Se trata de organizar a los ciudadanos para lograr una resurrección de la Oposición política, a fin de evitar la caída de México en una dictadura populista del siglo 21 corrupta, incompetente y autoritaria.
Para lograr esta hazaña democrática, veo dos posibles caminos, que no son excluyentes: 1) la recuperación de los partidos políticos existentes, desde la ciudadanía, y 2) la construcción de un nuevo partido político opositor. Por hoy me referiré a la primera de estas vías, que es la inmediata.
Urge una incorporación ordenada a los partidos. Que estos se abran y que la ciudadanía acepte y participe. Habrá quien piense que los existentes son opciones indeseables, pero por ahora es lo único que hay con posibilidad legal de postular candidatos y participar electoralmente.
Por eso propongo un acuerdo, en el cual los partidos, idealmente todos, pero necesariamente los más posibles en la Oposición (PAN, PRI, PRD y MC), puedan comprometerse a renovar integralmente su militancia.
Antes o una vez reconstruido el padrón de militantes de los partidos, deberán establecerse las reglas de su integración a la vida interna. Y, sobre todo, dada la coyuntura, definirse aquellas para la elección de candidatas y candidatos a cargos de elección popular para 2024.
Desde luego comparto la idea de formar una coalición opositora para postular una sola candidatura a la Presidencia de la República y una sola fórmula por cada Distrito y Senaduría.
También estoy totalmente de acuerdo con la propuesta de elecciones primarias de candidatos, de todos los partidos, e integrando esa coalición electoral.
Una vez integrada la afiliación abierta y simultánea, y definidas las reglas de la elección, los partidos elegirían a comités de campaña por cada uno de los 300 distritos federales, cuya tarea se abocaría de inmediato a construir la estructura territorial, en todos los distritos, en todas las secciones, en todas las casillas y en todas las colonias, barrios y comunidades del País.
A invitación de Mario Vargas Llosa tuve el honor de participar al lado del Presidente Ernesto Zedillo en el Foro del XX aniversario de su Fundación Internacional para la Libertad.
Fue inevitable evocar que siendo él Presidente de la República, Santiago Oñate del PRI, Porfirio Muñoz Ledo, del PRD, y yo del PAN, negociamos y acordamos la Reforma Constitucional que creó al IFE, antecedente del INE, como un organismo dirigido por ciudadanos independientes del gobierno, con un servicio profesional y una novedosa legislación de partidos. Fue una reforma histórica que culminó décadas de lucha por la transición democrática en México. En esa ocasión advertí que México era “una democracia a punto de caer” dada la inminencia de que se aprobara la iniciativa de Reforma Constitucional presentada por el Presidente para desaparecer al INE.
Afortunadamente, la formidable marcha ciudadana del 13 de noviembre detuvo, en buena parte, la barbarie. El riesgo sin embargo subsiste, materializado en el plan de “destazar” al INE con reformas legales abiertamente inconstitucionales que cancelan su capacidad para organizar elecciones imparciales. Mi reflexión fue una más entre las muchas que contribuyeron a generar un sentido de urgencia de actuar. La marcha, la más numerosa en asistentes, en ciudades participantes, en pluralidad de opiniones, abrió una esperanza para México.
Hoy, en vísperas de una nueva marcha ciudadana, me permito compartir estas reflexiones acerca de lo que hay que hacer hacia adelante.
No es la primera vez que el México moderno vive, aunque en distinto grado, un régimen autoritario. En las décadas de aquel priismo despótico también tuvimos un poder presidencial sin límites, con sometimiento del Congreso, dominado mayoritariamente por legisladores afines, que “no le cambian ni una coma” a sus caprichos; una Suprema Corte que, aun contando con un buen número de Ministras y Ministros capaces e independientes, ha actuado varias veces sin razón a su favor, ha bloqueado mayorías calificadas para declaratorias de inconstitucionalidad o simplemente pospone sin causa asuntos que le serían claramente adversos. Por supuesto, eso lo explica en gran parte la abyección del anterior Presidente de la Corte. Hoy, con una nueva Presidencia, renace la esperanza de un Poder Judicial Independiente. El empuje ciudadano puede hacer que se materialice.
