Las elecciones del pasado domingo en México, que registraron una participación histórica, dieron un mensaje. Los comicios, en los que se ha renovado la estratégica Cámara de Diputados, 15 gubernaturas y 20.000 cargos públicos, fueron planteados como un plebiscito a la gestión de la actual presidencia y a la Cuarta Transformación. Las urnas, sin embargo, han puesto freno a una mayor ambición.
El partido de López Obrador, aunque en los Estados amplía su poder territorial, ha perdido decenas escaños y solo mantiene la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados con ayuda de sus satélites del Partido Verde y el Partido del Trabajo. Pero no un fracaso, como muchos quisiéramos.
Estas elecciones pusieron a contraluz, el raquitismo del que sufre la oposición. PRI y PAN siguen pagando la factura de su ominoso pasado y, aunque crecen, son todavía fuerzas marginales frente a las presidenciales de 2024. Este vacío entraña un peligro para la estabilidad. Una derecha acéfala.
Ahora, la llamada Alianza, necesita ponerse a trabajar, y ahora sí, de una vez por todas, hacer política, basta de chapulineos y “cachondeos” burdos, es momento de hacer política, nadie obtuvo una mayoría, pero su papel, para ser bueno, dependerá de para qué usen lo que veladamente, tienen en las manos.
Aún con el PT de aliado, y si el PVEM quisiera mantenerse como satélite de Morena, al partido del presidente López Obrador no le alcanzaría la mayoría calificada, necesaria para aprobar reformas constitucionales.
El PRI cavó su propia tumba. La incapacidad de renovarse y adaptarse a las exigencias de una nueva sociedad lo ha llevado a cometer un grave error tras otro, quedar al nivel del Partido Verde es como una cachetada la poderío que siempre manejó.
Pero, no se piense que los desaciertos priistas tuvieron lugar sólo en su último sexenio, los clavos que van cerrando el ataúd del otrora partido hegemónico han sido atornillados de manera lenta y continuada. La certeza de haber conformado una sociedad a su imagen y semejanza, el control sobre ésta, las décadas de supuestos triunfos electorales, la fidelidad de su voto duro y su vuelta en el año 2012, les cegaron. La soberbia hizo su aparición, la convicción en torno a su experiencia y el «saber cómo hacerlo», les llevó a pensar que podían recuperar la presidencia y mantener diversas gubernaturas y asegurar, mediante el manejo corrupto del presupuesto, su permanencia en el poder.
La duda sobre si podrían mantenerse en el poder o no, llevó al grupo del expresidente Peña a «asegurarse» un futuro halagüeño vaciando arcas públicas, aunque eso sí, manteniendo estable la macroeconomía como reza el credo neoliberal.
Hoy, las consecuencias de tales acciones: enormes derrotas electorales, no se crea que por ir en “alianzas” y así haber obtenido algo, hay algo ganado.
Un error tras otro, y el ataúd del PRI se va llenando de clavos, hasta convertirse en una estructura hueca falta de recursos, mayorías, militantes, liderazgos, aliados, prestigio, importancia.
Según se vea, yerros y agravios, clavos al ataúd, cabe preguntarse: ¿Tiene futuro el PRI?
Aletia Molina
@AletiaMolina