Los próximos diez años serán explosivos en el crecimiento y desarrollo de Estados Unidos y representan una gran oportunidad para México, el problema es que difícilmente se aprovechará si no hay en la presidencia el estadista visionario y si el equipo de gobierno sigue apanicado, aunque tal vez, sus integrantes tampoco tienen la experiencia, los tamaños ni los conocimientos.
En concreto, el presidente Joe Biden logró la autorización de un endeudamiento por un billón 200 mil millones de dólares para emprender un agresivo programa de infraestructura que busca modernizar, carreteras, puertos, aeropuertos, impulsar nuevas tecnologías y todavía busca un billón más para programas sociales, pero eso está por verse.
Estados Unidos va a necesitar de todo, las fricciones que se han registrado con China favorecen el momento para que sus socios comerciales Canadá y México se conviertan en los proveedores de múltiples productos y más importante: que se transformen en un bloque socioeconómico y geopolítico poderoso e influyente.
Estados Unidos renunció al papel de policía del mundo, sus incursiones en Irak y Afganistán dejaron una estela de fracasos, Trump consiguió aislar a la potencia de foros y organismos que controlaba. Con ese panorama, Biden, quien sí conoce al mundo, trata de reencauzar el papel de su país, renovar las alianzas con sus socios estratégicos y hacer llevaderos los vínculos con China, Rusia e Irán. Una tarea gigante que vaya Usted a saber si tendrá tiempo y las condiciones.
Pero antes está la región, donde tiene frentes abiertos que se pueden cerrar por la vía diplomática y con el fortalecimiento de las relaciones comerciales. En muchas áreas con Canadá se habla de tú a tú, con México es diferente porque a estas alturas tienen un mapa claro de la forma de proceder del actual gobierno y es ahí donde hay incertidumbre y desconfianza.
Pero volviendo al programa de infraestructura, solo en mano de obra hay un hecho, la recuperación de Estados Unidos camina hacia el pleno empleo, por lo que le faltarán trabajadores calificados, obreros, campesinos, personal para los servicios; el menú es amplio.
Lamentablemente el gobierno de México está jugando a las caíditas, a la defensiva y al día a día. No hay proyecto de largo plazo, no existe una estrategia ambiciosa para negociar en grande, incluso más allá del TMEC.
López Obrador está embelesado con las remesas, sueña con los 50 mil millones de dólares para este año sin reparar en lo elemental: que es la aportación de mexicanos que fueron expulsados del país por la falta de oportunidades y algo que se va moviendo poco a poco, el creciente rumor de que un alto porcentaje podría tener su origen en el lavado de dinero de grupos criminales que usan el sistema hormiga para trasladar dinero. Este tema en manos de políticos radicales se puede convertir en una bomba de tiempo.
Por eso, el momento es para el gran estadista que vea oportunidades en una crisis de salud mundial, rompimiento de las cadenas de valor, crisis en la producción de industrias, competencia cerrada entre las potencias, relevo de tecnología, logística rebasada, cambio climático y más, mucho más.
En cada uno de esos terrenos México tiene cabida, pero el gobierno sigue estancado en la diatriba, acusando al pasado, con una visión y compañeros de viaje equivocados.
Si el gobierno y los empresarios de Estados Unidos se tienen desgastar en exigir que se cumplan los acuerdos y contratos, la oportunidad se habrá ido, OTRA VEZ.
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