Hoy cuando el verbo presidencial vibra con tonos habaneros en solidaridad con el régimen de Cuba cuya versión “diazcanelista” no es ni siquiera una pálida sombra de los días del valor poderío geopolítico del castrismo legendario durante la Guerra Fría, vale la pena hacer notar –una vez más con el bloqueo–, cómo la izquierda siempre lloriquea por algo.
Obviamente son lágrimas de cocodrilo.
En el caso cubano, serían de “caimán barbudo”, pues no pasa hora del día sin la justificante invocación al perverso boicot yanqui en contra del noble pueblo revolucionario de la isla, pionera en el continente en la proscripción del imperialismo estadunidense, la instauración del socialismo y el decreto del primer territorio libre de América.
Además del aprovechamiento del llanto y los lamentos, la izquierda sabe fraguar las mejores frases políticas, como aquel célebre “No pasarán” de los republicanos españoles cuya sonoridad se apagó cuando quienes no pasaron fueron ellos. Los ecos resonaron 40 años en el Tupinamba.
En un memorable viaje a La Habana escuché a unos metros de distancia uno de los más importantes discursos de Fidel Castro en materia internacional. Lo pronunció a la llegada del Papa Juan Pablo I, casi al pie de la escalinata del avión.
“…Hoy, Santidad, de nuevo se intenta el genocidio (poco antes se había referido a las atrocidades de la conquista y la evangelización forzada, sin pedirle una disculpa histórica), pretendiendo rendir por hambre, enfermedad y asfixia económica total a un pueblo que se niega a someterse a los dictados y al imperio de la más poderosa potencia económica, política y militar de la historia, mucho más poderosa que la antigua Roma, que durante siglos hizo devorar por las fieras a los que se negaban a renegar de su fe.
“Como aquellos cristianos atrozmente calumniados para justificar los crímenes, nosotros, tan calumniados como ellos, preferiremos mil veces la muerte antes que renunciar a nuestras convicciones. Igual que la Iglesia, la Revolución tiene también muchos mártires…”
Nosotros, tan calumniados como ellos.
Y así, en asuntos menos trascendentes, también la izquierda cuatroteísta crea su martirologio, sus héroes y sus villanos. Como muestra basten dos cosas.
La primera, la persecusión grosera de los diputados cuyo voto frenó un proyecto eléctrico del presidente. Fueron calumniados como traidores a la patria ( y a la fe). Y de paso, por contagio, quienes piensen como ellos.
Hasta un discurso de López Mateos falsificaron en medio de sus chilletas.
La segunda, la judicialización de un peritaje incomodo para la regenta de la ciudad de México, Claudia Sheinbaum, quien en su delirante afán por la candidatura presidencial, es capaz no solo de condenar un peritaje encargado por ella para mayor promoción publcicitaria, sino —además— de batir la marca femenil de los cien metros planos, con tacones para emparejar a su patrón.
Pero no solo ha judicializado Doña Claudia el peritaje. También una competencia interna, porque si las ramas del desastre del Metro, del cual hasta hoy nadie es culpable, se dividían entre construcción y mantenimiento, en un irremediable binomio, hoy eso quiere decir: la construcción es culpa de Marcelo y el mantenimiento es asunto sin relevancia.
Pero en lugar de permitir una demostración, la empresa –asertiva y acertada en lo primero, en la historia de los pernos de plastilin–, resullta desconfiable en lo segundo. Es de un cinismo repugnante.
Tan repugnante como haber divulgado, en los días del aniversario luctuoso de quienes murieron en el accidente de la Línea Dorada el nombramiento de la señora Serranía, quien como directora del Metro sufrió derrumbe, incendio e inundaciones.
La han llamado al Comité Externo de Evaluación del Centro de Ingeniería y Desarrollo Industrial (CIDESI), institución del Sistema de Centros Conacyt.
“La Junta de Gobierno del CIDESI aprobó la designación y especificó que es de carácter honorario”.
Esto es un misterio, ¿cómo puede algo ser honorario si recae en quien vive impune, sin honor, en la responsabilidad pública?
Rafael Cardona