Se trata de una nueva serie de Netflix que se distingue por la lucidez con la que logra hacer el traslado y enriquecimiento de uno de esos conceptos tan insólitos, que pareciera que sólo pueden funcionar en los cómics.
Basada en la obra de Jeff Lemire, esta producción nos presenta un universo en donde la civilización como la conocemos ha quedado al borde de la extinción, debido a un virus cuya aparición coincidió con el nacimiento de niños híbridos, es decir mezcla de humanos y animales.
Aquí lo primero que hay que destacar es como la oscura melancolía que trasmite el estilo “cartoon” enrarecido de las ilustraciones originales del artista canadiense, tienen eco en el contraste entre lo terrible pero profundamente humano de los planteamientos, y las visiones luminosas de colores a veces saturados, dentro de una fábula que, aunque es impulsada por un claro discurso de optimismo y tiene un desarrollo casi festivo, bebe de la ciencia ficción desencantada, y sobre todo de la fantasía tradicional, esa que siempre va acompañada de connotaciones inquietantes y retorcidas.
El presentarnos a un adulto con pasado tormentoso y filosofía derrotista, que ve unido su destino al de un pequeño, cuya inocencia le ofrece un resquicio para alcanzar la redención, incluso aunque se empeñe en rechazarla; es una fórmula que hemos visto ejecutada de manera brillante en producciones que van de León de Luc Besson, a “The Mandalorian”, y que aquí encuentra una refrescante continuidad gracias al carisma irresistible del actor Christian Convery, encargado de interpretar a un niño mitad venado, y la profunda presencia de Nonso Anozie.
Es la honestidad y simpleza irresistible con la que evoluciona su relación, lo que sostiene el relato donde se van encontrando personajes con reminiscencias a obras emblemáticas cómo “El Señor de las Moscas” o “Peter y Wendy”, delineados con los matices suficientes no solo para escapar de los estereotipos, sino para lanzar cuestionamientos sobre la estigmatización, los prejuicios, la familia y la lealtad, entre situaciones que van de lo tribal a la distópico, y de lo trágico a lo divertido, con gente que pretende hacer lo correcto y termina haciendo cosas terribles, mostrando como la crueldad llega a ser impulsada por las buenas intenciones, y validando frases como la que llega en un de los episodios para sentenciar “Que bueno que ya casi no hay humanos”.
“Sweet Tooth” es una encantadora y agridulce puesta al día de los cuentos de hadas, a través de los lineamientos propios de las historias post apocalípticos de infectados, que ofrece una aguda exposición de ineludible vigencia sobre la doble moral, enarbolando un sólido discurso sobre algo aún más importante que la tolerancia, y que es la comprensión.
Esto además de que posee todos los elementos necesarios para cumplir —y con creces— como entretenimiento, ganarse un lugar propio dentro del gusto del gran público y de paso dar pie a un universo mayor.