En los primeros meses de la transición después de la embriagadora dicha del triunfo electoral, el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció con platillos y tambores, la celebración de seis Foros de Pacificación, entre agosto y octubre de 2018.
La gran novedad iba a ser (iba) la presencia del Papa Francisco en dichas deliberaciones,
«Va a tener un carácter internacional –dijo en aquellos tiempos–, porque se está invitando a personalidades de organizaciones sociales, religiosas; queremos que participen integrantes de la ONU, defensores de Derechos Humanos.
“Al término de estas consultas, de estos foros… con todos los planteamientos que se hagan se va a elaborar el plan para la seguridad pública y para la reconciliación y la paz en nuestro país.»
Pues si se elaboró algo, fue sin estos elementos, porque los foros se suspendieron. No pudieron ni organizarlos bien.
Era una gran idea, pero todo se hundió en los procelosos mares del fracaso, como suele suceder cuando no se sabe cómo convertir una idea en alto concreto. Y como la organización del asunto le fue encomendada a la actual ministra de la Corte, Loretta Ortiz, pues el naufragio era cosa segura. Pura ineptitud.
Sin embargo, eso no significó una ausencia definitiva del Papa Francisco en los asuntos relacionados con la inseguridad mexicana.
Ayer, con motivo del asesinato de los dos sacerdotes jesuitas en una misión de la Sierra Tarahumara, territorio en manos de los habitantes del “Triángulo de las Buenas Personas”, el Papa intervino consternado por la abundancia criminal en este país. No lo hizo en tonos agradables al oído de la tetramorfósis, pero sí con la contundencia de su palabra autorizada:
«Expreso mi dolor y consternación por el asesinato en México, anteayer, de dos religiosos, mis hermanos jesuitas, y un laico.
Pues con todo respeto, su Santidad, no son tantos. Apenas 121 mil 157. Pero si las cosas no tienen solución, siempre tienen explicación Y mejor aún, justificación.
“Esto de la Sierra de Chihuahua que duele tanto –dijo el presidente–, esto no surgió ahora, viene de tiempo atrás cuando existía un contubernio completo entre las autoridades y la delincuencia.
“¿O el señor éste (el homicida de los sacerdotes y el guía) acaba de empezar su carrera delictiva?, no, y seguramente fue tolerado, y esto lo saben bien los jesuitas, y lo saben muy bien los que viven en Urique, y los que viven en Chinipas, y en Creel, Batopilas, Morelos; saben muy bien cómo se fue creando toda esta organización y el contubernio con autoridades…”
Eso es absolutamente cierto. El contubernio con las autoridades cuyo nudo se iba a disolver con la creación de la Guardia Nacional, sigue vigente.
Por eso resulta difícil entender cómo fue posible la fuga de este asesino, cuyo nombre ya todos conocemos, José Portillo, quien iba a ser capturado (iba) por la Marina, sincronizada con fuerzas locales. Y se les escapó a estas autoridades; no a las de hace tantos años.
La responsabilidad de hoy es de las autoridades de hoy. Si saben de los contubernios, ¿por qué no los desbaratan?
Esto publicó “El diario de Juárez” en abril de este año. De este. no de hace cinco ni diez.
“Elementos de la Secretaría de Marina permitieron la huida de José Noriel Portillo, alias “El Chueco”, el 27 de abril de este año. Bajaron en helicóptero a Cerocahui, pero presumiblemente les falló la ametralladora Minigun Dillon calibre 7.62 y dejaron colgada la escalera por la que descenderían los primeros marinos a ejecutar el operativo.
“Subieron rápidamente la nave y abajo desaparecieron en el monte decenas de hombres integrantes del grupo de Portillo junto con su jefe, que habían sido ubicados en una bodega donde tenían gran cantidad de armas, casi media tonelada de goma de opio pura, miles de cartuchos, cocaína y otras drogas”.
¿Y ahora a quien culpar?
Rafael Cardona