Hace algunos años Octavio Paz definió con precisión a Carlos Monsiváis, deidad omnipresente en la idolatría intelectual de la Cuarta Transformación: no tiene ideas; tiene ocurrencias.
Hoy, después de sus apariciones constantes en las redes sociales, de su autopromoción en los medios, y su copia oportuna de las posturas axiológica, ideológicas (si así se pudieran llamar) del presidente de la República, del Gran Ministro de la Suprema Corte de Justicia, Arturo Zaldívar, se podría decir algo similar: no tiene ideas, tiene imitaciones.
Veamos:
El lunes pasado, cuando se trataba de fumigar a los posibles manifestantes contra la intervención destructiva del INE con pretexto de una innecesaria Reforma Electoral; el Ejecutivo dijo:
“…En el fondo es una lucha política porque ellos quieren que continúe el mismo régimen de corrupción…
“Y que no se hagan, que no engañen, que no simulen, ese es el fondo, quieren “kratos” sin “demos”. La democracia es “Kratos” y “demos”, es pueblo, “Kratos” es poder, es el poder del pueblo, pero ellos nada más quieren “kratos”, quieren poder, sin demos, sin pueblo. Esa es la diferencia, eso es todo. Son muy corruptos, muy rateros.
“Cómo no van a ser corruptos, cómo no va a ser rateros, si los que impulsan ese movimiento fueron los que apoyaron todo el saqueo que se llevó a cabo en el país en los últimos 36 años, desde el 83 hasta el 2018, 36 años robando, saqueando. Convirtieron a México, en el país, de mayor desigualdad en el mundo… es una cúpula de poder económico y de poder político con achichincles, voceros y despistados aspiracionistas que buscan llegar a ser fifís, y desde luego los medios de información. Entonces, eso es lo que está en el fondo…”
Obviamente tras esa perorata presidencial subyacen los antivalores tantas veces condenados: el racismo, el clasismo, el aspiracionismo; la condición fifí. Ese es el catecismo cuatroteísta cuya exposición –-junto con las dádivas en dinero contante y sonante–, tanto conmueven y persuaden electoralmente al “pueblo bueno”.
Así habló el ministro:
“— (LJ).- “México es un país profundamente racista y clasista que se niega a reconocer esta realidad, afirmó el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, durante la presentación del Protocolo para Juzgar con Perspectiva Intercultural: Personas, Pueblos y Comunidades Indígenas, elaborado por la Dirección General de Derechos Humanos de este tribunal constitucional.
“Desde la Conquista, la Colonia y todo el periodo del México independiente, México ha seguido viviendo, creciendo, desarrollándose con un racismo que pretende ser imperceptible, que trata de ser negado, pero cuya realidad es cada día más viva, potente y que nos grita para que volteemos a verla”, afirmó.
“Señaló que para superar esta situación es preciso que los juzgadores tengan presentes las condiciones de género, socioeconómicas y de discriminación presentes en cada caso.
“Me parece que una de las formas de comenzar a combatir este flagelo es visibilizarlo, es obligarnos a todos y a todas, a las autoridades y a la sociedad, a voltear sobre este fenómeno del racismo.
“A hacerlo visible, hacerlo entendible y a generar la indignación que nos debe generar en todos y en todas, discriminar y hacer a alguien menos, simplemente por considerarnos superiores a ellas o a ellos…”
No se trata de juzgar la certeza de estas palabras. Es cierto. Todo es cierto. Lo notable es la conjunción de los astros, la oportunidad con la cual el ministro se expresa, la imitación de frases casi calcadas del discurso presidencial.
Hoy la contagiosa sabiduría del presidente se extiende hasta la concreción del sueño autocrático:
–¿Qué hora es?
–La que usted diga señor presidente.
Para eso cambiaron los legisladores, 20 años después, el horario de verano.
No hay más hora que la nuestra; el horario de Dios, y el señor presidente, dicen los lambiscones.
Rafael Cardona