A la procesión de casi seis kilómetros entre el monumento a la Independencia y la Plaza de la Constitución de la ciudad de México (islote de cemento, sin águila ni serpiente ni nopal ni lago), le queda grande la palabra marcha, pues ese término sugiere esfuerzos heroicos de conquista, como el Éxodo de los judíos de Egipto, con todo y las aguas divididas del Mar Rojo para lograr la tierra prometida; la Ruta de la Independencia de Hidalgo y los insurgentes en pos de la creación nacional o la hazaña militar de los comunistas chinos cuya movilización duró más de 370 días y cubrió mil 200 kilómetros hasta la conquista del poder maoísta sobre los cadáveres de miles y miles de chinos de una y otra banderas; pero en este mínimo desfile, esta caminata laboral de fieles y romeros, –así participen en ella 500 mil o más acarreados, simpatizantes, devotos, curiosos, periodistas, vendedores de flautas, músicos, pregoneros, danzarines, burócratas, locatarios, taxistas, beneficiarios de programas socio-electorales, ancianos en silla de ruedas; silla de ruedas sin ancianos, madres solteras, solteros sin madre; indígenas, habitantes de tierra adentro y vendedores de jícamas cuyo volumen algunos imaginan de hasta tres millones de personas, como en los tiempos del Papa Juan Pablo II–, no se busca conquistar nada porque quien convoca ya lo posee todo; ya tiene el poder y en él y por él se regodea y más bien se propone una prueba de la capacidad de organización del movimiento cuya voluntad suele ser la suya y cuyo destino también por ser el suyo –irse a la finca La Chingada–, si no logra trasladar su capacidad de cohesión a cualquiera de las corcholatas o “corcholatos” cuya conveniencia de continuidad o maximato moderno, determine la eternidad de un proyecto, cuya naturaleza lo condena a ser siempre eso, un esbozo, una maqueta, una abstracción ideal de la nación, no una concreción política y administrativa, porque eso nada más se consigue en la ortodoxia de las instituciones y no en la flexibilidad conceptual de una colección de frases hechas, útiles para la persuasión en el mitin y la pinta de las bardas, cuya improvisada y ocurrente aplicación, así se llame gobierno, no hace sino implantar un sistema diletante y personalista de resultados paupérrimos, ocultos tras la verborrea cotidiana y el fervor por las leyendas; por la fraseología en lugar de la ideología y el apoyo de la destrucción administrativa por encima de la edificación formal de instituciones públicas eficientes y consecuentes; por eso –por ejemplo—se omiten controles sanitarios sin ton ni son, al impulso de una baratura inalcanzable, y se echa del gobierno a quien era responsable de la existencia de esos controles; todo se basa en la obediencia, en la pertinencia de las impertinencias, pero eso ya se sabe y se conoce, lo único no expuesto hasta ahora es si esta movilización del domingo entrante servirá no sólo como pista de pruebas para este ferrocarril llamado Morena, sino para fines prácticos como una primaria interna (a la manera de los partidos estadunidenses) de los aspirantes a la sucesión, pues de eso depende la próxima Primera Magistratura de la Nación ( así con mayúsculas), pues vistos los padrones de los programas sociales y la dispersión de fondos presupuestales en las familias de este país –85 por ciento de ellas algo reciben–, la elección será en realidad el complemento de la selección; es decir, si el presidente Andrés Manuel selecciona a quien su voluntad disponga, ese o esa (ya la señora anunció abiertamente boda y ambición presidencial), tendrá como encomienda principal y obligatoria, la continuidad del movimiento, lo cual en un sentido lato significa la extensión del mandato por el camino del teatro guignol, porque este desfile no es prueba de la potencia de Morena sino de la propiedad del movimiento y sus canales financieros, los cuales son tan precisos como para ser también los motores de la voluntad electoral, y si hoy, a un año más o menos del supuesto declive del poder, el gran líder puede conmocionar al país con le evidencia de su potencia (vaya insistencia), es para demostrar también hacia sus militantes, aspirantes y similares, la imposibilidad de moverse fuera de los límites de la actual voluntad suprema y soberana; lo cual no significa poca cosa, sobre todo porque las exhibiciones de inconformidad serán numéricamente comparadas (ventajosamente) con la popularidad acumulada, y los millonarios contingentes e acarreados y persuadidos –en número y costo–; devotos y demás del próximo domingo, porque si la movilización no es necesaria, sí es indispensable para mantener el dedo en el renglón mayoritario, exhibir la insuficiencia del adversario (a diario) y machacar, pisar, aplanar cualquier brote más o menos significativo de inconformidad o animadversión, nada más, esa es la naturaleza de los movimientos mesiánicos reivindicatorios de los derechos del rencor; abatir, destruir, no dejar piedra sobre piedra y poner un cimiento inamovible sobre el cual edificar la gran iglesia del futuro (destruirlo todo para edificarlo de nuevo), porque eso implica el sueño de la megalomanía: construir una obra perdurable, un reich de mil años, una verdad indestructible, una Cuarta Transformación de la vida nacional cuyo éxito haga innecesaria una Quinta metamorfosis, porque cuando esta pudiera darse, ya estaríamos todos muertos, difuntos y sometidos al dominio de las cenizas y no quedará entonces de nosotros ni siquiera el polvo de la memoria, esa es la apuesta, ese es el delirante sueño y este es el camino para conseguirlo, porque mientras todas las herramientas del gobierno se enfilan al cumplimiento de tan altos e interminables propósitos, los opositores apenas disfrutan el éxito de la marcha cuyo mérito ha sido precisamente la espontaneidad ciudadana, pero cuyo defecto es la ausencia de un liderazgo arrasador, eficaz, aglutinante del descontento, una personalidad capaz de disminuir el fulgor del actual líder cuyo resplandor acompañará a su corcholata o su corcholato en los años por venir, y si alguno de ellos –el elegido o la seleccionada–, llegara a apartarse del sendero ortodoxo, entonces se le aplicaría la revocación del mandato y con el respaldo del Ejército-contratista en las calles, hasta el 2028, se hará cuanto deba hacer en el 2027, como queda claro para cualquiera con los ojos abiertos al presente y al porvenir.
Rafael Cardona