Claramente no es un tema nuevo. Lo que me preocupa es que con lo que está ocurriendo actualmente, el ocaso de la globalización y la democracia liberal ocurra como lo escribió Hemingway: “gradualmente y luego de repente” (1926). Veníamos saliendo de la peor pandemia en más de 100 años, con una serie de retos importantes en muchos sentidos -incluyendo los cambios tanto temporales, como estructurales que dejó Covid-19-, y de repente nos encontramos en una guerra que está cambiando el orden geopolítico mundial. Las grandes preguntas de carácter económico que la sociedad se estaba haciendo antes de la pandemia se encontraban alrededor del tema tecnológico, la inclusión y el cambio climático. Tal es el caso de cuál sería el impacto de la adopción de inteligencia artificial -particularmente aprendizaje automático (machine learning)-, la nube (cloud computing) e impresión 3D o de qué manera podemos utilizarlas para disminuir la desigualdad global y parar el incremento de la temperatura promedio de nuestro planeta. Claramente éstas siguen siendo totalmente vigentes. Sin embargo, el mundo ahora pasó repentinamente a repensar el nuevo orden geopolítico y económico mundial que impuso Rusia al irrumpir de manera violenta en Ucrania y la respuesta de occidente, particularmente concentrada en sanciones.
Hoy en día el proceso de globalización se ve amenazado. Llevamos más de treinta años de globalización, que incluyó la liberalización de las ideas y la democratización de los procesos políticos en muchos países. Los logros en materia de reducción de la pobreza desde la caída del Muro de Berlín en 1989 y la incorporación de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2003 hasta nuestros días, han sido muy relevantes. En 1990, el 36 por ciento de la población mundial vivía con 1.9 dólares al día o menos, que es la ‘definición’ de ‘pobreza extrema’ del Banco Mundial. Ese porcentaje se redujo a 16 por ciento en 2010 y a 10 por ciento en 2015, de acuerdo con información estadística de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Con las consecuencias de la guerra en Ucrania, tanto de corto plazo -como la fuerte caída en la producción de granos y cereales en Ucrania-, como de mediano plazo -con la pérdida de oferta global de petróleo, cereales y fertilizantes de Rusia-, y la regionalización del comercio, los precios de muchas materias primas, entre muchos otros bienes, se han incrementado significativamente y es factible que el porcentaje de personas en ‘pobreza extrema’ vuelva a crecer, desafortunadamente.
Los ataques terroristas, particularmente el del 11 de septiembre en 2001 en los Estados Unidos, así como la crisis económico-financiera global de 2008-2009 fueron afrentas importantes a la globalización. Estos eventos dejaron claro que no solo lo bueno se globaliza. Los fundamentalismos ideológicos, así como las crisis económicas también se globalizan. Y por si fuera poco, ahora tenemos claro que también las epidemias se globalizan. Si bien hubo algunos brotes importantes como el SARS 2002-2004, así como la influenza A(H1N1) en 2009, nada como la pandemia de Covid-19. Cabe destacar que todo este proceso se ha dado en paralelo con una creciente conectividad de la población a nivel mundial, no solo con acceso a Internet, sino con la masificación del acceso a esta red global desde los teléfonos móviles 24 horas al día, 7 días de la semana. Este nivel de conectividad tiene una serie casi infinita de ramificaciones. Sin embargo, una que me parece muy importante destacar es que una gran parte de la población se dio cuenta de la gran desigualdad con la que vive el mundo. Si bien existen países en los que existen muchas más oportunidades para poder tener mayor movilidad social, la realidad es que aun así, la desigualdad es rampante.
El percatarse que la desigualdad es tan amplia, en una creciente cultura de “lo quiero y lo quiero ahora” -a pesar de los beneficios de la globalización y los procesos democráticos-, parece que la población ya no tiene paciencia para los largos procesos legislativos y burocráticos para hacer cambios. Quiere cambios y los quiere ya. Por ello considero que el enfoque de la población se ha tornado hacia preferir políticos con ideas más radicales y con cierto aire de autoritarismo, que deja un sazón de que van a actuar, más que pensar
y convencer. Lo peor es que esta cultura de lo instantáneo se ha mezclado con análisis muy someros, apoyados por ‘sesgos confirmatorios’. ¿A qué me refiero? A que, por un lado, nos ha quedado claro que el tener mucha mayor información disponible en Internet no necesariamente ha hecho a las personas más cultas. En economía, muchas de las propuestas de política económica simples, normalmente acompañadas por cierto sentido común, conlleva desafortunadamente a muchas consecuencias no intencionadas. Desafortunadamente, la ignorancia, apoyada por el sesgo cognitivo llamado ‘sesgo confirmatorio’ -en el que “se favorece la búsqueda, interpretación y recuerdo de la información que confirma las propias creencias o hipótesis, dando desproporcionadamente menos consideración a posibles alternativas” (Plous, 1993)-, privilegia las propuestas que plantean soluciones simples a grandes problemas, sin entender que las consecuencias no intencionadas pueden no solo mermar, sino ser mayores que los propios beneficios que se buscan. Así, políticos vuelven a poner en la mesa políticas arancelarias, controles de precio, nacionalización de bienes ‘estratégicos’ para ‘el estado’ y un sinnúmero de ‘atajos’ que lo que terminan haciendo es perjudicar el crecimiento económico y sí, en ocasiones se llega a disminuir la desigualdad, pero es porque se disminuye el techo, en lugar de elevar el piso.
Referencia
Hemingway, Ernest (1926). The sun also rises. Nueva York, NY: Scribner.
Plous, Scott (1993). The psychology of judgement and decision making. Nueva York, NY: McGraw-Hill.
Twitter: @G_Casillas
* El autor es Economista en Jefe para Latinoamérica del banco Barclays y miembro del Comité de Fechado de Ciclos de la Economía de México.