Había una vez un hombre que ilusionó a México, pero ya no. Desde su incursión en la política nacional, AMLO siempre fue disruptivo y con un fuerte acento egocéntrico; la realidad tenía que adaptarse a él y no él a la realidad. Pero la descomposición del sistema político mexicano validaba sus acciones, muchas extremas, que le sumaron innumerables adeptos por todo el país.
Incansable, AMLO recorrió México en varias ocasiones, esto le permitió construir una sólida idea del personaje que tenía que encarnar y del lenguaje que debía utilizar para convertir su anhelo en realidad: la creación de un Movimiento para transformar al país a su voluntad; con él cómo Jefe Máximo e indiscutible.
Con un lenguaje simple, directo y agresivo, AMLO consiguió establecer el perímetro de las discusiones y la narrativa política. La consigna: dividir y polarizar al país. El uso de sus palabras nunca fue inocente, su batalla por el significado y el uso de los adjetivos para descalificar a sus enemigos se convirtieron en su razón de ser.
AMLO entendió como nadie nuestra vocación victimista, sus dos derrotas electorales le permitieron crear, desde la narrativa del trágico héroe mexicano, al Presidente Legítimo.
Para AMLO, el lenguaje descalificador fue -y es- su principal herramienta de trabajo, así construyó su camino al poder. Después, llegarían los recursos casi ilimitados, el sometimiento de sus enemigos y finalmente, el poder absoluto.
La mañanera, ese instrumento de propaganda disfrazado de información, nos ha permitido ver la evolución negativa de AMLO en su presidencia; sus cambios de humor, su creciente irritabilidad, la interminable aparición de conspiradores a los que responsabiliza del fracaso de su Gobierno, sin rumbo y sin resultados. Hoy AMLO ve más traidores que aliados.
La semana pasada el Presidente sufrió uno de los mayores descalabros de su mandato, la SCJN invalidó el pase de la Guardia Nacional a la Secretaria de la Defensa Nacional. La reacción del Presidente sobrepasó todos los límites imaginables. Le ordenó a su Gobierno romper con la SCJN y “ni el teléfono les contesten”.
Más allá de lo absurdo de la orden de AMLO -como si pudiera eliminar por su voluntad al Poder Judicial- está la desesperación de su lenguaje y de sus gestos. Hoy a México lo gobierna un hombre desesperado.
En el mundo contemporáneo, a lo máximo que puede aspirar un gobernante es a ser discretamente reconocido. Para AMLO eso no es suficiente, él necesita -compulsivamente- ser amado y si no es posible, temido. Alguien le tendría que explicar a AMLO que “El Príncipe” de Maquiavelo no se puede aplicar de forma literal. Que él lo entienda, es otro asunto.
Cuanto más se acerca el final de su sexenio y sin la certeza de la continuidad de su movimiento, AMLO se exhibe más desesperado y reactivo. Las reformas de todo tipo que quiere imponer al Poder Legislativo son un retroceso muy peligroso; paso libre a la corrupción.
Nos guste o no, a AMLO le quedan “sólo”19 meses de gobierno y si la 4T no gana en 2024, su reacción podría ser temeraria. Desde ahora debemos prepararnos para la reconstrucción de México, ésta va a necesitar a un gobernante inteligente, sereno y sensible a la realidad social del país. Necesitamos un diagnóstico temprano y certero para identificar las soluciones necesarias. Va a requerir de talento integrador, paciencia y mucho trabajo
El problema de las personas desesperadas es que hacen cosas desesperadas, pero cuando esta persona es el Presidente, el problema es de todos. Ahí es donde debemos enfocarnos. En las soluciones.