Coronavirus

¿Por qué no lo vimos venir? La cadena de errores que nos cambió la vida para siempre

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Aletia Molina

Día 30 de enero. La mujer de Carlos Martín, un gestor de empresas residente en Shanghái, lleva una semana diciendo que se quiere marchar a España. «Ella, que es china, veía la cosa muy mal aquí. Acababan de cerrar toda la provincia de Hubei y los chinos estaban realmente tensos». Carlos se lo piensa. «Ese día leo en el periódico que el embajador español sigue de vacaciones, luego me llama un amigo y me dice que acaba de aterrizar en Barajas. Me cuenta que le han hecho controles de temperatura al salir de China, que nadie se quitó la mascarilla en 13 horas de vuelo pero que al llegar a España… ni cuarentena, ni controles, ni protección… Nada. Cada uno por su lado. Nada más colgar, le mandé un mensaje a una persona de la embajada diciéndole que tenían que hacer algo, que tenían que tomar nota… Me di cuenta de que no se lo tomaban en serio».

Seguimos en el 30 de enero. Las autoridades italianas confirman dos casos de coronavirus, dos turistas chinos a quienes encuentran en estado grave en un hotel de Via Nazionale, en el corazón de Roma. Lo anuncia el propio primer ministro, Giuseppe Conte, en rueda de prensa. Pero nadie se lo toma demasiado en serio. Simone Aleandri, director de cine romano, intercambia chistes por WhatsApp con sus amigos al respecto. Le llega por varios grupos un vídeo en el que se ve cómo se llevan a los dos turistas chinos en una ambulancia. «Eccola là… lo sapevo… siamo fatti», se escucha con la tradicional socarronería romana. «No tenía ninguna gracia pero hacíamos bromas. Lo veíamos todo muy lejano. Me acuerdo que estaba montando un documental en mi estudio y me iban llegando memes sin parar. Luego salían científicos y virólogos por la tele diciendo que no había que alarmarse. No hacía falta. En mi entorno nadie lo estaba». Seguimos sin salir del 30 de enero. La Unión Europea convoca una reunión urgente del Comité de Seguridad Sanitaria para analizar la decisión de la OMS, que acaba de declarar el coronavirus una «emergencia de salud pública internacional». La mañana siguiente, día 31, los países que acuden no se muestran muy preocupados, le quitan hierro y aseguran que no es necesario tomar «contramedidas médicas» de prevención. Los técnicos de Bruselas interrogan a los participantes sobre si disponen de suficientes equipos de protección individual (EPI). Solo cuatro gobiernos admiten problemas en caso de emergencia. España no está entre ellos. Al día siguiente, el uno de febrero, el paciente cero italiano, Mattia Y. M., se infecta cenando con un amigo procedente de China. Las autoridades italianas sitúan ahí el inicio de la epidemia de Lombardía y Véneto.

