Se aproxima el verano y las incertidumbres sobre los Juegos Olímpicos de Tokio no hacen sino aumentar. Hace un mes el gobierno japonés declaraba el tercer Estado de Emergencia desde que comenzara la epidemia. Algunas de las ciudades más grandes del país, como Osaka o Tokio, sufren un rebrote severo. El Ministerio de Salud ha registrado durante las últimas semanas un número de contagios y hospitalizaciones récord. El ritmo de vacunación es muy bajo: sólo el 2,77% de la población cuenta con una dosis.
Y sólo quedan 70 días para que comiencen los JJOO.
Por la cancelación. Lo que ha generado un lógico nerviosismo entre la mayoría de japoneses. La última encuesta elaborada por el diario Yomiuri Shimbun es significativa: el 60% de los consultados desearía que los Juegos se suspendieran. Otras han apuntado en la misma dirección. Hace algunas semanas, un sondeo de TBS elevaba el porcentaje al 65%. En abril, otro trabajo elaborado por una agencia de noticias colocaba en el 70% a los japoneses favorables a la cancelación o el aplazamiento.
Caso omiso. Nada que perturbe al Comité Olímpico Internacional. Desea seguir adelante con la cita y lo expresa con regularidad. Su vicepresidente, John Coates, se ha mostrado «preocupado» por las encuestas japonesas pero ha reafirmado su compromiso con la celebración, así como el del propio primer ministro nipón, Yoshihide Suga. Sucede que Suga comienza a sentir el aliento de la opinión pública. Su popularidad se ha desplomado y este fin de semana tuvo que aclarar que la salud de los japoneses era «lo primero» y que jamás la supeditaría a los Juegos.
La prueba. Entre tanto, el COI ha ensayado dos pruebas de atletismo para poner a prueba su protocolo de seguridad. El primero, una media-maratón, fue un éxito, sin apenas público y sin positivos entre los participantes. El segundo tuvo lugar ayer dentro del estadio. Tampoco hubo público, lo que no impidió que un centenar de japoneses se manifestaran en las afueras del recinto en protesta por la celebración de los Juegos y exigiendo su inmediata suspensión. A este respecto el COI también ha sido claro: si por algún improbable casual no se pudieran celebrar, no habría aplazamiento.
El gobierno japonés afronta así un dilema cada vez más complejo. La organización afronta ya unos sobrecostes superiores a los €5.000 millones. Sin el retorno económico previsto por la celebración y retransmisión la pérdida sería aún más grande. Pero al mismo tiempo tanto la situación epidémica como mediática presionan por la suspensión. Los dos mejores tenistas de Japón, Kei Nishikori y Naomi Osaka (#2 mundial), han manifestado sus dudas sobre la conveniencia del evento. Y cuesta imaginar a alguien más interesado en su celebración.
A medio gas. En este impás, las autoridades niponas, obligadas a cubrir sus compromisos con el COI y con sus ciudadanos, han optado por unos Juegos disminuidos. Se disputarán, sí, pero no se permitirá el acceso a visitantes extranjeros. Pese a que la vacuna no será obligatoria, el COI ha cerrado un acuerdo con Pfizer para inmunizar al mayor número de atletas. Se realizarán pruebas PCR diarias; se crearán burbujas en la Villa Olímíca para evitar cualquier contacto exterior; y se reducirá el volumen de espectadores (locales) gradualmente (hasta cero, por lo que el gobierno se puede despedir de los $800 millones de recaudación previstos).
Unos Juegos Olímpicos extraños y a medio gas. Hijos de su tiempo. Si llegan. Todo apunta en esa dirección, tanto las palabras del primer ministro como del COI. Pero la voluntad de los japoneses es clara (en contra) y también la de los opositores al gobierno. Hoy mismo el líder del primer partido de la oposición, Yukio Edano, ha abogado por su suspensión ante la posibilidad de compaginar la protección de las vidas de sus ciudadanos y la celebración de un evento global al que asistirán hasta 10.000 deportistas.
Fuente: AP