Llevamos prácticamente dos semanas de campañas electorales con vistas al día 6 de junio donde se renovarán más de 21 mil cargos de representación popular y desde ahora podemos ir adelantando el monumental fracaso cualitativo del proceso.
La frase que hace años acuñó Agustín Carstens sobre la tormenta perfecta, en la que de decía que el conjunto de una serie de condiciones tendría como resultado una catástrofe económica, pudiera ser de la misma manera traspolada y válidamente utilizada en política. Hoy existe una verdadera catástrofe política.
Elites de los partidos políticos patéticas (de todos), abusivos, voraces, insaciables e inconscientes; políticos analfabetas circulando sin sentido declarando por las calles y a los medios de comunicación verdaderas sandeces; muchos encuestadores mintiendo con singular alegría con tal de mantenerse en circulación y en la economía; publicistas que a costa de la sociedad y la política de verdad construyen desde sus despachos campañas de lodo, de generalidades y sin contenido, sin el más mínimo conocimiento de las distintas realidades de nuestro país, sin haber caminado jamás el territorio de cada una de sus regiones. Utilizan redes sociales, pautan y diseñan a candidatos y partidos a sabiendas de que muchos de ellos no sólo son impresentables, sino dañinos y verdaderamente ofensivos para cualquier sociedad. Mientras tanto, los ciudadanos viven desesperados por la situación económica, la pandemia y el hambre que comienza a sentirse.
Si, además de todos estos elementos tenemos un Presidente tóxico. El resultado, campañas políticas sencillamente vergonzosas. No se discute ninguna propuesta, sistema político, servicio público o eficacia en el acto de gobierno. Solo escuchamos banalidades, grillas, intrigas o situaciones nacionales o extranjeras meramente circunstanciales.
En una campaña el contraste sirve para elegir entre distintas opciones, sin embargo hoy nos encontramos en un punto de menos cero, lo que significa que ni siquiera llegamos a las opciones. No existe alternativa, no hay discusión, únicamente vemos y escuchamos gritos y estridencias.
Los candidatos no salen de sus casas, de twitter o de facebook, y los que lo hacen es para armar recorridos de dos o tres cuadras en una colonia. Sabemos perfectamente que esos recorridos, electoralmente hablando, en una campaña son lo más improductivo, porque les toma de 2 a 3 horas (en lo que tocan, les abren la puerta, aceptan platicar con el candidato o candidata, platican con él o ella, entregan una bolsa y volantes, los presentan, recogen peticiones, traen a las cámaras para la fotografía, etc). Ahí no se cosechan votos, los recorridos sólo sirven para la foto o para entrar a territorios «apache» para posicionar una candidatura, pero jamás para hacer política real. Eso se hace reuniéndose con anticipación con la gente y planteando y discutiendo temas particulares. Sin embargo, hoy observamos que todos los candidatos dicen que van a «tierra» y eso significa que recorrieron dos calles. La campaña es su máximo baño de pueblo.
Todo esto se da, porque detrás están los publicistas guiando que los aspirantes se vean «bonitos», con sus camisas bien almidonadas y sus coloridos chalecos, construyendo una narrativa y un discurso que solamente polariza más, generando las condiciones de la contienda detrás de un escritorio. No organizan a la sociedad, no establecen ni establecieron vínculos por lo menos en los últimos tres años, por supuesto que no les interesa conocer más allá de su realidad individual. No se comprometen en crear más allá del discurso oportunidades, empleo, o futuro para las familias, ni siquiera para el crecimiento de la estructura electoral. Por eso salen a recorridos de dos o tres calles.
Claro, y después los dirigentes políticos se preguntan por qué son tan rechazados lo mismo que sus partidos políticos…
Mientras tanto el Presidente López Obrador feliz de ser el único que paga a los siervos de la Nación y compite prácticamente sólo, al puro estilo López Portillo. Todavía es más feliz porque destruyó a casi todos los coordinadores políticos, territoriales y líderes o dirigentes sociales en los estados, municipios y alcaldías. Porque según él, hoy el gobierno se comunica directamente con la población, sin intermediarios. Falacia más grande no puede haber, porque lo que López Obrador hizo, fue destruir la política, eliminar las causas y reprimir. En resumen, controlar.
El marasmo y la mediocridad, es el escenario que le gusta a Andrés Manuel López Obrador, en el que se sabe mover, ganar elecciones y en el que muy pocos compiten.
Es la tormenta perfecta.
Vaya transformación de cuarta.
Y no es pregunta.