¿Estamos cansados de la tierra? ¿O la tierra está cansada de nosotros? ¿Nos hemos provocado esta plaga que envuelve el planeta? ¿Cuántos millones más sucumbirán? ¿Tendremos que vivir con protecciones por muchos años más? ¿Cómo será la convivencia de ahora en adelante? Estas y muchas preguntas más nos hacemos, y me temo que por el momento no habrá respuestas.
Quienes hoy habitamos y respiramos en este planeta jamás pensamos en cruzar por un mar tan embravecido como el que vivimos. Surcamos casi a ciegas, porque las informaciones sobre virus, cepas, prevenciones, curaciones, alimentos, vitaminas, medicinas, vacunas, hospitales, etc., etc., son tantas y variadas que no sabemos que ruta tomar. Además, circulan por las redes todo tipo de opiniones de virólogos, científicos, expertos, decanos, químicos, médicos, etc. Todo esto, más lo anterior, es un exceso de información que lo único que produce es desinformación. Y llega el momento que cada uno toma sus propias decisiones porque no hay un faro al cual acercarse, no hay una voz que convoque, no hay una línea cierta para seguir.
Lo que aun no me explico es cómo ese hombre inteligente, habitante del tercer milenio, capaz de comunicarse en menos de un segundo a cualquier punto del planeta, de crear la vida humana a partir de un gen, de viajar a velocidades increíbles, de haber pisado la luna, no ha sido capaz de encontrar las fórmulas para evitar las enfermedades y las plagas. No es lógico. Lo que sí creo es que el hombre ha mirado al cielo deseando remontar un vuelo y llegar a las estrellas. ¿Hastiado de la tierra?
Alguien decía que con la realización de los viajes espaciales los seres humanos parecíamos navegantes en un mar que no conocemos. La aceptación de este misterio nos ha conducido a la creación de un nuevo pensamiento surgido de esta reflexión: el alcance de la humanidad debe exceder sus dominios. Si no ¿para qué es el cielo?
Muchos creen que el espacio y la astronáutica constituyen la gran aventura del milenio, una gran aventura que ya produce cambios notables e irreversibles en la vida de todos. Algunos piensan que la «República» de Platón puede hacerse realidad en el espacio; y que la frase de Descartes «Pienso, luego existo», describe más la conquista del hombre por el espacio que la del espacio por el hombre.
A este respecto, el futuro se muestra complaciente, si aceptamos los extraños cálculos del astrónomo Dinsmore Alter (1888-1968), y del canadiense Nathan Keyfitz (1913-2010), de que el género humano ha creado una línea existencial de cientos de miles de generaciones para dejar huella de su paso por el planeta. O sea, que hemos vivido cerca de 110 mil millones de personas desde el inicio de la historia humana. Cuando la primera mujer dio a luz se creó una línea interminable llamada “eternidad”. Y así ocurre con todas las madres. Todo es posible, pues, en el mundo del hombre, con tendencias explosivas en su desarrollo creativo y poblacional.
Los demógrafos ya se preguntan, quizás con cierta anticipación, ¿cómo se va a reproducir la humanidad fuera de su hogar natural que es la Tierra, cuando instale hogares en la Luna, por ejemplo, o en Marte o en Alfa-Centauro? Cuando llegue el momento, la humanidad terrestre, abuela decrépita envejecerá dulcemente hasta la agonía final, olvidada tal vez por sus hijos pródigos, dispersos por todo el espacio.
En tal caso, el espacio contiene una significación diferente. Ya no como una aventura técnica, ni como alarde de prestigio o como un gasto suntuario, sino como la estructura de pensamiento que le dará el verdadero sentido a la historia. La historia ya no como crecimiento lineal sino como mutación. Recordemos que, dentro de pocos años, el ser humano sabrá 300 veces más cosas de las que sabe ahora, aseguran varios científicos. Será la macro vida en toda su expresión de sabiduría.
Habrá nuevas fuentes de energía -probablemente la solar- para comenzar la colonización espacial. Se acelerará, sin duda, el dominio de la energía de los megatones. Será vital la localización del oxígeno y el agua. Y qué decir de la fabricación sintética de los alimentos o de la cura de enfermedades insospechadas.
Quizás el descubrimiento de América y la travesía de los grandes mares hayan preparado el advenimiento de la conciencia planetaria. Quizá nosotros, con nuestros afanes expansionistas a cuesta de lo que sea lo propiciamos. Quizá el ser humano, cansado de deambular en el mismo paisaje y sufrir las mismas congojas de las clases opresoras prefiere lanzarse al exterior en busca de nuevos soles y otros senderos por recorrer. Quizá en lo último de sus fuerzas, y hastiado de los grandes enemigos: la polución y la pérdida de valores en la raza humana, este hombre diminuto conquistador del planeta decida echar la mirada al cielo y lanzarse a colonizar la felicidad ¿con qué fin?…
Khalil Gibrán decía que la vida es la visión del infinito, de todas las posibilidades y realizaciones del amor y la hermandad. Puede ser.
Fundador de Notimex
Premio Nacional de Periodismo