Otra variable en la que coinciden aquel sistema y el actual es el contar con un tramposo aparato electoral monumental. El “movimiento territorial del PRI” que, desplegado en todo el País, presionaba a los beneficiarios de los programas de gobierno a ser sus apoyadores y votantes incondicionales, palidece ahora frente a la maquinaria construida por el gobierno de Morena (el nuevo partido-gobierno).
La situación actual, sin embargo, presenta tres serios agravantes. Uno, la restauración autoritaria camina, de manera preocupante, de la mano del crimen organizado en algunas regiones. Es quizá lo más grave. Dos, esa suerte de autocracia apoyada por el crimen busca garantizar impunidad con un claro intento de cooptar política y económicamente, no al Ejército, sino a algunos Generales encumbrados con prebendas y opacidad; esperemos que las Fuerzas Armadas puedan resistir. Y el tercer agravante y sobre el cual más podríamos actuar: la triste ausencia de una Oposición respetable, vigorosa, creíble y con liderazgo.
¿De dónde viene la fuerza del gobierno? Un primer vector es el poder sin límites del Presidente. No había habido un poder tan vertical hace décadas. Lo segundo es la “aprobación presidencial” que tanto obsesiona, y que sin ser excepcional comparada con la de mandatos anteriores, es consistente. Esa aprobación tiene un sustento real en los beneficiarios de los programas sociales, especialmente el del programa de “Adultos Mayores” que, creado en su gobierno del entonces DF, fue implementado a nivel federal en 2007 bajo el nombre de “70 y más”. Este programa sí tiene un efecto distributivo que debe reconocerse.
Las desventajas sin embargo son múltiples: una, no rompe estructuralmente la pobreza, al no mejorar los principales “igualadores” de oportunidades: educación, salud y servicios públicos de calidad para los más pobres. En el mismo sentido, agota los recursos públicos que se requieren, no sólo para igualar oportunidades que rompan la pobreza sino, en general, para la buena marcha del País. Es decir, si la disponibilidad de dinero fuera infinita, el programa debiera expandirse sin fin, y al mismo tiempo el gasto en educación, salud, seguridad, infraestructura… ¡qué más quisiera cualquier gobernante! El problema es que el presupuesto es limitado, y el programa se hace crecer ilimitadamente.
Eso ha hecho que para mantenerlo se sacrifiquen todos los demás rubros indispensables para el desarrollo: ha bajado el presupuesto en seguridad, en salud –¡lo redujeron en plena pandemia!–, en ciencia y tecnología, en medio ambiente, en infraestructura, y un largo etcétera. Si sigue esa tendencia, será insostenible para las finanzas públicas, puesto que, sumado a otros pasivos que también crecen aceleradamente (las pensiones de Seguridad Social, los intereses de la deuda) pueden sufrir un colapso en el mediano plazo. Ya hoy, junto con los caprichos faraónicos como el aeropuerto sin vuelos o la refinería sin refinar, o la destrucción de la selva para un tren que no funcionará, las finanzas públicas registran el mayor déficit público en 20 años.
Los programas sociales no generan per se el apoyo electoral. Para ello se requiere una maquinaria de manipulación, y eso es lo que ha hecho López Obrador: Construir con dinero público –y por tanto, ilegal– una maquinaria electoral aplastante, que se aceita todas las quincenas y se ejercita todos los días: “Los Servidores de la Nación” (llamarles “siervos de la Nación” es un insulto a la memoria de José María Morelos). La manipulación electoral consiste en presionar y en ocasiones condicionar a los beneficiarios la entrega de los beneficios a cambio de apoyar al gobierno. Eso se hace evidente en los múltiples ejercicios que fortalecen la musculatura del aparato: las consultas, las votaciones, las marchas del narcisismo. El promotor se encarga de machacarle al beneficiario que el apoyo “viene de AMLO”. Algo contrario a la Constitución que prohíbe la promoción personal en los programas públicos. En tiempo de elecciones esa maquinaria promoverá el voto de Morena. Basta cambiarse el chaleco y ponerse el de Morena, que es del mismo color.