En los días sucesivos, la preocupación de Carlos, en Shanghái, no para de aumentar. «Veo que en España dicen que no hacen falta mascarillas y no me lo puedo creer. Leo lo que ocurre en Italia y no me lo puedo creer. Veo que sale un tal Simón en la tele diciendo que no pasa nada cuando aquí los chinos están haciendo de todo lo posible para controlarlo, poniendo en riesgo su economía entera que tanto les ha costado levantar. Veo al personal sanitario en España atendiendo sin una mascarilla quirúrgica siquiera cuando aquí en Shaghái, que no hay apenas casos, los médicos, militares, policías, etcétera, van totalmente protegidos, con gafas, con máscaras de cara entera, con trajes…». En Roma, Simone empieza a inquietarse pero sigue pensando que el virus está aún muy lejos. «Ya estaba el problema de Codogno y de Vò, pero en Roma la vida seguía como siempre. En toda una semana, vi una sola mascarilla por la calle. No había angustia. Recuerdo salir a comprar libros de segunda mano con un amigo, tomar un vino, hablar con gente… Una tarde evité una cafetería donde hay muchos estudiantes para no estar rodeado de tanta gente y esos días me empecé a lavar algo más las manos… Pero eso es todo lo que hice. Salía en la tele Zingaretti (presidente del Partido Democrático Italiano) promocionando el ‘aperitivo antipánico’ en Milán para demostrar que no pasaba nada. Salió contagiado, por cierto». [Todas las cifras del coronavirus actualizadas] La última tarde que Simone cogió la moto, había muy poco tráfico en el Lungotevere. «Cuando llegué al estudio de grabación me di dos besos con el técnico, como siempre, pero nos quedamos un momento mirándonos con la duda. Ahí ya la atmósfera empezaba a ser más tensa. Me acuerdo que mi mujer quería ir a Bérgamo a ver a una amiga suya que es médico y le dije que mejor lo dejase para más adelante, por si acaso». Dos días después estaba con una mascarilla, haciendo cola frente a una máquina de tabaco, a dos metros de distancia del siguiente. «Muchos políticos seguían diciendo que era una barbaridad cerrar el país, que no había motivos. Y alrededor de esos días es cuando empecé a ver que en España y en el resto de países estaba pasando lo mismo. Llamé a un amigo de Madrid para advertirle. He pensado mucho en ello: por algún motivo psicológico, hasta que no lo tienes encima no te das cuenta. ¿Cómo es posible que haya sucedido lo mismo una y otra vez en todos los países?». ¿Por qué no lo vimos venir? ¿Qué falló? ¿Cómo es posible que de Milán a Nueva York pasando por Madrid o París hayamos cometido uno por uno los mismos errores? Preguntamos a epidemiólogos, médicos, políticos y expertos de varios países. Con una lupa más grande para el caso español, claro. ¿Conclusiones? Cuanto más se pone el foco en un país, más se ven las negligencias de las autoridades. Pero si se abre el foco a lo global, el asunto se complica. ¿Se puede frenar una pandemia de origen desconocido sin matar moscas a cañonazos los primeros días? Este es el relato de una historia con muchos errores y pocas soluciones sencillas. Contada en formato de historia oral.

Primer error: la chispa prende la pradera

Mónica Müller, médica argentina, autora del ensayo ‘Pandemia: virus y miedo’: Taiwán advirtió tempranamente al gobierno chino sobre los primeros casos de neumonía atípica provocada por el nuevo coronavirus. Dicen ahora que esa alarma fue silenciada. Si eso es cierto, claramente ese fue el primer gravísimo error. Si se hubieran controlado y aislado esos primeros casos, seguramente hubiera ocurrido lo que pasó con los brotes de SARS y de MERS, que se abortaron rápidamente y no se diseminaron sobre el resto del mundo. Luego, en muchos países se demoró la decisión de cerrar las fronteras y de cancelar los vuelos, lo que permitió una rápida expansión de la enfermedad. Laura Spinney, periodista británica, autora de ‘El jinete pálido. 1918: la epidemia que cambió el mundo’: Creo que nadie pensó entonces [cuando el virus brotó en China] que esto acabaría convirtiéndose en una pandemia. Claramente muchos países tardaron demasiado en actuar, incluso después de que quedara claro que tenía el potencial de globalizarse. Pero en un mundo en creciente aislamiento, la OMS no tiene los recursos suficientes para coordinar una respuesta global efectiva.

Estanislao Nistal Villán, virólogo y profesor de microbiología del CEU: Hablamos mucho de que los estados nación están en crisis y deberían reforzarse, pero a la hora de la verdad… la OMS no ha tenido la suficiente capacidad o liderazgo para liderar la situación. Al final, el estado/nación sigue siendo el referente, garante y último responsable en caso de catástrofe, con sus claroscuros. La propia OMS está muy condicionada por los gobiernos de los estados poderosos Con una respuesta global habría sido mucho más fácil pararlo. Una organización supranacional sanitaria independiente debe de hacer algo más que advertir de que hay un problema con precaución para no ofender a nadie.

