Dos niñas juegan ante la mirada atenta de Crawfie, su institutriz. Las niñas son hermanas; la mayor, Lilibet cumplió diez años y le lleva a Margarita, la menor, cuatro. Pese a la diferencia de edad pasan mucho tiempo juntas. Se quieren. A la mayor le gusta el carácter intrépido de la menor, pero sobre todo su sinceridad. La menor se siente cómoda con su hermana siempre alegre, sensible pero que emana un aire de autoridad que la hace sentir protegida.
Esa tarde, de mediados de diciembre de 1936, los juegos terminan rápido, las hermanas prefieren conversar. Su tío, Eduardo VIII renunció al trono del Reino Unido y su padre asumirá bajo el nombre de Jorge VI. La primogénita pasó a ser la heredera del trono.
“¿Quiere eso decir que serás la próxima reina?” pregunta la menor. “Sí, algún día”, responde, la mayor. “Pobrecita”. Y ya no tuvieron más ganas de charlar.
Lilibet como la llamaba su padre es Elizabeth Alexandra Mary Windsor, conocida en el mundo como Isabel II, la monarca más longeva del mundo pero también la que presenció la Segunda Guerra Mundial no desde un palacio sino como parte del servicio Territorial Auxiliar de Mujeres, con el cargo de teniente segunda honoraria y donde se capacitó como conductora y mecánica.
Es la monarca que vio pasar 15 primeros ministros del Reino Unido tan distintos como Winston Churchill, Margaret Thatcher, Tony Blair y el inclasificable Boris Johnson. Es la que se adelantó a su tiempo y creó los primeros eventos solo para mujeres dentro del palacio de Buckingham; la reina invitó en 2004 a representantes de los negocios, arte, literatura, política y moda a cenar con ella en el evento Women of Achievement.
Es la que preside la Mancomunidad de las Naciones o Commonwealth que integran 54 países de todo el mundo y la que en 1953, con la corona recién estrenada, se embarcó en una travesía de varios meses en la que visitó 13 países, llevó 12 toneladas de equipaje y recorrió 70.000 kilómetros por tierra, mar y aire. Es la que lleva más de un millón y medio de kilómetros recorridos. La que siempre viaja con tres atuendos impecablemente planchados, uno de ellos siempre de luto por si al desembarcar la sorprenden con algún duelo o porque no siempre es fácil conseguir ropa elegante al instante; también la que lleva bolsas de sangre británica cuando visita territorios insalubres y jamás olvida su remedio infalible contra el jet lag: caramelitos de azúcar de cebada.
Isabel es la monarca del Reino Unido, Irlanda del Norte, Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Jamaica pero también de las islas Salomón, Antigua y Barbuda y hasta de la pequeña isla de Tuvalu, el territorio más remoto de su reino y apenas a 15 mil kilómetros del Palacio de Buckingham.
Isabel es una de las pocas mujeres de su país que no tiene registro pero que conduce feliz por todas sus propiedades. Es la que recorrió más de 100 naciones pero nunca exhibió su pasaporte porque no tiene. Es que como cada pasaporte británico está emitido en nombre de “Su Majestad” (o sea, la ella), no es necesario que posea uno. Es la misma que aunque por rango no debía pagar impuestos tomó la decisión de hacerlo, a partir de 1993, para mejorar su imagen ante una brutal caída de popularidad y desde entonces tributa al Tesoro un 40% de sus ingresos privados.
Isabel es la niña que nació por cesárea el 21 de abril de 1926 en la casa londinense de su abuelo materno en Mayfair y que sin embargo festeja dos veces su cumpleaños. Uno íntimo y privado el día que nació y otro el segundo sábado de junio en la ceremonia conocida como Trooping the Colour. Un desfile espectacular en el que participan cerca de 1.400 soldados, 200 caballos y 400 músicos, aunque la imagen que todos quieren no sea la de ellos sino la de la familia real saludando a la gente desde el balcón del palacio de Buckingham. Esta tradición empezó en 1748 cuando Jorge II decidió que como había nacido en noviembre los soldados tendrían mucho frío al desfilar y decidió cambiar el festejo para junio. Tradición que todavía se mantiene.
Desde su coronación, Isabel tuvo asistencia perfecta al desfile todos los años, salvo en 1955, que fue cancelado por una huelga de trenes. En 1981, se llevó un buen susto cuando mientras la monarca cabalgaba, un hombre del público le disparó seis cartuchos de fogueo. Isabel montada en su cabello negro, Burmese, se sorprendió por los disparos pero al comprobar que no le había pasado nada, controló al caballo, recuperó su porte y continuó su ruta. Marcus Sarjeant su atacante se proclamaba anti-monárquico, pero cuando cuando le preguntaron por qué lo hizo, respondió simplemente que “Quería ser famoso. Quería ser alguien”. Lo juzgaron con Ley de traición, fue sentenciado a cinco años de prisión y liberado al cabo de tres.
