Se está generando un punto de quiebre entre nuestra convivencia como ciudadanos. Como simples y llanos mexicanos. Cada vez es más frecuente que en cualquier acto deportivo, social, de la vida cotidiana o política, el común denominador es la violencia. Este fin de semana, un ejercicio político de MORENA se convirtió en un acto donde la violencia física y verbal fue el mínimo común denominador. Y sin duda, esta escena podría haber sucedido exactamente igual en cualquier otro de nuestros partidos políticos.
La respuesta de Mario Delgado -que insisto, sería exactamente la misma que darían los demás presidentes de otros partidos políticos- fue aterradora: Sí, efectivamente pasó todo eso, pero los otros lo hacen peor.
Es decir, ¿En México, aquel que sea menos ladrón, menos violento, menos corrupto y menos mentiroso es nuestra mejor opción? Estamos viviendo en el engaño total, nuestro problema ya no es ni siquiera el alcance del crimen organizado, ni la corrupción indiscutible de nuestros gobernantes. Nuestra tragedia es la indiferencia ante el dolor de nuestro prójimo, y que tiene como origen nuestro desapego y desprecio por el cumplimiento de la Ley. Hay tantos incentivos para incumplir la Ley, que ésta es ya casi letra muerta.
No sé si el Presidente es un buen abogado o no, pero sí sé que es el mejor antropólogo social de este país. Reconozcamos que es el único político que ha recorrido el país de arriba a abajo, cada ciudad, cada pueblo o ranchería. Ha tenido 20 años para escuchar qué le duele a cada persona, de qué carece, que quiere, a quién odia, cómo ve a sus vecinos, cómo valora a sus autoridades, etc. Sistemáticamente se ha dedicado a entender cómo hablarle a la gente, con qué pausas, en que tono, a qué sentimiento apelar y, sobre todo, sabe distinguir a quién le debe hablar y a quién debe culpar.
AMLO entiende como nadie el país tan inequitativo e injusto que hemos “construido” durante décadas y a muchos mexicanos que claman por venganza ante su miseria y apuestan por un justiciero. Asume así el poder del redentor que tolera los balazos, y abraza a al que desconoce la Ley.
Pero si todo esto no fuera suficientemente grave, es que esta comprensión que él tiene la está usando de forma incompresiblemente perversa. La nueva ocurrencia es la pobreza franciscana ¿Presidente, cree usted de verdad que la pobreza, el hambre y la marginación son virtudes mística? Son una vergüenza.
Nuestra narrativa fundacional como nación parece presentarnos como hijos de una violación histórica. Por eso le reclama perdón al Rey de España.
A la autoridad más sencilla, un oficial de policía, le decimos “poli” y le hablamos de tú, sin ningún pudor ni respeto. No pagamos nuestro predial al amparo de que, si se lo van a robar, ¿Para que pagar? Y así dejamos a miles de personas sin servicios públicos mínimos.
Valoramos antes, el costo de pagar nuestros impuestos, que entenderlos como un nivelador social, como un acto de generosidad con aquellos que no los pueden pagar, porque sencillamente no tienen ingreso alguno.
¿Cuántas placas de autos de lujo no vemos en la CDMX que son del Estado de Morelos para “abaratar” la tenencia? Y así, a falta de recursos, privamos a muchas personas de un trasporte público digno, seguro y de calidad.
El principal error de Felipe Calderón en su guerra contra el crimen organizado fue fortalecer antes al Ejército y a la Marina, que a los jueces y las instituciones impartidoras de justicia. La razón de la fuerza antes que la fuerza de la razón.
Detengamos ¡Ya! esta guerra civil entre mexicanos, estamos más odiando a nuestros enemigos de lo que deberíamos amar a nuestros hijos. Para eso no necesitamos al gobierno, necesitamos conciencia del bien ser. Nada más.
Pancho Graue
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