El ejército de Israel y el brazo armado de Hamas mantienen las espadas en alto, en un combate muy desigual en el que los grandes perdedores son los civiles. La cifra de fallecidos, que no para de crecer, era anoche de 65 en Gaza -víctimas de raids israelíes- y de siete en Israel, por el impacto de proyectiles palestinos.
El miedo, la rabia y el hartazgo son más difíciles de computar, pero la liberal Tel Aviv y la desesperada Gaza se preparaban para no pegar ojo, en otra noche de sirenas y explosiones. Mientras tanto, la convivencia está saltando en pedazos en varias localidades de Israel, de población mixta.
En el caso de Gaza, el pulso se mantiene, después de que la aviación israelí pulverizara ayer -previo aviso- dos grandes bloques, de nueve y catorce plantas, que se suman al de trece plantas destruido el día anterior. Todos ellos albergaban viviendas y oficinas, de medios de comunicación, de oenegés y, según el ejército israelí, de Hamas.
Estos últimos, una vez más, respondieron con distintas salvas de hasta ciento treinta misiles. Ascalón y Sederot, cerca de Gaza, volvieron a llevarse la peor parte, y en esta localidad un cohete mató a un niño de seis años. También Beersheba sufrió varios impactos. A las nueve de la noche, en Tel Aviv, se volvieron a disparar las alarmas.
De forma aún más alarmante, Hamas aseguraba ayer haber lanzado quince misiles en dirección a Dimona, sede del programa nuclear israelí y de su única central atómica.
En Guivatayim, donde anteanoche aterrizó un misil, Shai Amir, de 46 años, se esforzaba en quitarle dramatismo, recordando que hace treinta años los scuds de Sadam Husein les obligaban a llevar máscaras de gas. “Hay que estar atento, para bajar al refugio. Es nuestra realidad y no tengo alternativa, esta es mi casa”.
Aunque Amir admite que sin discusión política “con el enemigo” no hay solución. “La gente de allí abajo (Gaza) tiene que poder vivir en paz y eso es responsabilidad de los gobernantes”.
Estos, en Israel, se congratulaban ayer de haber eliminado a varios cuadros de Hamas, movimiento considerado terrorista por la UE. Entre ellos, el jefe militar en la ciudad de Gaza, Basem Isa, tal como reconoció la propia organización, iniciando un nuevo ciclo de represalias.
Sin embargo, en lo que podría parecer una reedición de anteriores confrontaciones, han aparecido algunas derivas muy inquietantes que arrojan sombras no solo sobre los eternos perdedores, sino también sobre la propia cohesión del Estado de Israel.
Por primera vez desde los años sesenta, dos localidades árabes dentro de las fronteras reconocidas de Israel viven bajo el estado de excepción, patrulladas por cientos de agentes de la ruda policía de fronteras, llegados a toda prisa desde la Cisjordania ocupada.
La presencia de estos agentes en la muy segregada localidad de Lod no logró evitar nuevos episodios de violencia, ahora a manos de ultras judíos, tras varios días en los que extremistas palestinos se habían adueñado de las calles.
En otras localidades, como Bat Yam –al sur de Tel Avi– y Tiberíades, se registraron también actos de vandalismo contra comercios regentados por palestinos, por parte de extremistas judíos.
Las escuelas cerradas, el aeropuerto paralizado y el toque de queda, estrenado ayer en Lod, no son ya producto de la covid –casi historia en Israel– sino de otros virus incubados en los últimos años. El alcalde Yair Revivo habló de “pre guerra civil” después de que una sinagoga fuera incendiada, así como decenas de coches.
El presidente Reuven Rivlin salió en tromba porque en las farolas de esta localidad del centro de Israel la multitud inicialmente solidaria con los cientos de heridos en la explanada de las Mezquitas había sustituido la estrella de David por banderas palestinas.
“Un pogromo”, fue el término utilizado por el primer ministro en funciones, Beniamin Netanyahu, que de madrugada visitó furtivamente la ciudad, en pie de guerra tras el asesinato a tiros, por parte de vecinos judíos, de un padre de familia palestino que participaba en las algaradas.
En más de una docena de ciudades israelíes con población árabe se registraban ayer disturbios después de que las autoridades llevaran a ebullición la tensión comunitaria, gaseando la mezquita de Al Aqsa durante las noches más señaladas del Ramadán.
En un pueblo cercano a Lod, otro misil de Hamas mató a un hombre y a su hija de dieciséis años, que desayunaban antes de la salida del sol para cumplir con el ayuno del Ramadán. Sus familiares se quejaban de que para la población autóctona palestina todo son trabas, incluso para construir un refugio.
En la ciudad de Gaza, el bombardeo aéreo de un coche mató a tres hombres y a una mujer que volvía de comprar pescado. Casi simultáneamente, un proyectil antitanque mataba a un soldado israelí en un jeep, al otro lado de la raya.
En Israel muchos se preguntan a quién se le ocurrió cargar con semejante violencia y gasear la mezquita de Al Aqsa, durante el Ramadán, momento de mayor comunión dentro de la comunidad musulmana. Allí enfrente se levanta la cúpula de la Roca, desde donde Mahoma, según la tradición, ascendió a los cielos.
Muchos de los cientos de jóvenes que resultaron heridos, estaban en pie de guerra desde días atrás, porque el jefe de policía había acordonado el anfiteatro frente a la puerta de Damasco, donde se reunían a tomar el fresco después de la ruptura del ayuno. La prohibición arbitraria tuvo que levantarse, pero, después, la coincidencia con las órdenes de desahucio en Sheij Yarrah y la humillante marcha anual de ultras en el Día de Jerusalén hizo que todo saltara por los aires.
El único rayo de luz es que un mando de Hamas habría insinuado que hay margen para acordar un alto el fuego. Egipto y Qatar, con capacidad de mediación, podrían intervenir más adelante. Mientras, el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, ha instado a que el Cuarteto de Madrid (Rusia, EE.UU., la UE y la ONU) tome cartas en el asunto.
Fuente: La Vanguardia