El antagonismo es parte fundamental de la mexicanidad. Desde el siglo XVI, a pesar de las tres “transformaciones” históricas, nunca hemos reconciliado a las partes. Menos en este ensayo carnavalesco de la Cuarta Transformación.
Criollos contra indígenas y naturales contra mestizos; mestizos adversarios de los “otros”, sin comprender siquiera la composición binaria de su identidad. Y luego liberales contra conservadores y así todo el tiempo.
Quizá nuestros problemas provengan de no reconocer nuestras partes y así no entender el todo.
Somos los extranjeros de nuestra propia identidad. Nuestra historia es una larga cadena de apasionamientos por la defensa de la diferencia, en lugar de comprender la multiplicidad como parte de la riqueza nacional.
Hoy los mexicanos, históricamente separados, divididos y enconados unos contra otros; ya sean liberales contra conservadores; federalistas contra centralistas, etc., hemos perdido una de las claves para enderezar, por fin, el barco de la confusión: la ley y su cumplimiento.
El catrín odiaba al pelado y éste al fufurufo. Nada nos explica tal la filmografía del rencor disimulado de tragicomedia. Nosotros los pobres; ustedes los ricos.
Sin embargo, al menos en el discurso, los gobiernos han querido siempre exaltar la unidad. No se necesita ser Mariano Otero, quien nos dijo:
“…Debemos conciliar a todos los hombres, reunir a todos los partidos, sofocar el germen de todas las facciones, reconocer todos los intereses, dar garantías a todas las clases y precaver todos los abusos, y sobre estos cimientos y bajo estas bases (será sobre estas bases), atender un grande interés, el de la Nación…”
Parece mentira, pero de este discurso (El acuerdo en lo fundamental, base de la Unidad Nacional), a la fecha, han pasado más de un siglo y medio, mucho más y seguimos sin resolver el problema.
No se soluciona porque el problema es ser mexicano, contradictorio, voluble, veleidoso, inconsistente. No es una cuestión de políticos. Ellos simplemente llevan nuestros defectos nacionales a la cima de la pirámide, pero no construyen esa edificación de contradicciones y funestas dualidades.
Pero la novedad, ahora, es la resurrección de los antagonismos como política de Estado. Hoy los llamados a la división vienen desde la cumbre del poder.
Quizá por eso algunos políticos avezados, han comenzado a bordar sus banderas de campaña con un concepto no invocado en tiempos recientes: la reconciliación.
Por ejemplo, Alejandra del Moral, precandidata en el Edomex por la alianza PAN-PRI-PRD me dijo: la reconciliación nacional comenzará en el estado de México, obviamente cuando ella gane el gobierno. Por eso desde ahora saca la pipa de la paz y dice: yo no puedo hablar de reconciliación y buscar un pleito con el presidente. Vamos a gobernar un año simultáneamente.
Y Ricardo Monreal, sin otro recurso para seguir en Morena, sin seguir con AMLO, habla de la reconciliación. Es otro ejemplo:
“…El Plan de Reconciliación por México surge de la urgencia de frenar ya la percepción de que no podemos vivir en unidad. Gobernar responsablemente para todas y todos, empieza con reconocer el valor y la igualdad de las personas y los grupos culturales y sociales de la nación.
“Queremos la reconciliación por un México: Por un México unido, no dividido, Unir a México en su diversidad es crear una sociedad incluyente, dinámica y productiva. No obstante, existen grupos que siguen enfrentando exclusión, discriminación y desvaloración…”
Sin embargo y más allá de la obviedad de los grupos sufrientes por la exclusión, discriminacióin y demás, el senador omite en su proyecto de lanzamiento político para el 2024, a quienes (o a quien), ha hecho del encono, el insulto, la separación entre el pueblo y los demás, el ritornelo de toda su furiosa acometida verbal cotidiana.
De eso, ni una palabra. No vaya siendo y se enoje de a deveras.
Pero la reconciliación sólo existe –como anhelo– cuando imperan el agravio y el rencor. Como ahora.