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San Francisco de Asís, ¿Morenista?: Francisco Graue

Publicado por
José Cárdenas

Francisco Graue

 

Ahora resulta que ni siquiera uno de los más grandes santos de la historia se salva de la capacidad manipuladora de AMLO que, viendo el total fracaso de su política económica, decide evocar a la “pobreza franciscana” para ocultar su incapacidad de generar las condiciones que permitan a millones de mexicanos, que hoy viven en condiciones de pobreza extrema, poder aspirar a una vida menos miserable.

Señor Presidente, sí está claro que de economía no tiene ni peregrina idea, al menos déjese ayudar por los que sí saben, pero no se escude en San Francisco de Asís que no tiene vela en el entierro de su administración.

Pero ya puestos a evocar al Santo de Asís, habría que poner en claro algunas cosas:

San Francisco jamás se hubiera permitido incitar el odio de ninguna persona en contra de otra, y dividir a su feligresía, porque él creía que el bien espiritual y terrenal era para todos.

San Francisco jamás se hubiera permitido imponer ninguna ideología para su provecho personal o el de su orden. Sólo lo guiaba la caridad y su amor a Dios.

San Francisco además era un gran trabajador por el bien común, y no se le hubiera ocurrido perder el tiempo en descalificar o insultar a sus semejantes en sermones matutinos interminables.

San Francisco no sólo se preocupaba de los pobres, además hacía lo que fuera por atender sus necesidades materiales y, para lograrlo, no insultaba a los ricos de su ciudad, Asís, sino que los convocaba para trabajar juntos por el bienestar de todos.

San Francisco no quería que los pobres se mantuvieran en su miseria y trabajaba incansablemente para que pudieran superar su condición y construir una mejor sociedad para todos.

 

San Francisco fue un hombre bueno y nunca se permitió un insulto o una descalificación pública hacia ninguna de las personas que no estaban de acuerdo con sus ideas, que eran vistas por muchos con enorme desconfianza. Los convenció con paciencia y ejemplo. Nunca imponiendo sus criterios.

San Francisco vio crecer su movimiento y, al sentirse incapaz de dirigirlo, en vez de denostar a sus críticos, cedió el mando a otros y así garantizó la permanencia de la Orden Franciscana.

San Francisco era muy popular en su tiempo, pero se escondía de las multitudes, le aterraba el protagonismo. Amaba el silencio, la soledad y la reflexión. Callaba antes de tomar una decisión precipitada. Nunca se consideró un líder ni deseó serlo. Su único privilegio fue servir a su prójimo y entre todos ellos, primero a los más pobres. Nunca valerse de ellos.

San Francisco desarrolló relaciones respetuosas con pobres y ricos, con papas, obispos o humildes sacerdotes. Inclusive con el sultán islámico egipcio Al Malik-Al Kamil. Por eso fue respetado, admirado y amado por todos ellos. Tuvo diferencias importantes dentro de la propia orden franciscana, pero nunca se le conocieron enemigos.

San Francisco tuvo grandes fracasos en sus negociaciones con el Papa para que se aprobara la regla franciscana, pero jamás se le ocurrió desconocer la autoridad de la Iglesia a la que había jurado fidelidad. Y bajo las leyes canónicas de su tiempo, lo consiguió con paciencia y respeto.

San Francisco siempre amó a los pobres y jamás los usó para su provecho personal. Se hizo pobre para rescatar a los pobres de su pobreza, no para condenarlos a la miseria perpetua.

Señor presidente, si para justificar a su gobierno y a la 4T tiene que invocar a Hugo Chávez, a Daniel Ortega o a Fidel Castro está bien. Hágalo. Cada vez se parece más a ellos. Pero invocar a San Francisco y a su pobreza, es casi un insulto.

Pancho Graue

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José Cárdenas