Segundo error: incapaces de colaborar

José María Lasalle, ensayista y político: Ha fallado la cooperación. Somos víctimas de una pandemia global que carece de una gobernanza también global. El caso europeo es paradigmático. Tenemos un Centro Europeo de Prevención y Control de Enfermedades que supervisa el Sistema de Alerta y Respuesta Rápidas, y la Unión Europea no es competente en materia de salud, a pesar de que la libre circulación de personas ha hecho posible que en plena irrupción de la enfermedad existieran 250 vuelos diarios entre Italia y España. Miguel Sebastián, economista, profesor y exministro de Industria: Se reaccionó tarde porque la ‘medicina’ era el confinamiento, y los gobiernos se resistieron a aplicarla. Tampoco ayudó la minimización de la crisis de la OMS y algunos científicos. La OMS tendrá que explicar esto, además del cachondeo de las mascarillas, el ahora no hay que ponerlas, ahora sí hay que ponerlas.

Mónica Müller: Esta pandemia había sido anticipada con claridad pero parecía que nadie escuchaba. La OMS venía alertando desde hacía varios años sobre la aparición inminente de un nuevo virus capaz de infectar a grandes sectores de población en todo el mundo. José María Lasalle: Se minusvaloró porque no hay un soporte de evidencias y certezas que permita de antemano tomar decisiones ajustadas a la gravedad de la situación real. Las certezas que tenemos hoy no son las que teníamos hace un mes o hace tres meses. Basta ver las cifras que ofrece China y las que damos en Europa o EEUU para comprender que no se nos previno adecuadamente de lo que podía suceder.

Tercer error: Occidente, sin experiencia

Miguel Sebastián: Si China, un país con 1400 millones de personas, confina a toda la población por 2.000 casos en una ciudad, tenía que ser algo gordo necesariamente. ¿Qué hicimos en España cuando China construyó un hospital en diez días? Chistes sobre encargar a los chinos las obras de la ‘Sagrada Familia’. Estanislao Nistal Villán: Es lógico que Asia reaccionase mejor. Habían sufrido antes varios brotes pandémicos. El SARS 2003, el H5N1, la gripe aviar, la gripe del 2009… En China, Singapur y Japón se vivieron de manera muy intensa. Sus sistemas de salud están preparados para reaccionar rápidamente. También conocen las consecuencias económicas. Supieron retomar la normalidad, pero dejaron protocolos establecidos: llegada de médicos de otros lados, movilización de la facción sanitaria del ejército, una fuerza mucho más importante que en España en investigación y control sanitario. Aquí nada de eso ocurrió. Miguel Sebastián: En enero, los estudiantes chinos y coreanos de mi facultad ya iban con mascarillas a clase. ¿Seguro que las mascarillas no valían de nada salvo para los infectados? Estanislao Nistal Villán: Otro factor de peso es la concienciación de la sociedad. Los estudiantes asiáticos en Europa llevan mascarillas en otoño… No es porque crean que el aire tenga mucha polución. En España ir a trabajar enfermo está bien visto. Allí es una barbaridad. Miguel Sebastián: En China tardaron un par de semanas en darse cuenta de lo que se les venía encima. Pero lo peor fue el contagio a otros países de este «no darse cuenta». El coronavirus llegó luego a Italia, y en España lo seguimos viendo como un problema extranjero. Decíamos: «Italia, país de riesgo». ¡Si los que íbamos para país de riesgo éramos nosotros! 250.000 italianos visitaron España en enero y otros 250.000 en febrero. Era absurdo pensar que el coronavirus no llegaría a España. Imposible.

