilizada por los servicios de seguridad rusos para silenciar a destacados disidentes políticos.
En algunos casos, han aparecido pruebas que los vinculan estrechamente con el Estado ruso, mientras que otros siguen siendo un misterio, y el Kremlin niega insistentemente su implicación.
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El oligarca ruso y propietario del Chelsea FC, Roman Abramovich, mostró síntomas de presunto envenenamiento durante las conversaciones de paz en la frontera entre Ucrania y Bielorrusia, en marzo de 2022.
Junto a Abramovich, un grupo de negociadores ucranianos también sufrió graves síntomas, como ojos rojos, lagrimeo y problemas cutáneos. Aunque Abramovich perdió temporalmente la visión, posteriormente la recuperó. Los países occidentales han sancionado a Abramovich por sus estrechos vínculos con el Kremlin. Una investigación de la fundación Bellingcat sigue atribuyendo el ataque a los partidarios de la línea dura belicista de Moscú, considerándolo más una advertencia contra las negociaciones de paz que un atentado mortal.
En agosto de 2020, el activista anticorrupción Alexei Navalny cayó gravemente enfermo en un vuelo dentro de Rusia, lo que provocó un aterrizaje de emergencia. Posteriormente fue trasladado a Alemania para recibir tratamiento. Varios laboratorios independientes confirmaron la presencia de Novichok, un agente nervioso, en su organismo. Navalny acusó al Kremlin, lo que Moscú negó. El incidente deterioró las ya tensas relaciones de Rusia con los países occidentales y desencadenó una serie de sanciones contra funcionarios rusos.
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En diciembre de 2020, el diario británico The Times acusó al gobierno ruso de un segundo intento de asesinato contra el crítico del Kremlin antes de que fuera trasladado en avión a Berlín para recibir tratamiento adicional. Navalny se recuperó y regresó a Rusia, donde fue detenido, lo que provocó nuevas protestas internacionales.
En 2018, el exagente doble ruso Serguei Skripal y su hija Yulia fueron envenenados con el agente nervioso Novichok en Salisbury (Reino Unido). Tanto Skripal como su hija sobrevivieron al envenenamiento tras recibir tratamiento médico. La entonces primera ministra británica, Theresa May, lo condenó, asegurando que había sido un acto directo de Rusia. El Kremlin negó su implicación y acusó a Gran Bretaña del envenenamiento.
En 2004, el líder proeuropeo ucraniano Víktor Yúshchenko fue envenenado con dioxina durante su candidatura a la presidencia contra Víktor Yanukóvich, apoyado por Rusia. Sobrevivió al ataque, pero sufrió una desfiguración permanente, marcada por graves cicatrices y manchas faciales. El oponente de Yúschenko, el prorruso Yanukóvich, ganó las elecciones.
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Además de Yúschenko, el expresidente de Georgia Mijail Saakashvili, detenido por las autoridades de Tiflis el año pasado, también afirmó que agentes rusos infiltrados en el servicio de inteligencia georgiano intentaron envenenarlo en prisión. En declaraciones a Político, en marzo, Saakashvili dijo que «estuvo a punto de morir» a consecuencia del ataque y que, desde entonces, su salud es precaria.
El exespía ruso Alexander Litvinenko murió envenenado en Londres en 2006. Crítico de Putin, desertó de los servicios de inteligencia rusos y se refugió en Londres en 2004. Unos dos años después, Litvinenko compartió té con los exagentes rusos Andrei Lugovoi y Dmitri Kovtun en un céntrico hotel londinense. Cayó enfermo justo después y murió semanas más tarde. Las investigaciones del Reino Unido y la UE señalaron a Lugovoi como principal sospechoso, sugiriendo que Putin «probablemente» aprobó el asesinato.