Y tres, la narrativa simplista y a la vez poderosa del gobierno, repetida machaconamente todos los días. Si en algún lugar se encarna la tesis de las “3 P” de las que habla Moisés Naim en su libro La Venganza de los Poderosos, es en México: La del Populismo (aquí claramente no es una ideología, sino una estrategia para alcanzar y sostener el poder sin escrúpulo alguno); la de la Polarización (que busca dividir y polarizar todo en dos bandos: una élite abusiva y rapaz, “fifí”, y “el pueblo bueno” que el señor representa, y la “P” de la Postverdad (La mentira burda prevalece al repetirse y la verdad demostrable se desvirtúa también mintiendo una y otra vez); es el “Imperio de los Otros Datos” de los que habla Luis Estrada. El populismo nos lleva al punto en el que la verdad es irrelevante. Lo que cuenta es la narrativa. Todo ello frente a una oposición que parece no tener –y vaya que tendría– ninguna historia que contar.
¿Es posible detener a López Obrador? ¿Hay alguna posibilidad de derrotar su enorme maquinaria clientelar y en zonas críticas criminales? Si no hay cambios en la manera de actuar de la Oposición, imposible. El único cambio viable está en tener una participación ciudadana activa, ordenada, organizada, permanente. Sólo que para lograrlo tenemos un gran obstáculo: los partidos políticos opositores no son canales eficaces para una numerosa y ordenada participación ciudadana.
El caso que mejor conozco es, desde luego, el del partido al que pertenecí: Acción Nacional. Desde hace años, una camarilla fue quedándose con el partido y, para garantizar sus cotos de poder, les cerró la puerta a los ciudadanos.
La antigua política de selección y reclutamiento de nuevos militantes y candidatos –que buscaba atraer a “los mejores y más brillantes” en los ámbitos profesional, empresarial e intelectual– dio paso a una política de exclusión y cerrazón.
En el pasado, el PAN destacaba por la calidad humana moral, profesional e intelectual de su militancia y dirigencia. Daniel Cosío Villegas la consideraba una excepción a la “baja-marea cultural” que se vivía en el resto de la política. Hoy ocurre todo lo contrario. Hay un empequeñecimiento progresivo y constante del PAN. Aunque destacan varios legisladores en ambas Cámaras, los liderazgos nacionales y locales son cada vez más irrelevantes. Algo similar ocurre (pueden variar las causas y el grado) en otros partidos. Los partidos opositores, y con muy honrosas excepciones, no están suficientemente provistos de cuadros con fuerza intelectual, respetabilidad profesional, conocimiento de la realidad del País, cultura general, ética y liderazgo.
Y más que referirme a esta o aquella persona, lo que quiero destacar es el enorme costo que tiene para México el dejar que instituciones clave como los partidos sufran esta anemia crónica de liderazgos y cuadros que den voz a lo mejor de nuestra sociedad. El resultado hoy es una Oposición política donde sus dirigentes sólo se representan a sí mismos, no a la ciudadanía y, por ello, no le significan algo atractivo. Las encuestas de intención de voto por partido así lo confirman.
Lo único que puede salvar a México es una ciudadanía organizada. Eso nos permitiría hacer realidad el anhelo de que “a México lo salvan los mexicanos”, “los valientes”, como agrega Margarita Zavala. Es decir, mexicanas y mexicanos en gran participación cívica activa, organizada y permanente, que permita detener a la avasalladora maquinaria de poder de López Obrador, derrotarla en las elecciones de 2024 y, si esto no es posible, organizar una resistencia democrática firme y constante para el siguiente sexenio.
Se trata de organizar a los ciudadanos para lograr una resurrección de la Oposición política a fin de evitar la caída de México en una dictadura populista del siglo XXI corrupta, incompetente y autoritaria. Para lograr esta hazaña democrática, veo dos posibles caminos, que no son excluyentes: 1) la recuperación de los partidos políticos existentes, desde la ciudadanía, y 2) la construcción de un nuevo partido político opositor. Por hoy me referiré a la primera de estas vías, que es la inmediata.
Insisto en decir que “política” y “ciudadanía” son sinónimos. Una viene del griego polis, que significa ciudad, y la otra viene del latín cívitas, que también significa ciudad.
El problema es el divorcio entre política y ciudadanía. Entre ciudadanos y políticos. Si logramos hacer que política y ciudadanía sean categorías equivalentes de vida pública, si logramos que los ciudadanos sean los nuevos políticos, estaremos en una ruta de solución para México.
