El verdadero realismo fantástico no le corresponde a la literatura; le toca al discurso político de los populistas latinoamericanos.
Cuando un hombre dispone frente a la nación la vitrina de cristal donde reposa serena la espada de Bolívar (los chilenos se quedaron con la piocha como fetiche libertario) la cual –por obra y gracia de la oratoria se convierte en la espada del pueblo–, todo es posible.
O como dice Petro, hacer posible lo imposible y esperar la providencial segunda oportunidad sobre la tierra, vedada a todas las demás estirpes condenadas a cien años de soledad sobre la tierra.
Lindo discurso el del señor Gustavo Petro. Emotivo, incluyente, liberador y contundente, en especial cuando aborda los temas fundamentales de la vida violenta colombiana: la pacificación y el narcotráfico.
La guerra contra las drogas está perdida. Quien sabe si pueda haber paz en un mundo mal regulado cuando las drogas sean liberadas. Resulta difícil creer en la bondad de la tolerancia cuando en ese mismo discurso se alude a los 70 mil muertos estadounidenses cada año por el fentanilo, sustancia no producida por los latinoamericanos, como atinadamente dice Petro.
Petro, el hombre de familia, Petro el hombre devoto de la vida; de sus padres; Petro el hombre cuyo verbo promete el, abandono de la muerte y el triunfo de la vida, Petro el promotor de la república del amor; Petro el feminista…
“Los colombianos y las colombianas hemos sido muchas veces en nuestra historia enviados a la condena de lo imposible, a la falta de oportunidades, a los NO rotundos.
“Quiero decirles a todos los colombianos y todas las colombianas que me están escuchando en esta Plaza Bolívar, en los alrededores, en toda Colombia y en el exterior, que hoy empieza nuestra segunda oportunidad.
“Nos la hemos ganado. Se la han ganado. Su esfuerzo valió y valdrá la pena. Es la hora del cambio. Nuestro futuro no está escrito. Somos dueños del esfero y podemos escribirlo juntos, en paz y en unión. Hoy empieza la Colombia de lo posible. Estamos acá contra todo pronóstico, contra una historia que decía que nunca íbamos a gobernar, contra los de siempre, contra los que no querían soltar el poder.
“Pero lo logramos. Hicimos posible lo imposible. Con trabajo, recorriendo y escuchando, con ideas, con amor, con esfuerzo. Desde hoy empezamos a trabajar para que más imposibles sean posibles en Colombia. Si pudimos, podremos. Que la paz sea posible. Tenemos que terminar, de una vez y para siempre, con seis décadas de violencia y conflicto armado. Se puede”.
La naturaleza de estas palabras es la misma en todos los triunfos de la izquierda. Quizá porque es la misma izquierda.
Lo mismo llega al poder en Uruguay un guerrillero, como ocurre también en Colombia. Tupamaros o M-16, lo mismo da. La esfera ha dado un giro.
Si en Perú gobierna un iletrado con disfraz de maestro rural, no importa. Para ayudarle a resolver sus problemas está el secretario de Hacienda de México, quien pausado y paciente le explica cómo cuatro son la suma de dios más dos. Empezar por ahí.
Si en Cuba se exportan recolectores de divisas con bata blanca, México los acoge jubiloso y hasta aviones les manda para ir y volver a la isla. Lo mismo hace este país con sus expertos en incendios petroleros; los despacha a Matanzas a sofocar las llamas, porque allá no tienen ni mangueras.
La “Internacional populista” marcha sobre toda América Latina.
En el club está Evo Morales. También en Argentina el títere Fernández (de la titiritera Fernández), vuela a México antes de tomar el cargo en la Casa Rosada. Con pequeños logros excepcionales, las izquierdas han fracasado tanto como el neoliberalismo, pero a diferencia de la derecha, los populistas saben tocar el flautín de los encantadores de serpientes… o de pueblos.
Así les va.
Rafael Cardona