Era una noche cálida de esas típicas de Puerto Vallarta, en cuya oscuridad de cielo estrellado uno imagina la sinuosa figura de una iguana; los ojos de Elizabeth Taylor y la leyenda de una mujer solitaria en la playa.
Un amigo me había invitado a ofrecer una plática (conferencia suena petulante), y por la noche a cenar al celebre café de los artistas. Ahí vi por última vez a Raúl Padilla, quien murió hace apenas unos días no se si por voluntad o destino.
La ocasión anterior había sido en la instalación de la Cátedra Julio Cortázar, en la cual participaron Porfirio Muñoz Ledo y Felipe González, ex presidente del gobierno de España y enorme figura de la transición democrática de ese reino.
Poco recuerdo ahora de Padilla. Apenas un saludo ceremonioso y nada más, pero la belleza de su acompañante resulta hasta ahora memorable. Padilla estaba en una mesa de terraza, arrinconado en el privilegio de la hermosura.
Resulta extraño, pero nadie habría pensado en ese momento, un final así, para un hombre así.
Rico, poderoso, pletórico de fama internacional, siempre rodeado de belleza femenina, proverbialmente triunfador en los duros campos de la política y la cultura; vencedor de intrigas, audaz y cauteloso, sigiloso y determinado, dotado de luces deslumbrantes y a pesar de todo apabullado por la fatalidad.
Ese día no imaginaba yo cuánto lo iba a respetar y agradecer. Pero unos años más tarde de aquella noche vallartense, en el año 2021, Padilla se alojo en los rincones de mi respeto y gratitud. La FIL le otorgó el premio de literatura a David Huerta. Lo agradecí como si fuera mío.
A contrapelo de la verdad oficial contemporánea, en cuyo verbo fogoso se condena a la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Guadalajara (sin argumentos), siempre he admirado ese esfuerzo. No como feria editorial, sino como escena literaria, desfile de talentos, asamblea de escritores. Y eso, en medio de tanta zafiedad e ignorancia cuatroteísta, es mucho.
Por eso quiero recordare ahora algunos de los conceptos del poeta Huerta en aquella ocasión:
“…Recibir este premio me emociona como pocos hechos en mi vida. Este año he alcanzado las siete décadas de las que habla el Salmista. Espero que me crean si les digo que recibir el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances constituye un acontecimiento central y decisivo no nada más en el horizonte de mi trabajo literario sino en mi vida en su conjunto.
“Debo decir que lo que me interesa declarar al final tiene poco que ver conmigo. Tiene que ver con aquellos a quienes me debo y sin quienes lo que hago y lo que soy no tendría ningún valor. Diré únicamente que lo que me exalta y me ilumina no es nada más el tesoro incalculable de cada individuo, sino la forma en que cada uno de nosotros se enlaza con los demás para dar testimonio del paso de la tribu por el mundo. Pienso y siento que la literatura, la poesía, el arte, el trabajo intelectual tienen sentido; es una convicción a la que nunca renunciaré, a pesar de cuanto parece oponérsele continuamente.
“Es una de las prendas de orgullo de mi vida ser profesor en dos universidades públicas. Ahí está una parte medular de mi trabajo. El corazón de mi quehacer es la poesía, sin embargo. Agradezco que se me conceda este premio porque es una constancia de que he perseverado y de que mis trabajos han llegado a puerto, a pesar de sus evidentes imperfecciones…”
ABRAZO
El abrazo de Lorenzo Córdova a la nueva presidente del Instituto Nacional Electoral, doña Guadalupe Taddei, fue una muestra de civilidad muy contrastante con la amenaza frontal del secretario López, de Gobernación quien para gozo de su jefe soltó los mastines contra LCV. Mejor debería poner orden en su criminal Instituto de Migración…
Rafael Cardona