Lucía es enfermera y los últimos meses estuvo en primera línea de atención a pacientes con COVID en la CDMX, así que había visto de todo… o eso pensaba hasta el martes 1 de diciembre cuando, por la tarde, su prima Karla, le llamó para pedirle de favor que le aplicara un medicamento experimental a Pancho, su tío, dado que se encontraba muy grave por COVID-19. Dicho medicamento, según Karla, había sido recetado por un médico militar y debía ser inyectado por un profesional de salud.
Asistió en apoyo de su familia y se encontró con que lo que deseaban suministrarle por intravenosa a Pancho era una solución de cloro recetada por una “maestra” reiki.
Lucía preguntó a los cuidadores de Pancho detalles del supuesto medicamento para poder especificar con qué materiales iba a trabajar y comenzó a notar algo sospechoso pues solo le decían que era “CDS”.
Lo más alarmante, fue que el doctor que atendía al paciente le indicó por teléfono que él no lo había recetado, sino que había visto a su familia tan decidida a continuar con “un experimento” que decidió hacerse a un lado. Fue en ese momento que Lucía ve por primera vez el frasco “recetado”, rotulado Mineral Milagroso y nota que la fecha de caducidad está escrita con pluma y los únicos membretes que tiene son de “peligro” “flamable”; lo inspecciona y no le queda duda: era cloro.
Lucía inmediatamente le exigió a Karla ver la supuesta receta donde venía por escrita la indicación, pero intentaban distraerla y convencerla de aplicarlo. “El doctor está de acuerdo en que se le inyecte el CDS que tenemos, el químico que trabaja con él lo revisó y dijo que no hay problema. (…) Me comenta que no puede expedir una carta, si lo que quiere la enferma es algo que le deslinde de responsabilidad, sus hijos [del enfermo] pueden hacerle una carta para que ellos asuman la responsabilidad”, le dijo Karla.
Lucía continuó negándose a la petición, les ofreció a sus familiares ayudarles a conseguir un espacio en hospital para su tío Pancho o tan solo que lo atendiera otro médico, pero ellos se ofendieron y comenzaron a agredirla por su “egoísmo” y “soberbia” argumentando que le importaba más su cédula que ayudar a su propia familia. Finalmente, tras ver que no llegaría a nada con ellos, solo le dio recomendaciones en base a su experiencia en hospitales al hijo del tío Pancho para que pudiera tener a su papá cómodo en casa.
Al siguiente día, Lucía fue a visitar al tío Pancho para llevarle comida, pero enseguida notó que su familia se comportaba sospechosa y no querían dejarla entrar al cuarto donde estaba el tío. En una distracción, Lucía aprovechó para verlo y se encontró con el tío en cama y el cloro en las venas. En shock, le preguntó al hijo de Pancho si al menos le había tomado los signos vitales o había seguido alguna de las recomendaciones que le había dado el día anterior; nada.
Lucía revisó rápidamente al tío Pancho, todos sus signos se encontraban en los límites más bajos, tenía taquicardia y era visiblemente notable que su diafragma estaba cansado. “Yo conozco como se ponen los pacientes graves de COVID, cuando están así que ya no pueden respirar ¡son horas tan prolongadas! se le tiene que entubar enseguida”, relata Lucía. Otra cosa que destaca, es que sus familiares tenían los recursos económicos para pagar un tratamiento en hospital privado, incluso todo lo que usaron para montar la estancia en el cuarto del tío era recién comprado; el recurrir al cloro no fue una alternativa ante la desesperación por la falta de dinero.
“Ver cómo agonizaba mi tío con todo el dolor que le causaron, sin poder respirar porque no quisieron darle los cuidados que necesitaba, me ha impactado más que cualquier otra cosa que haya visto antes. Llegue a mi casa a llorar por la impotencia y por saber que prefirieron inyectarle cloro en las venas a un enfermo agonizante que ni siquiera era consciente de que pasaba. En los hospitales vemos cosas terribles, pero al menos sabemos que estamos haciendo todo para ayudar a las personas”, cuenta Lucía.
Karla, la prima que sugirió el tratamiento en primer lugar, ha sido maestra de reiki y presuntas terapias holística, aunque ahora sus prácticas se extienden al diagnóstico de COVID a través de la carta astral y el consumo de cloro milagroso para sanar todo, pues como se enteró después de todo Lucía, antes del tío Pancho ya le habían dado cloro vía oral a su abuela y sus familiares juran que “le curó la artritis”. Sin embargo, la agonía del tío Pancho no se extendió por mucho y falleció la tarde del viernes 4 de diciembre, ninguno de los involucrados en el suministro intravenoso de cloro se ha pronunciado al respecto.