Mauricio Farah
@mfarahg
Ni poco ni mucho. Sencillamente no debería ocurrir, pero lamentablemente desde hace al menos 15 años es una posibilidad real que se materializa con mayor o menor frecuencia y que está latente en nuestros espacios públicos.
Que una persona esté en una tienda y que repentinamente entren hombres armados e incendien el local, no debería pasar. Un caso es mucho y dos son demasiados. No debería pasar ni una sola vez.
Que alguien vaya en su automóvil, por sus calles de siempre, en su ciudad de todos los días, y que de pronto se le atraviesen hombres armados, lo bajen con insultos y amenazas y luego incendien el vehículo, no debería pasar. Peor aún si es necesario contar las veces que sucedió en la misma ciudad en una mañana. No, no debería pasar ni una sola vez.
Que haya disparos en las calles, que uno se tope con un tráiler incendiándose en un crucero, que se vea correr en tropel a hombres armados, que cualquier persona que vaya por la calle o se encuentre en un negocio o un lugar público cualquiera, corra el riesgo de una bala extraviada, no, no debería pasar.
Que alguien muera porque hombres armados pasaron disparando, porque estaba en el lugar al que ellos iban o porque se detuvo frente a lo que veía, paralizado por el temor o el fuego, no debería pasar ni una sola vez.
Que la gente se refugie en cualquier sitio, que huya hasta su casa, que llore de miedo, que tenga que cubrir a sus hijos con su cuerpo, que sienta la angustia de morir en medio de una inaudita pesadilla, sin entender siquiera lo que está sucediendo, no debería pasar.
Que la gente se encierre en su casa ese día y el siguiente, que se dicte toque de queda a sí misma, y que de pronto se dé cuenta de que su ciudad no es suya sino de quienes mediante la prepotencia de las armas imponen miedo, no debe ocurrir.
Que una comunidad sienta, durante media hora, medio día o media semana que personas desconocidas a las que no ha hecho ningún mal toman por asalto su colonia, su ejido, su barrio, y la hagan sentir ajena y atemorizada en sus propias calles, y que por esto pierda la tranquilidad, la confianza y la certidumbre, no debería pasar en ninguna parte y en ningún caso.
Que la población se sienta indefensa, como si no formara parte de un Estado que se ha constituido justamente para defenderla, representa un atroz vacío en el goce de sus derechos humanos, y no debería ocurrir.
Sin ánimo de incursionar en discusiones de carácter político sino en reflexiones sobre la paz que México merece, cabría meditar en la necesidad de un acuerdo del Estado mexicano, del que todas y todos formamos parte, para asumir juntos el reto de una violencia desafiante.
Los hechos pueden ser interpretados de múltiples maneras, como lo muestran las muy diversas opiniones que han generado, pero es claro que ni la división ni la polarización servirán para enfrentarlos.
(*) Secretario general de Servicios Administrativos del Senado y especialista en derechos humanos.