Durante más de 10 meses hemos venido escuchando, viendo, leyendo y padeciendo acerca de lo mucho que está significando la pandemia del COVID-19, en el mundo, en México y en Jalisco, pero quienes -para bien o para mal- lo hemos y/o estamos padeciendo en carne propia, en familia y con amistades, compañeros o simples conocidos, los traumas y el dolor resultan por momentos inenarrables.
Pues una cosa es estar informados y hasta prevenidos, y otra muy diferente “toparte” con el mal dentro de tu propia familia y persona.
Los desplazamiento y estancias en áreas médicas resultan sofocantes, por decir lo menos, pero no quiero omitir y destacar lo gratificante que ha resultado ver a los miembros de esos pequeños ejércitos de “guerreros de la salud” moverse ágilmente, con maestría y a la carrera, con tal de poder atender a los cada vez más contagiados que por momentos nos acumulamos en un hospital, clínica o consultorio, mismos que somos atendidos con disposición y el equipo que se encuentra a su alcance, que aunque no es poco, sí resulta insuficiente ante la demanda existente.
Desde siempre el Hospital Civil “viejo”, cuya construcción inicio hace 230 años aquél Obispo visionario y piadoso que fue Fray Antonio Alcalde, es reconocido por los pacientes locales -sin distingo de enfermedad- y por los de toda la región de Occidente, también conocida en su momento como la Nueva Galicia. No obstante, de unos años a la fecha parte de mi familia se integró al trabajo que implica capacitar, aprender, atender y ahora a ser atendidos en diferentes áreas, con todos los asegunes que implica escuchar sus historias diarias y por momentos desesperantes. Pero lo que es hoy, y en particular la zona COVID-19, la verdad es que se lleva las palmas…así, sin nombres, porque es un trabajo de equipo, en el que todos y cada uno de los que ahí se desplazan están dando mucho más que su tiempo extra, su destreza y demostrando su vocación y amor al prójimo.
La institución como tal merece mi respeto y reconocimiento, al igual que nuestra alma máter, patrocinadora desde todas las formas del trabajo que ahí se viene realizando, ahora ya también con el trabajo juvenil de los miembros de la FEU.
El poder de Dios y la grandeza de la humanidad nunca dejarán de sorprenderme. Cierto es que cuando “algo nos aprieta” es cuando buscamos el apoyo espiritual con mayor asiduidad, ojalá que esta dura lección nos sirva entre otras muchas cosas para darnos cuenta de la importancia de la búsqueda por alcanzar el desarrollo humano integral (cuerpo, alma y espíritu), pues sin ello la vida no es completa…y la felicidad tampoco.
Fuente: https://www.informador.mx/