La covid-19 ha puesto en jaque a los gobiernos. Los bloques de poder han sufrido los devastadores efectos de la pandemia, y tanto ellos como sus actuaciones han sido cuestionados. La carrera por las vacunas se ha convertido en la nueva carrera espacial: una pugna por la afirmación de la hegemonía mundial donde todos los actores políticos buscan protagonismo. Estados Unidos confía ahora en mantener su estela de poder con las de Pfizer, y Moderna y Reino Unido anhelan recuperar algo de su influencia con la de Oxford y AstraZeneca. Pero, ¿qué hay de Rusia?
Hasta el estallido de la pandemia, Rusia parecía estar más preocupada por sus asuntos internos que exteriores. Sin llegar al componente autárquico, el gigante intentaba ejercer su influencia mundial de manera discreta, centrándose más en asuntos nacionales. El gobierno populista de Putin llevaba tiempo intentando celebrar un referéndum para, entre otros asuntos, realizar una serie de enmiendas a la constitución vigente y así mantenerse en el poder más tiempo. El referéndum estaba inicialmente programado para coincidir con el 150 aniversario del nacimiento de Vladimir I. Lenin.
Llegó la pandemia y todos los planes de Putin se vieron truncados. Los dos eventos que debían reafirmar el liderazgo del gobernante ruso (el referéndum y un grandioso desfile para conmemorar la victoria en la Segunda Guerra Mundial) se vieron aplazados. Para más inri, según avanzaba la pandemia, la tardía reacción de Putin, la incesante cifra de muertos y las penurias económicas derivadas de la situación hacían que los niveles de confianza ciudadana en su gobierno decrecieran a marchas forzadas.
La situación era frágil y despertaba críticas, tanto internas como internacionales, sobre la falta de medios de los sanitarios y la precariedad del sistema de salud (críticas comunes, por otra parte, a la mayoría de los países). El gobierno de Putin necesitaba un hito, un acontecimiento para contrarrestar la situación, restituir su liderazgo en casa y asentar una posición dominante en la hegemonía mundial.
Es en estas circunstancias cuando llega la vacuna Sputnik V, la primera en ser registrada, que llevaba unos meses siendo desarrollada por el Gamaleya Institute de Moscú. El nombre, evidentemente, no es casual pues hace referencia a la carrera espacial y traslada a uno de los momentos de mayor gloria política, científica y cultural del país, que le otorgó ventaja e influencia mundial, y que espoleó a toda la ciencia en lo que se conoció como “momento Sputnik”. Con este nombre, Rusia intenta retrotraerse a una época de gran influencia cultural y política, una referencia nostálgica a un pasado poderoso.
Poco después de registrar la vacuna, surgen ya las primeras voces críticas. En la propia revista científica The Lancet donde los resultados de las fases 1 y 2 de la vacuna fueron publicados, se recogen varios comentarios negativos de otros tantos expertos. Estos aluden principalmente a dos ideas: que la vacuna de adenovirus rusa está siendo sobrestimada por sus creadores, cuando los resultados no son aún fiables, y que, en esta frenética carrera por desarrollar la vacuna, los rusos se están saltando pasos en el procedimiento habitual, lo que conlleva problemas éticos.
Sin duda los porcentajes de eficacia de la vacuna Sputnik V, tal y como ha sucedido con el resto de vacunas, han sido publicados con premura cuando la vacuna se encontraba en ensayos masivos de las fases 2 y 3 en la mayoría de los países y ha habido algunas dudas sobre su efectividad, como noticias sobre sanitarios vacunados que luego se contagiaban.
Es también cierto que los resultados publicados de eficacia aluden a muestras de población muy pequeñas y que el hecho de que fueran publicados inmediatamente después de los americanos puede despertar cierta sospecha.
Sin embargo, al contrario de lo que alegaban las críticas, Rusia parece estar siguiendo todos los pasos del procedimiento habitual.
El artículo de The Lancet en septiembre hacía referencia a que la vacunación masiva se implementaría con mucha celeridad, cuando es ahora cuando ha comenzado la campaña (a la par que en Reino Unido), y expresaba las preocupaciones éticas derivadas de que Rusia estuviera requiriendo una especie de voluntariado obligatorio para probar la vacuna. El profesor Charles Weijer ya expresó la importancia de respetar unos postulados éticos firmes para que los voluntarios estén bien informados antes de prestarse a ser inoculados con la vacuna. Además, Rusia no es ni de lejos el único país que recluta voluntarios.
No obstante, no se pueden obviar las denuncias por falta de transparencia en el gobierno de Putin. Según informan algunos medios europeos, el mes pasado el Ministerio de Sanidad prohibió al personal sanitario comentar la situación de la pandemia sin autorización oficial. Además, aunque no hemos podido encontrar evidencias de que los voluntarios hayan sido obligados, sí ha habido clamores consistentes de que al menos han sufrido presiones . Por último, la vacuna Sputnik V no ha sido sometida a ninguna prueba de organismos independientes desvinculados del gobierno ruso.
La dificultad de encontrar noticias claras y veraces sobre Rusia hace de las acusaciones de falta de transparencia una realidad bastante constatada. Sin duda, los bulos que intentan minar la influencia del país son algo habitual. Con todo, el Gobierno ruso podría contrarrestarlos con una información estatal veraz y cristalina sobre la situación de la pandemia en Rusia y sobre el estado de la vacuna.
Es indudable que la vacuna rusa ha suscitado críticas, algunas de ellas muy certeras, y no es la única. Sin embargo, teniendo en cuenta la acuciante necesidad mundial de vacunas contra la covid-19 y que cada una de las que muestre eficacia tendrá impacto positivo para algún país, quizá se ha pecado de exceso de suspicacia con respecto a la rusa. Recordemos que no estamos en una carrera con un solo ganador.
Fuente: https://theconversation.com/