El Cristalazo

¿CÓMO SE LLAMA EL JUEGO, PRESIDENTE?

Publicado por
Héctor García

Cualquiera con dos dedos de frente sabe el verdadero peso de Claudio X. González en este país. Muy poco.

Ni es un Creso, ni un ideólogo; mucho menos un hombre con capacidad de arrastre de multitudes. Tampoco es una potencia política. Es una persona normal con preocupaciones sociales, como cualquier ciudadano comprometido, con buenas relaciones, pero de ahí a atribuirle un siciliano papel de jefe de la “famiglia mafiosa”, hay una distancia sostenida en los prodigios de la imaginación o el delirio.

Por eso el hallazgo presidencial de ayer mueve a risa. Atribuirle a Claudio el papel de gran elector, como sí lo tiene él en su partido como fundador de Morena, es una exageración. Y a fin de cuentas un ridículo.

Hasta estos momentos no se sabe bien a bien cuál es el juego del presidente de la República en una arena –dicho sea de paso–, donde no debería estar, pero con su imprudencia y su entrometimiento, le ha hecho a Xóchitl Gálvez, en dos semanas, una plataforma como no se la pudo hacer en cinco años –a pesar de todo–, a su hermana por elección, Claudia Sheinbaum.

Claudia es fría, distante y seca. Xóchitl Gálvez tiene todos los atributos para enganchar con el público, con las audiencias, con las redes sociales. Y con el apoyo de López Obrador, quien la quiso perjudicar con el beso del diablo de su destape tardío, está llegando peligrosamente lejos para Morena.

Es una tristeza la reacción política de los cuatroteístas, quienes aquí se ha visto reaccionarios; no reactivos. Un movimiento cuya filosofía política cabe en las caricaturas chayoteadas de fisgones y funcionarios del gobierno de la ciudad o los canales oficiales, es una caricatura en sí misma.

Es como explicar –pongamos otro ejemplo– el anhelo de continuidad del movimiento a través de la música del grupo “Frontera” con Luisita Alcalde en la primera voz. El ridículo tampoco se va, tampoco se va, o entregar el análisis político de los medios de comunicación a una iletrada de cuyo nombre no quiero acordarme, como correctora de los miércoles.

Pero sin llegar a extremos cervantinos, resulta difícil entender cómo el presidente quiere acabar con Xóchitl y no hace sino elevarla, fortalecerla, hablar de ella, ponerla en la discusión y la agenda públicas. Si no fuera tan probadamente astuto hablaríamos de una preocupante pérdida de facultades. Como los boxeador viejo: tiene técnica, pero ya perdió “punch”.

Por eso, cuando el gran hallazgo presidencial (¿para eso quiere y en eso utiliza los servicios de inteligencia del Estado?) es el despunte de Xóchitl Gálvez como prospecto para una candidatura opositora, se expresa en términos tan endebles, nada más se expone a una respuesta impecable como la de ayer: el machismo nos hace creer en las mujeres imposibles, excepto si un hombre las patrocina o les consigue beneficio.  Como a diario vemos a otras.

Gálvez ha tenido una actitud vivaz y firme. En esta escaramuza ha probado el temple, y como en las anteriores, ha salido victoriosa y con la mano alzada por el tribunal social de las redes. Por ahora eso es suficiente.

Y ese manejo de la comunicación instantánea de tuits, blogs y demás medios, tiene una potencia superior a las granjas de injuria patrocinadas y alentadas, viscosa y abusivamente por el gobierno, a través de Morena; de los anónimos, de los paleros mañaneros y demás.

Para decirlo en términos de beisbol, el presidente ha fildeado mal por el jardín central y la bola se va, se va, se va, ante su impotente mirada.

Hoy no sabemos cómo va a reaccionar, pero una cosa es cierta: él no le va a entregar la banda a Xóchitl.

En todo caso el presidente del Congreso en turno, se la colocará a ella, después de desprenderla del pecho tabasqueño. Y si eso ocurre la furia podría ser de apoplejía.

Rafael Cardona

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Héctor García