Hace cinco años parecía que México tenía razones para celebrar, AMLO había ganado la presidencia con casi el 53% de los votos. Una parte muy importante de esos votos provenían de personas que no confiaban plenamente en AMLO, pero que desconfiaban absolutamente del PRI, del PAN y de sus partidos aliados en ese momento (PV y MC).
En 2018, los agravios en casi todos los aspectos de la vida nacional estaban en niveles nunca vistos: inequidad socio económica injustificable, corrupción generalizada y una frivolidad insultante del gobierno peñista, la violencia e inseguridad llegaron a límites inimaginables. Existía la impresión de que era imposible empeorar y que bastaba sólo un pequeño esfuerzo y voluntad política para que el cambio tan esperado tuviera un impacto positivo y que México pudiera desarrollar, por fin, todo su potencial. ¡Qué equivocados estábamos!
Hoy, a falta de resultados, AMLO se ha refugiado en el sitio favorito de los autócratas: la propaganda. Este instrumento, que fue perfeccionado por Goebbels durante el nazismo, consiste en la construcción de la narrativa del héroe sin importar si los hechos son falsos y si hay que mentir, se miente mil veces, hasta que esa mentira sea verdad.
El sábado pasado, AMLO acarreó de nuevo a sus fieles a celebrar el 5º año de su victoria pero, ni con la propaganda a tope, encontró algo para celebrar, más bien, hay mucho que lamentar. Sólo dos ejemplos bastan para demostrar la ruina de la 4T: La inseguridad y el fracaso de los servicios públicos de salud. ¿Qué hizo AMLO? Convertir la celebración en acto de campaña simple y llano. Pero algo está cambiando en Palacio. Y mucho.
El problema electoral para AMLO y la 4T es más complejo de lo que parece; las precampañas de los tres aspirantes a sucederlo sólo han demostrado que el único candidato capaz de mover a MORENA es el único que no puede competir: AMLO. El Presidente tiene claro que, además de ser coordinador de campaña, tendrá que apuntalar personalmente la campaña presidencial. Es su campaña.
Con lo que no contaba AMLO es que, desde la oposición, ahora Frente por México (FxM), han surgido dos problemas: el primero es que, a pesar de todas las críticas que se puedan hacer al método de elección del FxM, éste es muchísimo mejor y más creíble que el elegido por MORENA. El segundo problema es más grave y se llama Xóchitl Gálvez.
Los procesos electorales tienen cada vez más ese elemento casi religioso entre el candidato-pastor y el elector-creyente, esa ha sido la mayor fortaleza de AMLO; la fe de sus creyentes. Pero ahora surge Xóchitl, con una capacidad igual o aún mayor que AMLO para crear una comunión -común unión- entre ella y el grupo clave que va a determinar la elección del 2024.
La campaña presidencial real será entre AMLO y Xóchitl, el ungido(a) de AMLO irá sólo de acompañante. Xóchitl sí tiene oportunidad de competir contra AMLO en ese diálogo emocional con los votantes: sé quién eres, tú me conoces, me identifico contigo, te creo, votaré por ti.
Los fieles de AMLO no son el objetivo de Xóchitl; son los millones de desencantados que votaron por AMLO que hoy se sienten traicionados por su pastor y por su iglesia -la 4T-. Si Xóchitl logra conectar con este grupo con una narrativa donde todos son bienvenidos y una convicción de que en su Credo la Ley sí es la Ley, podría ganar.
Xóchitl no necesita crearse una historia para conmover a estos votantes, ya la tiene y sin duda es mejor que la de Claudia o Marcelo. Necesitamos que Xóchitl nos muestre con quién piensa reconstruir a México. Necesitamos confiar en un gobierno, no en un líder.
Pancho Graue