Juan María Naveja D
Hace unos meses la legislatura del estado de Florida prohibió la enseñanza de definiciones de preferencia sexual en escuelas públicas hasta el tercer grado, una ley comúnmente conocida como “Don’t say gay”. Disney, una de las mayores fuentes de empleo y turismo del estado desde un inicio recibió mucha presión, principalmente de sus empleados por oponerse a la ley. Ante la crítica, Disney mantuvo lo que ha sido su práctica a través de los años de no tomar lados en temas políticos antes de que se aprobara dicha legislación, pero una vez aprobada, se expresó en contra y anunció ciertas medidas para contrarrestarla, la mayor de las cuales es que a partir del próximo año la mitad de los personajes en el contenido original de su plataforma de streaming Disney+ será LGBTQ+.
Como la mayoría de los temas políticos incendiarios, este no nos afecta directamente a la población que no formamos parte de la mencionada comunidad. Generalmente hablando, si no eres LGBTQ+ o vives estrictamente bajo un código ético o religioso que esté vehementemente en contra de la diversidad sexual, los temas de inclusión no te conciernen lo suficiente para tomar un rol activo a favor o en contra. Siendo honestos, la mayoría tomamos el camino más fácil, ya sea apoyar ligeramente con un arcoíris por aquí o por allá si nuestro entorno social lo favorece o lamentar cómo han cambiado los tiempos sin preocuparnos mucho como para hacer algo al respecto.
Desafortunadamente, estamos viviendo una polarización social dramática que nos encasilla en blanco o negro nuestras opiniones, posturas y por lo tanto apoyo a cualquier debate. Por ejemplo, eres AMLOVER o PRIAN, no hay un punto intermedio. En esos mismos términos eres un aliado incondicional LGBTQ+ o un defensor de la familia heterosexual convencional como la única opción válida de vivir. Lo increíble es que ni yo, ni nadie que conozca entra en una de esas dos casillas, pero nosotros mismos nos obligamos a pintar ese color.
Es fácil detectar las estrategias deliberadas de quienes están ética o religiosamente en contra de la diversidad sexual, hacen marchas, lo gritan y condenan, no esconden que simplemente no quieren que exista. Acusar a la comunidad LGBTQ+ de estar coordinando intencionalmente cualquier iniciativa más allá de la aceptación es grave y prácticamente imposible de comprobar. Habiendo dicho eso, tiene uno que estar ciego y sordo para no darse cuenta qué hay iniciativas a gran escala que van más allá de buscar inclusión y representación para los miembros de la comunidad LGBTQ+.
Catalóguenme como quieran, yo espero que todos los miembros de la comunidad LGBTQ+ tengan los mismos derechos y obligaciones que los heterosexuales, pero estoy firmemente en contra de la propaganda que están poniendo en práctica, especialmente cuando va dirigida a menores de edad.
Por su oposición a las leyes en Florida, la fracción más conservadora del legislativo federal estadounidense está amenazando a Disney con quitarle el privilegio ilegal a patentes ilimitadas que ha tenido durante casi 100 años, lo que haría a Mickey Mouse y compañía parte del dominio público legal para que cualquier persona o empresa lucre con su imagen e historia. La noticia es relativamente reciente, pero seguro seguirán otras iniciativas inútiles de boicot. La realidad es que va a ser muy difícil combatir a la compañía de entretenimiento más grande del mundo, somos adictos a sus productos y, globalmente, nos van a convencer de lo que sea que se propongan.
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