Isabel es la Reina que no pudo decidir su profesión pero sí que se casaría por amor. Se enamoró de Felipe, un apuesto cadete cuando ella tenía 13 años. Era un mal año para enamorarse, la Segunda Guerra Mundial estallaba y Felipe participaba en la contienda en la Guardia Real. Durante ese tiempo la princesa y el marino se comunicaron. Se escribían largas cartas donde la formalidad poco a poco dejaba paso a la intimidad.
Cada vez que a Felipe le otorgaban unos días de licencia lo invitaban unos días en el Palacio de Windsor, aunque el rey Jorge VI no le hablaba y la reina Elizabeth tampoco. Marion Crawford, la institutriz de Isabel contó que “era muy lindo oír a la princesa por los pasillos del palacio cantando sin cesar la canción People Will Say We’re in Love (La gente dirá que estamos enamorados) del musical Oklahoma, pues sin duda era la mujer más feliz del mundo”.
Las misivas siguieron y la guerra terminó. Isabel ya era una mujer con algunos pretendientes de abolengo y alcurnia, pero ella los rechazó. Su corazón era de Felipe y así se lo hizo saber a su padre. A regañadientes, el rey aceptó al candidato con tres condiciones. Felipe que nació como príncipe de Grecia y Dinamarca en 1921 tuvo que dejar sus títulos de nacimiento para ser un ciudadano británico. La segunda condición fue cambiar la religión ortodoxa por la anglicana. Por último debió adoptar el apellido inglés de la familia de su madre, Mountbatten, algo que con el tiempo se convertiría en un problema.
El 20 de noviembre de 1947, dos años después de terminada la guerra, Isabel con 21 años se casaba con Felipe. Lució un vestido realizado por 25 costureras y 10 bordadoras. Para dar el ejemplo pagó una parte con cupones de racionamiento. Por austeridad, los recién casados pasaron la luna de miel en el Reino Unido. No pareció importarles, se amaban.
Isabel es la monarca que debió obligar a su esposo a caminar siempre tres pasos detrás de ella. La que soportaba el malhumor de su marido cuando los fotografiaban y silenciaba quejas con un argumento práctico: “Felipe, solo están haciendo su trabajo. Ahora que te casaste conmigo, tendrás que acostumbrarte”. Es la que supo y perdonó infidelidades, pero mujer práctica al fin argumentaba que “los hombres tienen ciertas necesidades y eso no significa que quieran menos a sus esposas”. Así que dando muestras de la auténtica flema inglesa, las toleraba. Pero también es la reina que aceptó que sus dos primeros hijos, Carlos y Ana, no llevaran el apellido de su padre, pero la mujer que viendo que su esposo se sentía “una maldita ameba” se levantó contra los mandatos y les impuso el apellido paterno a Andrés y Eduardo.
La reina Isabel es la mujer que se dedicó luego de la Guerra a reconstruir la alicaída imagen de su país y que por eso, se perdió ser la madre de Carlos y Ana que dejó al cuidado de institutrices y guardias. Pero es la misma que una vez que sintió que había cumplido con su deber decidió que ahora sí podía ser mamá. Por eso sus hijos menores aprendieron a leer con ella y se durmieron escuchando sus historias.
Isabel es la reina que se mostró imperturbable cuando el Reino Unido entró en guerra por unas lejanas islas que reclamaba un lejano país llamado Argentina. Es la monarca que vio con orgullo como el príncipe Andrés partía hacia el conflicto como piloto de helicópteros. Pero es la madre que respiró aliviada cuando lo vio volver y desde entonces, a donde quiera que va, todavía sigue llevando en su bolso una foto del príncipe Andrés del día que regresó de la guerra.
Isabel es el personaje del que más figuras hizo el museo de cera Madame Tussaud de Londres: 23. La que mandó su primer email desde una base del ejército en 1976, cuando Internet todavía se llamaba Arpanet y la que hoy se comunica con sus nietos por mensaje de texto.
La que se enteró de que era reina no en la opulencia de un castillo sino mientras estaba subida a un árbol. Se encontraba de visita en Kenia cuando le dieron la noticia de que su padre, el rey Jorge VI, había muerto. El lugar exacto es un hotel construido sobre árboles en el parque de Aberdare.