Cuarto error: España, a sus cosas

Miguel Ángel Díaz Ortiz, socio director de DISTINTIA, consultora especializada en el sector médico: ¿Qué hicieron las instituciones públicas y privadas, la sociedad española en su conjunto? Mirar a otro lado, considerarse inmunes y confiar en que la divina providencia nos salvaría de la pandemia, aunque ya daba muestras de su apetito de expansión. El ejército es una de las pocas estructuras de la Administración con capacidad estratégica, organizativa y logística. ¿Por qué no se ha utilizado para transportar productos sanitarios y de protección con un puente aéreo de China a España? Miquel Porta, catedrático de Epidemiología de la UAB; investigador del IMIM y en la NYU: Una cosa es reclamar demagógicamente una respuesta inmediata a un problema tan complejo y masivo, y otra pretender que no es posible hacerlo mejor: se podía haber respondido antes y mejor si hubiésemos tenido una mejor infraestructura de salud pública, que no es lo mismo que un mejor sistema asistencial (aunque este también tenga que mejorar). La infraestructura de salud pública empieza con un buen sistema de vigilancia epidemiológica y de respuesta rápida. En parte ya existe, pero es demasiado débil. En nuestras ciudades y comunidades autónomas, centenares de epidemiólogos están constantemente vigilando y controlando brotes epidémicos de menor impacto. Trabajando silenciosamente. José María Lasalle: A nivel social, ha fallado la incapacidad preventiva española de asumir la disciplina y la responsabilidad como pautas de conducta que no deben subordinarse a un estado de alarma para que se respeten masivamente.

Miguel Sebastián: España también reaccionó tarde porque arrastraba el caso de 2009, cuando compró 37 millones de vacunas de la gripe A, y luego no fue para tanto. Demasiado dinero gastado [266 millones de euros] en plena crisis. Algunos de los que gestionaron aquello repiten ahora en el Gobierno. Debieron pensar: No vamos a ponernos nerviosos como en 2009. Pasamos de la sobrerreacción a la infrarreacción. Estanislao Nistal Villán: Es divertido ver discutir ahora a los políticos. Por mucho que digan, ninguno hubiese hecho algo parecido a lo que hicieron los asiáticos. Aquí nadie se lo tomó en serio y nadie se habría adelantado. De hecho, la oposición criticó el alarmismo días antes de empezar a criticar lo contrario. Nadie se preocupó de pedir mascarillas, equipos… Cuando te encuentras el problema, reaccionas mirando a tus vecinos. Pero es también un peligro mirar, por ejemplo, a Alemania, con un sistema de salud más potente que el nuestro: más camas, más capacidad de contratar personal y de absorber los golpes que nosotros. Ellos se pueden permitir cierta relajación. Pero los países latinos son muy frágiles estructuralmente. No puedes afrontar el gasto de un sistema de salud robusto de la noche a la mañana.

Quinto error. Un sistema impreparado

Miquel Porta: No es cierto que nadie lo viera venir, había múltiples avisos racionales, razonados y razonables; había informes muy documentados. Pero me parece simplista y erróneo denunciar ahora que no hubo una respuesta inmediata a un problema tan complejo, masivo y con tantas implicaciones culturales y económicas. Durante esta pandemia muchos hemos desconectado de la política o el periodismo simplón y demagógico. Nuestra respuesta al coronavirus tuvo que ganarse primero un amplio apoyo social, que en Europa no se logra con procedimientos autoritarios. José María Lasalle: A nivel institucional, ha faltado una cultura sanitaria genéricamente basada en la coordinación sistémica. No se puede centralizar en el Estado una toma de decisiones en materia sanitaria si no se tiene capacidad para asumirla ni cultura de gestión que permita una coordinación eficaz. Un Estado no se improvisa sanitariamente si el sujeto que toma las decisiones es la comunidad autónoma y, dentro de ella, los hospitales de forma casi aislada. Miquel Porta: Lo que lleva mucho tiempo fallando es la infraestructura de salud pública. Barack Obama lo explicó hace cinco años en un discurso espectacular sobre control de pandemias. Breve, articulado, muy potente política y culturalmente. Hay que verlo. Los epidemiólogos llevamos muchos años pidiendo que se refuerce esa infraestructura. Pero instituciones muy poderosas han logrado que no se haga. Y los ciudadanos no lo han reclamado con suficiente insistencia. Los poderes financieros deben reconocer ya que lo inteligente y eficiente desde todos los puntos de vista, empezando por sus parámetros financieros, es invertir más y mejor en infraestructuras de salud pública.

