A kilómetros de distancia se veía venir…
Desde hace alrededor de 20 años Andrés Manuel López Obrador ha estado permanentemente en una campaña política-electoral. Durante todo ese tiempo, nos ha hecho saber que tiene debilidades y fortalezas. Desde hace años, conocemos de su necedad o estulticia. Incluso, ya sabemos lo que va a hacer después de que hace unas semanas fue derrotado moral e ideológicamente por la gran clase media de la Ciudad de México, que está sacando la casta, y enviando un mensaje de fondo al resto del país.
Posterior al sismo de septiembre de 1985, los de la clase media fueron los primeros en voltear a ver a la izquierda, y los primeros en exigir cambios democráticos en el armado institucional de la Capital del país. Fueron los que voltearon a ver a Cuauhtémoc Cárdenas y los que le exigieron un gobierno plural. Por su parte, él atendiendo las características de la política después de haber sido derrotado en la campaña a la Presidencia de la República, y buscar consuelo en el gobierno de la Ciudad de México, le encontraron el candidato idóneo a vencer (Alfredo de Mazo), y años después le entregaron el gobierno de la capital. Cárdenas Solorzano en reciprocidad propició una pacífica y genuina transición política. Incluyó en las jefaturas delegacionales a políticos de todos los partidos, colores y sabores, hasta se dio el lujo de entregarle a la hija de Diego Rivera una delegación por el simple hecho de ser, la hija del famosísimo pintor.
Hasta esa izquierda comprendía el valor de una sociedad que no sólo es fuerte, sino incidente. Qué de manera madura conoce y reconoce a sus políticos, pero sobre todo identifica a quien no le conviene. Que más que apoyar, sanciona. Que más que impulsar (vaya que lo hace y lo hace muy bien), castiga y cuándo lo hace, es firme, determinante. De esta manera se lo hizo saber a López Obrador cuando derrotó a Santiago Creel, por diferencia de unos cuantos miles de votos. Sin embargo no votó a favor de AMLO, votó castigando al PRI, que gobernó su último tramo con dos personajes impresentables, que representaban a una elitista y decadente burocracia priista, Manuel Aguilera y Óscar Espinosa Villareal. En ese entonces aceptó que López Obrador violara la ley, al no cumplir con los años de residencia en la Ciudad estipulados, y lo apoyó cuando Vicente Fox injustamente lo quiso desaforar y enjuiciar penalmente con el fin de negarle el derecho a competir por la Presidencia de la República.
Esa misma clase media que apoyó también a Marcelo Ebrard, ex priísta, burócrata, oportunista, inteligente y negociador; y remató apoyando como nunca en la historia a Miguel Ángel Mancera, y de la misma manera, al segundo año de gobierno le retiró su respaldo, ante la superficialidad e incompetencia de su gobierno; y le manifestó un rechazo firme y profundo (igual que lo hizo con el PRI años atrás), votando en el 2018, por Claudia Sheinbaum y López Obrador.
Sin embargo todos estos gobiernos han pensado que las dádivas y los programas sociales son suficientes para ganar y mantener estabilidad y perpetuarse en el gobierno. Repartir dinero, aprovecharse de la pobreza, utilizando el concepto más básico y elemental de la política, pensando que la compra de voluntades es más que suficiente. Algunos, como Marcelo Ebrard comprendieron que había causas más grandes, y lo aprovechó -la bici, el concepto chilango, las libertades, los espacios públicos, que otros como Mancera lo capitalizaron y lo destruyeron al mismo tiempo. Conceptos, basados precisamente en una clase media aspiracionista, como despectivamente la llama el Presidente de la República.
Hoy, esa clase media que tanto desprecia, es la misma que le está advirtiendo que no tolerará sus excesos, abusos, torpezas, e incompetencia. Sobre todo, que en las pasadas elecciones, igual que en el 2018 ya lo demostró, no importa quién llegue, como sucedió en Álvaro Obregón, Cuauhtémoc, Tlalpan o Coyoacán. Poque más allá de conocer a los candidatos, saber quiénes son, si viven y residen en sus alcaldías, lo más importante era manifestar un rechazo total a Morena.
Es claro que no hay dinero suficiente para combatir este pensamiento, y es evidente que Andrés Manuel López Obrador sigue sin entender porque ganó la Presidencia de la República, pero lo verdaderamente preocupante es que Claudia Sheinbaum no comprenda que está a punto de perder la candidatura y la Presidencia de este país.
El rumor de la salida de Alfonso Suárez del Real y la llegada de Batres, de ser cierto, significaría una necedad que no tiene precio. Si Claudia Sheinbaum decide radicalizarse integrando a su gabinete a un personaje tan repudiado como Martí Batres, reflejaría la incomprensión de la sociedad y una necedad extrema. La población quiere verse y sentirse representada, sin importar colores. Martí Batres representa a los frustrados de la izquierda de los ochentas, a los ultras pseudo marxistas, al populismo como ejemplo mundial de la ignorancia, torpeza y analfabetismo politico como el de sus hermanas, Valentina y Lenia Batres.
Un nombramiento así, alejaría definitivamente a Claudia Sheinbaum de la clase media y pensante, y dejaría en claro que para ella la política solamente es una guerra de clases.
Claudia requiere urgentemente abrir la política a otros actores externos, profesionales, con tablas, experiencia, sensibilidad y prestigio. Qué se identifiquen con todas las clases sociales. Qué demuestren capacidad y sean liberales de verdad.
Pero al parecer los únicos que no lo entienden, son Claudia Sheinbaum y Andrés Manuel López Obrador.
Y no es pregunta.