Si se excluye a las mujeres, se excluye la paz. Esa es una enseñanza histórica ampliamente documentada y cuenta con numerosos ejemplos de cómo las mujeres han sido impulsoras fundamentales de los procesos de pacificación y de la recuperación postconflicto. El hecho de que tiendan a gastar sus ingresos en alimentos, atención médica y educación (ONU Mujeres, 2012), por ejemplo, habla de por qué su papel es clave para el logro de la seguridad alimentaria y el mantenimiento de la paz social.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), procurar que las mujeres sean las primeras beneficiarias de la ayuda alimentaria y ayudarlas a cultivar y recolectar las cosechas puede contribuir significativamente a mejorar la resiliencia de las familias y a consolidar la paz.
Para el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) es importante fomentar la participación de las mujeres y mejorar sus condiciones en todos los ámbitos del sistema agroalimentario, pues su empoderamiento económico, su participación en la toma de decisiones sobre la gestión de los recursos naturales y su formación académica y desarrollo profesional en el campo agrícola beneficia directamente a toda la sociedad.
“Admiro a mis compañeras que también están en el campo de la investigación agrícola y combinan su profesión con otros papeles: son amas de casa, madres, esposas, hijas. Y por eso cuando los productores, los técnicos, se acercan a ti y te preguntan cómo se hace algo o cómo logré que un productor adoptara la Agricultura Sustentable, pues llena de orgullo y de satisfacción porque se rompe el paradigma de que solamente los varones pueden incursionar a estos temas de agricultura”, comenta Carolina Cortés, coordinadora técnica del Hub Pacífico Norte del CIMMYT.
En la experiencia de diversos colaboradores de la red de innovación del CIMMYT, las motivaciones de muchos varones para adoptar prácticas sustentables se centran mayoritariamente en los efectos de los insumos en la calidad de los suelos, mientras que las mujeres se interesan por el impacto ambiental y en la calidad de los alimentos por el uso de diversos insumos (por lo que las opciones agroecológicas son muy bien recibidas por las agricultoras).
Lo anterior es significativo porque reafirma que la óptica de las mujeres es fundamental para la seguridad alimentaria y la nutrición en el hogar —bases de la paz social—, de ahí que sea prioritario desarrollar en ellas capacidades para la adopción de prácticas sustentables que además les faciliten las actividades en campo pues, cuando las mujeres adoptan nuevas tecnologías, las normas de género y las relaciones de poder pueden cambiar y equilibrarse.
Un ejemplo de lo anterior es Nigeria —donde prevalecen poderosas normas de género que favorecen a los varones—, país africano en el que investigadores del CIMMYT han documentado cómo a partir de capacitación e introducción de semillas mejoradas las mujeres de ese país están ampliando su espacio de toma de decisiones y redefiniendo su papel en la economía: de acuerdo con estas mujeres, las variedades mejoradas de maíz han sido fáciles de adoptar, tienen mayores rendimientos y maduran rápidamente, lo que significaba que los flujos de ingresos comienzan antes, les ayudan a cubrir los gastos domésticos a tiempo y les permiten garantizar la seguridad alimentaria de sus hogares.
Con diversos proyectos en África, Asia y, por supuesto en América Latina, el CIMMYT impulsa el desarrollo de capacidades en productoras, técnicas e investigadoras. Como señala Carolina Cortés —quien es técnica certificada en Agricultura Sustentable—, la educación es fundamental para cerrar la brecha de género y, aunque el proceso sigue siendo lento, el incremento de la oferta académica relacionada con la agricultura ha contribuido a avanzar en la normalización social de la participación de las mujeres en el campo: “en años recientes hemos visto que la incursión de mujeres en temas agrícolas es más frecuente. Me ha tocado visitar universidades y ver que hay muchachas que ya están involucradas en estos temas (…) y que te vean a ti como ejemplo da mucha satisfacción”.
En México, donde se estima que las mujeres representan el 34% de la fuerza laboral en el campo y son responsables de más del 50% de la producción de alimentos, es fundamental contar con agentes de cambio que, como Carolina, trabajen para fortalecer las capacidades de otras mujeres para actuar en los procesos de desarrollo y cohesión social pues, finalmente, el empoderamiento económico de las mujeres contribuye en gran medida a la estabilización de las sociedades y a la consolidación de la paz.