La vía para renovar y “ciudadanizar” a los partidos consiste en usar, antes que se los quiten, la legitimidad, poder y contrapeso al Instituto Nacional Electoral para reconstruir a la Oposición. (Si hubiera un mínimo de visión de Estado, en el mismo proceso debieran participar los partidos que están en el poder). Los partidos opositores necesitan con urgencia nutrirse de ciudadanía. Sin ella no tiene representación ni legitimidad. Pero tampoco tienen fuerza, presencia social, implantación territorial, “músculo”. Urge una incorporación ordenada a los partidos. Que estos se abran y que la ciudadanía acepte y participe. Habrá quien piense que los existentes son opciones indeseables, pero por ahora es lo único que hay con posibilidad legal de postular candidatos y participar electoralmente. Por eso propongo un acuerdo, en el cual los partidos, idealmente todos, pero necesariamente los más posibles en la Oposición (PAN, PRI, PRD y MC), puedan comprometerse a renovar integralmente su militancia de la siguiente forma:
Cada partido presentaría a la ciudadanía una síntesis de su propio ideario en un periodo de difusión auspiciada de ser posible por el INE.
Los partidos convocarían a los ciudadanos a una afiliación abierta y simultánea. Es decir, invitarían a que acudan a mesas de registro en lugares claramente establecidos a afiliarse o reafiliarse, todos en la misma fecha.
Esta afiliación simultánea sería organizada y supervisada por el Instituto Nacional Electoral, con las mismas reglas con las que se organizan elecciones en lo que fuese aplicable y viable. Los funcionarios de casilla serían funcionarios del INE o insaculados y capacitados entre los ciudadanos con la colaboración de los partidos políticos, que nombrarían representantes.
El INE deberá establecer la logística, los procedimientos, la supervisión, los sistemas de cómputo y todo lo que se requiera para este proceso. Se trata de evitar el cáncer que ha carcomido a los partidos: la monopolización de los padrones de la militancia por parte de grupos de poder interno.
Debe quedar explícitamente dicho y además regulado: no a los acarreos, no a la gente transportada masivamente, no a la afiliación corporativa por parte de sindicatos, gobiernos y grupos de presión. Eso debiera ser la regla obligatoria y además un compromiso público explícito de cada partido, un “pacto de honor”. Cada persona debería presentarse de manera voluntaria, por su propio pie, ante un funcionario electoral y afirmar de viva voz su deseo de pertenecer a este o aquel partido político. El registro podría ser en las mismas mesas, o una por cada partido, en los mismos o en distintos lugares.
De este modo, garantizaríamos que los partidos políticos se integren por ciudadanos de carne y hueso. Los ciudadanos podrían entrar organizadamente a la política.
Digo “organizadamente” y no “masivamente” porque en la masificación misma –es decir en el sacrificio de la propia identidad– está parte de la tragedia de México. Que entren numerosamente, sí, pero con una afiliación individual consciente, voluntaria y explícita. Que los ciudadanos se conviertan en políticos y que los políticos sean realmente ciudadanos. Esa es la clave para la salvación de México.
Al convocar a la gente, los partidos se nutrirían de ciudadanía, integrando a los cientos de miles que quieren participar y conoceríamos mejor la base real de cada partido. Al hacerlo simultáneamente, se minimizan las posibilidades de manipulación e injerencia de intereses de unos en el proceso de afiliación de otros.
Antes o una vez reconstruido el padrón de militantes de los partidos, deberán establecerse las reglas de su integración a la vida interna.
Y, sobre todo, dada la coyuntura, definirse aquellas para la elección de candidatas y candidatos a cargos de elección popular para el 2024. En plural porque no se trata únicamente de elegir candidata o candidato a la Presidencia.
Se trata de elegir perfiles para competir por el Congreso de la Unión, las gubernaturas, las alcaldías y las legislaturas estatales. Nada de tómbolas, nada de cuates, nada de dedazos, se trata de que los ciudadanos, ahora integrados formalmente a la vida de los partidos, pueda postularse o proponer y asuman la responsabilidad de elegir candidatos a todos los cargos en juego.
También deben tener el derecho a votar a sus propios dirigentes y a postularse a esos cargos internos. Un proceso que repita el típico juego de la bolita de quitar uno y poner a otro de los mismos círculos y con las mismas mañas solo aceleraría la pauperización de la política.
Se debe dar una renovación integral de la vida pública, “desde los cimientos hasta la cúpula”, como decía Efraín González Luna.