Isabel es la reina que tiene un título tan largo que no podría entrar en ningún formulario común: Isabel II, por la Gracia de Dios, del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y de sus otros Reinos y Territorios Reina, Jefa de la Mancomunidad de Naciones y Defensora de la Fe. Pero a la que su padre llamaba Lilibet, que se refiere a sí misma como “Tillabet”, a la que su marido apodaba “Repollo”, a la que su primogénito le dice “mummy”, sus nietos los príncipes William y Harry le dicen “granny”; y sus bisnietos la denominan como “gan-gan”.
La monarca Isabel es la dueña de todos los delfines, ballenas y esturiones a tres millas de la costa del Reino Unido y además de todos los cisnes del Támesis. Pero sobre todo es la fanática de los caballos desde que su abuelo el rey Jorge V le regaló su primer pony, un shetland llamado “Peggy”, a los cuatro años. Después siguieron muchos más. Hasta casi los 90 años siguió montando en ponis de raza Fell. Mientras pudo montó caballos de carrera, como Aureole, el primer caballo que heredó de su padre y que crió personalmente. Adoró a a otros cuatro caballos de carreras: Highclere, Doutelle, Phantom Gold y Estimate.
Isabel es la monarca de una de las naciones más poderosas del planeta, pero que aunque reina no gobierna. No tiene derecho al voto, no puede postularse en elecciones, no puede opinar sobre qué candidato o partido le gusta más. Cumple un papel ceremonial que incluye la apertura de cada nueva sesión del Parlamento, otorgar el paso de legislaciones, y aprobar órdenes y proclamaciones del consejo británico. Y pese a que no gobierna cada vez que algo sale mal, sus súbditos culpan al gobierno pero si sale bien gritan orgullosos “Dios salve a la Reina”.
Isabel es la persona que puso de moda la expresión latina “annus horribilis » para referirse 1992, el año de las separaciones matrimoniales de tres de sus hijos y del incendio del castillo de Windsor. Porque podés tener coronita y vivir en un Palacio pero las rachas malas no hacen excepciones entre royals y plebeyos.
Isabel es la reina que se casó por amor pero aceptó que su primogénito se casara por obligación con una muchacha de rostro dulce y sumiso que en poco tiempo se convirtió en reina de corazones e hizo tambalear todos los protocolos. Es la madre que vio que su hijo favorito, el que había vuelto de la guerra convertido en héroe poco a poco se convertía en un cabeza hueca al que le gustaban las chicas voluptuosas, que fue un pionero del poliamor con su esposa y con amigos bastante impresentables. Pero cuando uno de esos amigos es Jeffrey Epstein, quien está preso por violación y tráfico de menores, la cosa cambia. Isabel podía perdonarlo como madre pero no como reina. Así obligó a su favorito a renunciar por un plazo indeterminado a sus funciones para evitar dañar la imagen de la monarquía.
Isabel es la mujer conocida por sus perros corgi, una raza que empezó a criar desde su cumpleaños número 18, cuando recibió una corgi llamada Susan y a la que se le atribuye la creación de una nueva raza de perros, llamada Dorgi.
Isabel es la mujer que cuando en 1982, Michael Fagan, un hombre con problemas mentales saltó las vallas del palacio de Buckingham, trepó por el edificio y logró acceder a su dormitorio, ella simplemente lo miró y le dijo “Creo que se ha equivocado de habitación “. Luego de eso se quedaron charlando sobre su vida conyugal y la curiosa coincidencia de que ambos hubiesen tenido cuatro hijos. Fue el tiempo que tardaron en llegar los empleados para detener al intruso que terminó en una institución mental mientras la reina pidió su té preferido, el popular Earl grey.
Isabel es la señora que cumple 95 años en una increíble forma física y que heredó la longevidad de su madre que falleció en el 2002, a los 101 años. La que bebe un cóctel de ginebra por la mañana, un vaso de vino a la hora de comer, y otro de champán por la noche. La que lejos de gastar fortunas en cremas anti envejecimiento usa productos populares, se aplica lápiz labial en público y siempre se mantiene protegida de los rayos del sol.
Su padre, el rey Jorge VI, solía decir, “Lilibet es mi orgullo. Margaret mi alegría”. Los británicos comparten ese orgullo.
Hoy, sola y sin su compañero durante 73 años, con su familia enfrentada y en crisis, no piensa en abdicar. Estar sentada en el trono -con sus obligaciones, estrictos protocolos y deberes- la única vida que conoció desde sus 25 años cuando fue coronada reina.
Fuente: Infobae