Sorprende nuestra capacidad para ignorar los grandes problemas que nos afectan hasta que nos explotan en la cara. Sea por ingenuidad, exceso de confianza, miedo o mera indolencia, preferimos mirar hacia otro lado.
Una niña era lastimada cuando se quedaba dormida en la escuela y a otra la sacaban del colegio y trasladaban hasta un lugar donde era violentada. La Defensoría de los Derechos de la Infancia (ODI) de México ha hecho público un aterrador informe sobre el abuso sexual «cotidiano y masivo» a menores, de entre tres y siete años, en 18 escuelas de siete estados del país.
En el texto ‘Es un secreto. La explotación sexual infantil en las escuelas’, se denuncia que algunos de los abusos eran perpetrados por parte de maestros, directivos, personal administrativo e incluso el hijo de uno de los profesores.
¿Cómo podemos explicar la coincidencia de tantos agresores en una misma escuela? Y ¿cómo se explica su actuación conjunta y coordinada?
Un caso en particular generó la alarma y la sospecha de que hubiese más. En 2011, la Procuraduría General de la República contactó a la ODI para solicitar su apoyo para atender a más de 30 niños y niñas que decían haber sufrido abuso sexual en la escuela de Andrés Oscoy, en Iztapalapa.
Los menores describieron situaciones en la que los delitos eran cometidos de manera «visible y masiva» dentro del plantel escolar. Narraron cómo las agresiones se producían en los baños, en la oficina de la dirección, en un cuarto de drenaje e, incluso, en espacios abiertos como el patio de la escuela.
A raíz de ese caso, la ODI investigó otros casos similares que podían ser indicativos de un patrón delictivo. Así, fueron identificados 37 casos con posibles coincidencias y, de estos, solo fue posible conocer con mayor detalle sobre lo referido por las víctimas en 18 escuelas en Ciudad de México, Estado de México, Jalisco, Baja California, Morelos, San Luis Potosí y Oaxaca.
En todos ellos se repitió un mismo patrón: el abuso se cometió por múltiples adultos de manera conjunta y registró «una violencia atípica» y «prácticas aberrantes».
Entre las denuncias, los niños destacan que fueron obligados a presenciar sexo entre adultos, realizarse tocamientos entre sí, participar en «rituales grotescos» o usar disfraces. También hubo indicios de sedación y se les grabó y tomó fotografías durante los abusos sexuales.
¿Cómo un delito de esta naturaleza se comete de manera tan abierta dentro del contexto escolar?
La asociación estima que en 2010, tan solo en México, la explotación sexual de niños y niñas generaba 24.000 millones de dólares anuales, por encima de la venta de armas y solo por debajo del narcotráfico.
Todo esto evidencia que las escuelas en México carecen de supervisión efectiva.
Algunos síntomas y traumas del abuso fueron: trastorno de alimentación, dolor de estómago, infecciones en las vías urinarias, rozadura o dolor genital, enojo, agresión, tristeza, rechazo agudo a la escuela y pesadillas y/o terror nocturno.
Por eso, se nos llenan los ojos de lágrimas al imaginar el horror que estos pequeños puedan pasar al ser usados con fines sexuales, de sus profesores y profesoras, y el cuerpo académico y de intendencia de escuelas, y los comercialicen para que otros o, incluso ellos mismos, abusen sexualmente y, además, de manera grotesca.
El informe pone en su justa dimensión lo que por lo menos se ha denunciado en 7 entidades federativas (CDMX, Edomex, Jalisco, Baja California, Morelos, San Luis Potosí y Oaxaca), donde en escuelas públicas y privadas existe una red de abuso sexual.
Lo descrito en el informe no puede menos que sobrecogernos, al pensar en todas las niñas y los niños que lo viven y en cuántos pueden ser susceptibles de vivirlo y que estén atenidos a la impunidad.
Millones de niñas y niños guardan el secreto y arrastran múltiples secuelas a lo largo de su vida. Tengamos todo esto en mente, estemos pendientes de ellos para mantenerlos a salvo y garanticémosles espacios de confianza.
Aletia Molina
@AletiaMolina