Ayer el mundo celebró el Día Internacional de la Mujer, que la Organización de Naciones Unidas (ONU) reconoce desde 1977. Muchas veces he pensado que es incorrecto celebrarlo, dado que deberíamos de celebrarlo todos los días. Sin embargo, me queda claro que se celebra debido a que a pesar de los avances significativos que la humanidad ha logrado en materia de equidad de género, todavía hay un sinnúmero de retos que enfrentar y muchos vicios y prejuicios que erradicar, empezando por enterrar el cuasi-hecho de que para muchos el patriarcado existe “desde siempre”.
La humanidad lleva muy poco viviendo en una sociedad patriarcal. Nuestra especie no siempre ha vivido bajo este esquema. En este sentido hay tres hitos que el consenso científico nos ofrece para darnos una idea sobre cuántos años ha vivido la humanidad bajo este paradigma: (1) Nuestra especie, homo sapiens, lleva alrededor de 300 mil años de existencia (Scerri, et al, 2018); (2) si bien la mayoría de los antropólogos coinciden en que las sociedades patriarcales en diferentes regiones de la Tierra fueron emergiendo en diferentes épocas, las más antiguas datan del descubrimiento de la agricultura (Lerner, 1986); y (3) si bien se sabe que la humanidad recolectaba y comía granos desde hace más de 100 mil años, los primeros indicios de actividad agrícola se han encontrado a partir del periodo neolítico, hace poco menos de 10 mil años. Así, la humanidad solo ha vivido cerca de 10 mil, de los 300 mil años de existencia bajo un esquema patriarcal, es decir, menos del 4 por ciento de la historia.
Desafortunadamente la sociedad nos ha hecho pensar que este es el esquema “de siempre”. En este sentido, nuestra sociedad ha estado influida significativamente tanto por el pensamiento griego, así como varias religiones. Por un lado, por ejemplo, uno de los ‘grandes pensadores’ de la antigua Grecia, Aristóteles, veía a la mujer como inferior al hombre, física, intelectual y moralmente y que por ello su rol en la sociedad se limitaba a la reproducción y servir al hombre (Bar on, 1994). Por otro lado, las religiones han profundizado significativamente la falsa idea de la superioridad del hombre sobre la mujer. Sobre todo el Confucionismo -en donde se proclama que los principales valores de la mujer son la lealtad y la obediencia y se dicta que la mujer debe de obedecer a su padre antes de casarse, a su esposo, si contrae matrimonio, y si enviuda, a su hijo varón mayor-, así como a las principales religiones provenientes de Medio Oriente (e.g. judaísmo -hace ~4 mil años-, cristianismo -hace ~dos mil años-, y el islam, creado hace menos de dos mil años), en donde prácticamente se excluye a la mujer por completo de la conversación directa con Dios.
No se trata de ser iguales -claramente no lo somos-, sino de que todos tengamos los mismos derechos. Desafortunadamente, por ejemplo, las mujeres tienen derecho a voto desde hace muy poco. En Nueva Zelanda -aun cuando no era una nación independiente-, se otorgó el derecho al voto a todas las mujeres en 1893, siendo el primer lugar en donde las mujeres pudieron votar libremente y sin condiciones. Después, destaca Finlandia, que en 1906 aprobó el sufragio universal sin distingo de sexo, así como Rusia en 1917, Reino Unido en 1918 y los Estados Unidos, en donde se otorgó el derecho a voto a las mujeres en 1920, a pesar de que todavía existían restricciones para mujeres afroamericanas y descendientes de comunidades indígenas. En México no fue hasta 1955 que las mujeres pudieron emitir su voto. Sin embargo, fuimos mucho más progresistas en este sentido que Suiza, en donde se otorgó el derecho a voto generalizado a mujeres hasta 1971. En las monarquías de Medio Oriente, el derecho a voto para las mujeres ha ido evolucionando desde que Omán lo otorgó en 1994. De hecho, Arabia Saudita otorgó a las mujeres el derecho a voto y a postularse para cargos públicos apenas en 2015.
Desafortunadamente lo peor no es el diferencial en cuanto a derechos -que es grave per se-, sino la violencia de género. En este sentido, considero que dos estadísticas ayudan a crear consciencia sobre el sesgo que hay de violencia en contra de las mujeres: (1) El 90 por ciento de las personas que asesinan a otras personas son hombres, de acuerdo con datos de la Oficina de las Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito
(UNODC); y utilizando la información de la misma fuente (2) la mayoría de los hombres asesinados sufren este destino de la mano de personas desconocidas, mientas que cerca del 50 por ciento de las mujeres asesinadas son privadas de su vida por personas cercanas a ellas (e.g. parejas, esposos, exnovios, exesposos).
Todo esto ha propiciado también que existan brechas de género muy relevantes en el terreno laboral, en donde en la mayor parte del mundo se observa una mayor cantidad de hombres liderando los puestos directivos y de gobierno, así como las brechas de salario, en donde mujeres desempeñando puestos con responsabilidades prácticamente idénticas a los hombres, perciben un menor ingreso. Es por todo esto que las ‘Acciones Afirmativas’ -como los requerimientos de un porcentaje mínimo de mujeres en ciertos procesos-, son políticas temporales que debemos poner en práctica para ir desterrando la inequidad de género.
Referencias
Bar On, Bat-Ami. Engendering origins: Critical feminist readings in Plato and Aristotle. Nueva York, NY: SUNY Press, 1994
Lerner, Gerda. The Creation of Patriarchy. Women and History. Oxford, Reino Unido: Oxford University Press, pp. 8–11, 1986
Scerri, Eleanor M. L., et al. «Did Our Species Evolve in Subdivided Populations across Africa, and Why Does It Matter?». Trends in Ecology & Evolution, 33(8), agosto 2018, pp. 582–59
Twitter: @G_Casillas
* El autor es director general adjunto de Análisis Económico, Relación con Inversionistas y Sustentabilidad de Grupo Financiero Banorte, presidente del Comité Nacional de Estudios Económicos del IMEF y miembro del Comité de Fechado de Ciclos de la Economía Mexicana.