Desde luego comparto la idea de formar una coalición opositora para postular una sola candidatura a la Presidencia de la República y una sola fórmula por cada Distrito y Senaduría. También estoy totalmente de acuerdo con la propuesta de elecciones primarias de candidatos, de todos los partidos, e integrando esa coalición electoral. Elecciones primarias para la Presidencia de la República, sí, y también para legisladores. Este sería un buen método para elegir a esos candidatos. Esa elección primaria peligraría si no cuenta con un padrón previamente probado y corregido en sus puntos de vulnerabilidad o de alteración, que podrán verificarse en el plazo que media entre el proceso de afiliación abierta y simultánea y la elección de candidatas y candidatos para la elección del 2024.
Un proceso tan delicado como la elección de candidata o candidato presidencial exige reglas del juego muy claras, un padrón depurado y real y una genuina apertura a la participación ciudadana. Jugarse todo en elecciones primarias, sin un proceso transparente, abierto, ordenado y supervisado de registro de votantes, solo abre el riesgo de una “morenización” del proceso electoral. Ello implicaría no solo impugnaciones y fracturas políticas, sino también desorden, violencia y, como se vio en 2021, la abierta injerencia de grupos del crimen organizado.
Una vez integrada la afiliación abierta y simultánea, y definidas las reglas de la elección, los partidos elegirían a comités de campaña por cada uno de los 300 distritos federales, cuya tarea se abocaría de inmediato a construir la estructura territorial, en todos los distritos, en todas las secciones, en todas las casillas y en todas las colonias, barrios y comunidades del País. Una tarea titánica, pero sin la cual no será posible derrotar a Morena. Es posible hacerlo: detectar simpatizantes en todo el País, comunicarse con ellos, organizarlos, darles tarea que hacer.
Convertirlos en promotores y posteriormente en representantes de casilla y dos cosas muy importantes: 1) que puedan detectar e informar de las zonas con presencia de criminales, donde el INE actúe de una vez para evitar la manipulación electoral en esos lugares, si es necesario cancelando elecciones donde no haya garantía para su realización, y 2) que vigilen, videograben a los “servidores”, que los tengan identificados por las zonas en que estén organizados, y que llegado el caso los denuncien cuando estén realizando actos de proselitismo.
El proceso tendría varias ventajas. 1) Nutriría con una fuerza sin precedentes a los partidos existentes y de la cual carecen. 2) Dotaría de legitimidad a sus candidatos. 3) Permitiría el surgimiento de nuevos liderazgos: estoy convencido de que quizá aún no conocemos a la candidata o al candidato que derrote al designado por López Obrador, y ni qué decir en cada uno de los distritos electorales del País, donde esa nueva militancia habrá de esforzarse por escoger a los mejores y más brillantes; “kilo por kilo” cada candidata o candidato así electo deberá ser mejor que el de enfrente. 4) Permitiría empatar o al menos minimizar el poder de la maquinaria electoral de los “servidores de la Nación”. El proceso ejercitaría y fortalecería una nueva musculatura política que la Oposición necesita. 5) Le arrebataría de manera contundente la narrativa al gobierno. La épica estaría del lado ciudadano, como fue en la marcha de la defensa del INE, y se construiría todos los días hasta el día de la elección. El interés estaría en saber cómo avanza el proceso de organización de la ciudadanía. No en las mañaneras, que siguen guiando la narrativa por el simple hecho de no existir ninguna historia ciudadana enfrente.
¿Aceptarían las dirigencias actuales este plan? Entiendo que es difícil renunciar de modo altruista a los mecanismos de control de recursos y designación de candidaturas y puestos partidistas que tienen. Sin embargo, hay razones poderosas para hacerlo y, aunque sea utópico, la primera a esgrimir es la ética: porque es lo correcto, porque contribuye al Bien Común, porque es un cambio que puede generar bienes posibles ante un mal avasallador. Me vuelvo a referir al PAN: este partido sobrevivió por décadas al acoso del régimen autoritario, primero que nada por contar una mística imbatible, dada la solidez ética y espiritual de sus fundadores y muchos de sus militantes, independientemente del origen de ésta. Gracias a eso concebían la política como deber, como servicio, y en condiciones de autoritarismo, como sacrificio necesario para una salvación personal y colectiva. No era para “hacer carrera política” como se suele decir, se trataba de México.
