Aún cuando no es la fecha exacta de la asunción de Andrés Manuel, a la silla –o el trono republicano–, la olvidada ocasión de abrir el periodo de sesiones del Congreso con el Informe del presidente, permite establecer un plazo, en torno del cual el Ejecutivo ha desarrollado una campaña propagandística en los medios electrónicos y demás, realmente delirante y falsa.
El “leit motiv” de toda esa catarata de “spots” casi a gritos y alta velocidad, es la diferencia esencial del estilo de gobierno.
“No somos iguales”, dice la fraseología oficial.
Y en verdad sí hay diferencias notables. Mientras antaño había una presidencia “imperial”, porque el presidente recibía trato de emperador, de testa coronada, cetro y armiño, a cuyo paso doblaban las cervices diputados y senadores en el desfile por el pasillo central de San Lázaro cada primero de septiembre, hoy existe una presidencia total, cuya amplitud cuyo corredor de imperio y desfile, es la nación entera.
Basta escuchar las palabras del lacayuno senador César Cravioto (abyecto, le dijo Ricardo Monreal), quien hizo una profesión de servilismo trepador como pocas veces se había visto aun en los viejos tiempos del repudiado priismo de cuyos métodos de sumisión emergieron los peores usos y costumbres de Morena, pero mal digeridos y peor aplicados.
La fórmula de los meritorios del ascenso fácil (en cuatro patas), es muy simple. Nosotros estamos aquí para servirle al presidente de la República, somos sus validos, somos sus guardianes, somos sus defensores, somos sus siervos. Simple camino para olvidar los cargos de representación popular.
Ante tal exceso servil y el reproche contra quien de esa manera no se conduzca, con Cravioto como guarura presidencial, Ricardo Monreal dio en menos de dos minutos una elegante lección de constitucionalismo y dignidad legislativa.
“a mí la abyección no se me da; soy hombre libre, con criterio propio y autonomía; tengo mi propia vida e historia, y quizá tenga más adversidades en el movimiento que todos ustedes…nosotros no somos el Ejecutivo…somos un contrapeso constitucional…”
Sin embargo, el pensamiento de Cravioto no es una excentricidad. Es una tradición, una receta infalible sobre todo para quienes no tienen pensamientos personales ni convicciones propias. Son los porristas y a veces los porros, los incondicionales, los queda bien, los del cogote de hule.
En torno de esa conducta se construyeron en el pasado muchas carreras políticas. Sí señor.
—¿Qué horas son?
–Las que usted ordene, señor presidente…
Sin esa conducta es poco digna en cualquier persona, resulta un poco menos grave si se trata de los empleados directos del presidente, a quienes, en su muy personal estilo de gobernar desde la confusión y el mareo, el presidente les ha encargado en estos años tareas muy diversas y alejadas de sus especialidades o sus cargos formales.
Se entiende la disciplina de los militares repartidores de gasolina, distribuidores (en teoría) de medicinas, o constructores de obras bancarias; se comprende la docilidad de la Marina Armada cuando los dedican a rastrillar las playas llenas de sargazo o les encargan la restauración del fuerte histórico de San Juan de Ulúa como si fueran el Instituto Nacional de Antropología e historia.
Se entiende. Es disciplina,
Como rigor de obediencia es también –aunque no sea una empleada formal, sino una gobernadora personalmente elegida y democráticamente electa– la disponibilidad eterna de Claudia Sheinbaum ante cualquier orden disposición o capricho presidencial, hasta para apuntalar una terminal de aeropuerto en proceso de hundimiento.
También resultan notable el caso del acomodaticio Alfonso Durazo, quien de seguro tienen tiempo libre después de atender la administración sonorense de la espléndida manera como lo hace, sin oportunidad para la violencia ni el crimen, y puede proyectar la organización de una empresa para el aprovechamiento del litio, aun cuando no tenga la menor idea de ese extraño metal cuyo valor futuro resultará inmenso.
Rafael Cardona