No puede, ni la imaginación más fértil construir una mejor imagen, ¿viste?: el automóvil se detiene a un costado a la plaza de la Constitución y de él desciende, con un saco blanquísimo y una falda color rojo Caperucita, afable y desprevenida ante el inminente oleaje del entusiasmo genuino, la señora Claudia Sheinbaum, nuestra eficiente, diligente, exigente, extrañamente guadalupana y cada vez más sorprendente Jefa de Gobierno, mientras un niño, todo bondad, todo oportunidad y pureza casual, le extiende los brazos como una imagen del México párvulo al encuentro de la madre revolución del cercano futuro, y la abraza y ella lo estruja conmovida y lo atrae hacia su pecho y le brinda el mejor de sus rictus de sonrisa, y es así como comienza la mañana del jubiloso y fausto día, con esa espontánea muestra de amor filial de quien no necesita ser hijo real para comportarse con tan grande dosis de afecto, y uno se pregunta, ese niño ¿de quién será?, ¿cómo llegó al Zócalo?, ¿quién lo subió al Metro, lo transportó desde su casa y le peinó sus cabellitos y limpió sus chinguiñitas matutinas y le lavó las orejitas para levarlo a saludar a doña Claudia, quien ha cumplido venturosamente sesenta años de su edad?, lo cual no tiene nada de sorprendente, porque la verdad se mira de menos, no parece una sexagenaria, parece –cuando mucho– como si apenas tuviera 59 añitos, tan bien aprovechados, tan fructíferos en el desempeño de sus muchas responsabilidades al servicio político de su amigo, patrón, consejero, mentor, guía y ejemplo, el señor don Andrés Manuel López Obrador, presidente de los Estados Unidos Mexicanos y adalid de la Cuarta Transformación de México, a quien dios nos proteja y guarde muchos años para mejor fortuna de la patria y engrandecimiento de los campos labrantíos y los diamantes del beisbol, porque no sólo de elotes vive el hombre, pero divago, divago, lo interesante de estos días no ha sido lo ocurrido en el campo tranviario, sino con la inscripción de Terpsícore –musa de la danza–, en las filas de Morena, porque después del saludo precoz, la señora Claudia entró a su edilicio palacete donde la recibieron los pasteles estilo María Antonieta y los trompetazos del mariachi, y eso si cala hasta el alma y estas son las mañanitas y luego, pues todo es mexicana alegría, porque la ocasión amerita el fasto y la fiesta, y venga, y al bailongo, se ha dicho, a mover el cuerpo, –el cuerpazo diría Maxirú–, y no lo va a usted a negar, con cuanta gracia ha bailado esta Maja para sus burócratas en esa improvisada y sorpresiva celebración por su aniversario, realizada en el edificio del antiguo ayuntamiento de la muy noble y leal ciudad de México, pues no se habían visto gracia, ritmo, euritmia tales desde hace muchos años, y ella, vamos al “Noa noa”, y los armónicos meneos con todo y el mariachi, y vaya cosa linda y hechicera es todo este momento de dicha, porque no es posible ocultar, bajo ninguna circunstancia el entusiasmo del pueblo bueno; sobre todo ahora cuando los dados y los hados le podrían ser propicios a doña Claudia quien ha dejado a Isidora Duncan en calidad de minusválida coreográfica, por dios ,cuánta donosura, cuánto salero dirían los calés y las bailaoras de flamenco como “La Niña de los peines”, por ejemplo, y si con esa elegancia actúa en las demás cosas de la vida, pues vamos encendiendo cirios y recitando rogativas por su buena suerte electoral, porque al verla con ese despliegue de armonía uno podría sugerir, decidan la candidatura de Morena no con una encuesta sino en un concurso de baile, ¿se imaginan?, ¿Marcelo con una técnica de oso húngaro o Adán, a quien le corre en la sangre aquel ven, ven, ven, que Tabasco es un Edén, como decía Pepe del Rivero, compitiendo contra esta dama de tan singular cadencia?
Perderían, pues; perderían…
Rafael Cardona