Claro, es una paráfrasis obvia, pero también oportuna: un fantasma recorre el mundo, el fantasma del populismo.
La frase original fue escrita por Carlos Marx en 1847, y se refería al comunismo, la lucha de clases y la dictadura del proletariado, como etapas inevitables de su imaginaria futura humanidad. En ello se asentó la doctrina por cuya instauración como sistema político –por métodos revolucionarios y violentos casi siempre–, el mundo se dividió en dos bloques.
Hoy en América Latina –con notables variantes– se le conoce como populismo.
Los gobiernos de Cuba, Nicaragua, Chile, Venezuela, Colombia, Argentina y México han encuadrado sus políticas en algo tan nebuloso como la transformación de absolutismo bondadoso, mezcla de redención de los humillados y los ofendidos con verborrea interminable.
Los claros avances territoriales de los gobiernos populistas necesitan el desmantelamiento de las instituciones vigentes cuando ellos no habían tomado el poder. El comunismo quería entregar los medios de producción y el mercado a los proletarios unidos del mundo. El populismo se satisface con orientar el gasto público, a través del reparto y un asfixiante ejercicio fiscal aparentemente distributivo.
Es decir, la ampliación de los programas sociales produce tres efectos: la solidaridad patriarcal y justiciera, con lo cual la imagen del líder se fortalece hasta la idolatría; garantiza fidelidad electoral y sirve, además, como escudo para la demolición de todo cuanto se oponga a su forma y a su fondo.
Si el anterior sistema se podía describir como un ogro filantrópico el actual vendría siendo un coleccionista de voluntades, gratitudes y votos. Un ogro electoral, en todo caso.
Para lograr plenamente los fines de esos repartidores justicieros, es necesario cambiar la Constituciones y las leyes. Como significan un obstáculo para algunos propósitos, se comienza por desbaratarlas.
Así lo hicieron todos. Hugo Chávez en Venezuela o Bóric en Chile, quien ahora naufraga en su intento por crear una asamblea constituyente a su modo, para sustituir la constitución de la dictadura cuando Pinochet hizo lo mismo: consagrar reglas favorables.
En México, lejos de convocar a una asamblea constituyente (la última fue para desaparecer el Distrito Federal y articular la CDMX a través de un batidillo), el camino es la sustitución paulatina del texto anterior, artículo por artículo.
México no tiene una Constitución; tiene una Carta Magna en constante mutación. Todavía no se acaban de imprimir las modificaciones de este o aquel artículo cuando ya se incorporan nuevos cambios. Hasta el infinito.
Pero si esos cambios resultan fallidos, entonces se recurre al Poder Judicial, cuya independencia es sinónimo de enemistad. Por eso es necesario votar a los ministros de la Suprema Corte.
En la internacional populista hay similitudes notables en este empeño. Así dice Alberto Fernández, presidente de Argentino sobre la Corte Suprema de su país:
“…el Poder Judicial hace tiempo que no cuenta con la confianza pública, no funciona eficazmente y no se muestra con la independencia requerida frente a los poderes fácticos y políticos…”.
Muy similar a los dichos del presidente de México. Cada quien con su tono, claro:
“…No tiene reemedio, el Poder Judicial está podrido… esos señores que ahora forman parte del supremo poder conservador, que están dedicados a obstaculizar la transformación del país, para sostener al viejo régimen, el antiguo régimen de corrupción y de privilegios…
“Fue (el rechazo a sus planes de modificar el sistema electoral), “un acto de prepotencia y de autoritarismo”. Están al servicio de una minoría rapaz que se dedicó a saquear al país y que quieren regresar por sus fueros, ahora con el apoyo del Poder Judicial”.
El populismo se declara, siempre, respetuoso de la ley, siempre y cuando sea SU ley.
NADO SINCRONIZADO
También “corcholatos” y “corcholata” merecen una medalla de oro cuando hablan. Son un coro de lagoteo repetidor de las palabras de su jefe. Igualitos.
Se hunden en la alberca al mismo tiempo y simultáneamente sacan la cabecita del agua.
Rafael Cardona