Járkov, la segunda ciudad más grande de Ucrania, y Zaporiya, capital de una de las regiones anexionadas ilegalmente por Rusia, han vuelto a ser objetivo de los bombardeos de Moscú. Al menos nueve personas han resultado heridas y también infraestructuras críticas como varios edificios administrativos y una instalación industrial. En el ataque a Zaporiya, se han utilizado misiles S-300, supuestamente antiaéreos y usados para ataques terrestres, y los agresores aseguran haber destruido un hangar militar.
Mientras las bombas hablaban en la exrepública soviética, el secretario el prensa de Vladímir Putin, Dmitri Peskov abría una oportunidad para la paz: «Putin, de hecho, ha estado abierto a las conversaciones desde el principio. El propio presidente lo ha dicho en repetidas ocasiones. En este sentido, nada ha cambiado. Sólo ha cambiado la posición de Kiev, porque la parte ucraniana ha consagrado la no continuación de las conversaciones con Rusia.»
Unas palabras que contradicen la realidad de los ataques rusos. Ucrania teme que el país vecino reabre el frente norte y ataque desde la frontera bielorrusa con la ayuda del ejército de Minsk, una posibilidad rechazada por el presidente Alexandr Lukashenko. Los servicios secretos británicos creen que las noticias sobre una supuesta movilización encubierta y la creación de una fuerza conjunta rusa y bielorrusa son un intento de distraer la atención del Ejército ucraniano.
Rusia lleva días trasladando a población a zonas seguras en una controvertida operación que denomina evacuaciones y que Ucrania llama deportaciones. Moscú acusa al Ejército ucraniano de matar a 4 civiles tras bombardear un puente, algo que Kiev niega.
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