Sexto error. El de todas las pandemias

Mónica Müller: Para decir que un sistema falló, primero había que creer que ese sistema era infalible. Y aunque la industria farmacéutica nos ha convencido de que sus logros nos protegen contra todos los males biológicos, lo cierto es que está muy lejos de constituir una protección sin fisuras. Desde los primeros días de nuestra existencia hemos estado expuestos a los gérmenes, y la ciencia solo puede correr detrás de ellos, nunca delante. Todos los años se producen entre 250.000 y 650.000 muertes en el mundo a causa de las gripes comunes, lo que da una idea precisa de nuestras precarias barreras defensivas contra los virus. Esa vulnerabilidad natural se agudiza frente a los microbios nuevos, contra los que no tenemos inmunidad y sobre los que los investigadores poseen escasa o ninguna información. La densidad y velocidad de conexión entre continentes diluyó las fronteras. Hoy somos para los virus una aldea habitada por ocho mil millones de tentadoras víctimas. Un germen que infectó a una persona en Asia solo necesita un cómodo viaje de doce horas para contagiar a una persona en Europa (sin contar a los 200 pasajeros que contagió durante el vuelo y que a su vez multiplicarán los casos una vez en tierra). La cantidad de contagios será variable según el virus. Se calcula que cada paciente de gripe común contagiará a entre 1 y 1.3 personas, y cada enfermo de SARS producirá entre 2.5 y 3 nuevos casos, lo que da una multiplicación geométrica de alcances pavorosos.

El nuevo coronavirus SARS Cov-2 tiene además la particularidad de que puede tardar hasta doce días en producir los primeros síntomas, lo que lo hace mucho más evasivo ante los controles. La suma de estos factores explica por qué fue prácticamente imposible contener su avance sobre distintos países y continentes. Laura Spinney: Siempre ha habido pandemias. Todavía no hemos descubierto el modo de frenarlas, tampoco podemos predecir cuándo ocurrirán o cómo de graves serán. Esto no significa que estemos indefensos. Podemos hacer más por reforzar nuestros sistemas de salud, por ejemplo, o por controlar los puntos de contacto entre animales y humanos donde brotan los nuevos virus. Deberíamos ser capaces, por tanto, de reducir la frecuencia y el impacto de las pandemias. La OMS y otras organizaciones llevan años aconsejando tomar este tipo de medidas. Quizás ahora les escuchemos… Mónica Müller: La experiencia de pandemias anteriores sí ha sido útil. En muchos países —no en todos— se han aplicado medidas de aislamiento personales y geográficas que en otras ocasiones no se tomaron, y se crearon rápidamente test de diagnóstico para aislar a los enfermos. Si a pesar del acatamiento a todas esas medidas los contagios siguieron circulando, no es debido a fallas en los sistemas de control, sino a algunos rasgos inesperados de comportamiento de este virus, como el largo tiempo de incubación, la gran cantidad de casos asintomáticos y la versatilidad de los síntomas. Lo verdaderamente sorprendente es que alguien se haya sorprendido por la aparición de este nuevo virus. Sería un milagro que la acción de los humanos como predadores, explotadores y contaminadores no produjera periódicos desequilibrios fatales entre las especies. Hay que recordar que los últimos brotes y epidemias graves fueron producidos por virus animales que saltaron la barrera de las especies y se hicieron infectivos para los humanos: HIV, zika, ébola, SARS, MERS, encefalopatía espongiforme bovina (EET), gripe aviar, gripe porcina y SARS CoV-2. Algo estamos haciendo muy mal para provocar la repetición de esa promiscuidad viral.

Fuente: https://www.elconfidencial.com//Reuters/ Ángel Villarino Carlos Prieto

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Aletia Molina