Como no era una ambición personal (ni podía serlo, la derrota estaba asegurada), se impusieron como vía para hacer crecer el movimiento, la búsqueda de nuevos militantes, y no cualquiera, sino de “los mejores y más brillantes” entre los ciudadanos, que a la postre resultarían candidatos y dirigentes. Esto es clave entenderlo. El PAN aguantó por décadas el embate autoritario porque invitaba al empresario de buena reputación, a la profesora universitaria, a la vecina respetada, al líder social honesto, al estudiante libre de vicios políticos, a la profesionista trabajadora, al comerciante esforzado, etc.
Solo así, abierto a lo mejor de la sociedad, el PAN pudo sobrevivir, nutrirse y crecer para alcanzar la masa crítica necesaria para ganarle al PRI una elección presidencial.
La segunda razón es estrictamente pragmática: su propia supervivencia política. Los actuales dirigentes tienen que darse cuenta de que sus opciones son dos.
Una, seguir perdiendo elecciones y dirigir un partido cada vez más chico, con cada vez menos recursos, y cada vez más perseguidos y acosados sin piedad por un poder populista arbitrario y agresivo. O dos, recorrer el “camino de Damasco”, (también González Luna), y abrirse a un proceso institucional orgánico de renovación como el que propongo. Y tienen además un incentivo importante.
Aún en la afiliación abierta y simultánea, los liderazgos internos que lo sean de veras prevalecerán y triunfarán con muchas posibilidades en elecciones primarias frente a otros liderazgos menos conocidos. Tendrán una ventaja legítima si cuentan con el apoyo de quienes militaban antes de este proceso. Los que sean grises, impresentables, perderán. El llamado no es entonces a sacrificar ambiciones para que lleguen otros ambiciosos, sino a darse cuenta de que, en un México donde Morena se vuelve el partido hegemónico, no hay posibilidades reales de “hacer carrera política”.
Finalmente, la tercera razón es de reconocimiento histórico. Si los militantes y dirigentes actuales toman la vía de la renovación ciudadana podrán marcar época, verdaderamente hacer historia y reivindicarse plenamente ante propios y extraños.
Estos dirigentes pueden ser los autores del gran cambio que reclamó México en una hora tan negra como la que estamos viviendo.
Ahora que se organiza una nueva marcha, ahora sí al Zócalo (quien pueda ir a la Ciudad de México, que lo haga, hay que concentrar fuerza), esta puede ser también una exigencia ciudadana. ¿Tiene riesgos este proceso? Por supuesto. Pero también puede ser el golpe de timón, el acto de audacia que México necesita. Cuando estábamos organizando al nuevo partido México Libre, me gustaba cuestionar a los ciudadanos en nuestras Asambleas: “Cuando te pregunten, ¿tú qué hiciste para salvar a México? Vas a poder decir con enorme orgullo: di un paso al frente, participé en asambleas, junté firmas, organicé a mis vecinos y ayudé a fundar México Libre”.
Lo mismo se preguntará en el futuro a quienes militan hoy los partidos de Oposición: ¿Qué hiciste para salvar a México de la dictadura? Nadie pide como respuesta ni el martirio, ni la inmolación.
La respuesta debe ser inteligente, pragmática, ética. Hagamos lo necesario para mirar de frente a hijos y nietos y decirles: “sacrificamos nuestros intereses y le abrimos la puerta a la ciudadanía. Actuamos por encima de nuestras propias ambiciones y salvamos a México”.
Finalmente apelo a los jóvenes. Sé que las prácticas clientelares, la corrupción y la mediocridad que se premia convierten fácilmente a muchos jóvenes en ancianos prematuros. Pero prefiero pensar que aún quedan dentro de los partidos, jóvenes valientes que podrían encabezar este cambio. Que en ellos está el corazón, el ideal, la audacia de soñar que hace falta a la hora de buscar cambios profundos. Por eso los llamo a valorar su propia vocación política, a trascender, a hacer historia. A ellos los convoco, a impulsar fuertemente esta vuelta a la participación política para que, desde adentro, tiren esa puerta que le cierra el paso a los ciudadanos.
Y que las y los mexicanos que queremos un México ganador, fuerte y seguro de sí mismo, reconstruyamos entre todos a la Oposición para salvar a México.
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