Hablar de maltrato, de acoso, de violencia son términos que parecen demasiado fuertes, por eso estamos acostumbrados a utilizar anglicismos o rebajar la importancia y magnitud de esta violencia
Son muchas las formas de expresar la violencia y de abordar su estudio. La raza humana, como otras muchas razas animales, suele necesitar reafirmar la supremacía y dominio sobre otras personas o miembros de su raza, ejerciendo diversas formas de violencia, control o dominio. Solo la cultura y la vida en sociedad parece que ha generado una serie de conductas y de pautas para canalizar esa violencia o necesidad de reafirmar la superioridad.
Pero si hay una cosa que llama la atención es la forma de referirnos a este tipo de conductas. Hablar de maltrato, de acoso, de violencia son términos que parecen demasiado fuertes, por eso estamos acostumbrados a utilizar anglicismos o rebajar la importancia y magnitud de esta violencia. Así utilizamos el término bullying cuando se quiere hablar del acoso escolar, se habla de mobbing para referirse al acoso en el ámbito laboral y reservamos los términos de violencia de género o maltrato a las personas mayores para abordar básicamente la misma conducta.
En el mundo animal, Darwin señaló la importancia que tiene para la supervivencia de las especies la ley de la selección natural, de manera que los mejores, los más fuertes, los más dotados siempre prevalecen y se imponen a los débiles, enfermizos y peor dotados. Parece que esta es una ley universal por lo que se refiere a la supervivencia de las especies. En el contexto de las sociedades, la longevidad, podríamos decir que es también un reflejo de la fortaleza frente a la enfermedad o las adversidades biológicas, ya sea por avances científicos como pueden ser las vacunas, los antibióticos o las cirugías diversas, a las menores condiciones alimenticias, sociales, laborales o económicas. Esta lucha por la supremacía y la supervivencia podríamos decir que forma parte de la genética y que es inherente a las programaciones genéticas.
Pero dejando esta visión biologista y refiriéndonos al tema de acoso en la sociedad, asistimos a discursos y planteamientos teóricos que reflejan perfectamente la conducta social. Si nos instalamos en una perspectiva del patriarcado, el resultado es el machismo, lo que viene a suponer la primacía y dominio del hombre sobre la mujer que queda supeditada a sus decisiones.
Pero no solo la cuestión de género es un campo propicio para la desigualdad. También en la sociedad asistimos en el mundo del trabajo, de una sociedad estratificada a situación de dominación: las clases adineradas dominan a las clases bajas, los amos a los esclavos, los directores a los del escalafón inferior. Si a ello se le añade la perspectiva de género el problema se agranda y se multiplica.
Mérito y capacidad son los principios que a nivel teórico se dice que deben prevalecer cuando se trata de contrataciones laborales, pero, en el fondo, sabemos que no siempre es así, primero porque el «mérito y capacidad», se alcanza cuando se está en igualdad de condiciones y es de sobra sabido que no todos los puestos se consiguen ni se mantienen desde la neutralidad.
En el mundo del trabajo, los casos de persecución, de acoso laboral también tienen muchas y diversas formas de expresarse: impedir la promoción laboral, no valorar-cuestionar el trabajo realizado, poner en conocimiento de otros compañeros datos, informaciones, vídeos, que dañan o atentan a la intimidad, imagen y honor de las personas, difundir rumores falsos… Es cierto que estos hechos son denunciables y que ya va existiendo legislación y conciencia social frente a estas prácticas, pero el problema como ocurre en otros ámbitos en los que existe violencia y /o maltrato psicológico está en la dificultad para demostrarlo y la tendencia de las empresas a minusvalorar estos hechos, reducirlos a simples diferencias, o a la debilidad emocional de la persona que lo sufre.
Por suerte, son muchas ya las empresas que van elaborando manuales de buenas prácticas y protocolos de actuación frente a este tipo de conductas de acoso, pero desgraciadamente el número de las empresas que resta importancia a este tipo de conductas es elevado.
Disponer de dichos protocolos es el primer paso, pero no es suficiente. Es preciso conocerlos, respetarlos y saber cuáles son los cauces de denuncia como las consecuencias y penas aplicables. No se trata solo de perseguir el delito sino también al que delinque, y no se trata de establecer penas ejemplares, sino simplemente penas proporcionadas a las características del daño causado, ya se trate de acoso laboral horizontal, vertical, estratégico o disciplinario.
¿Cuáles son los efectos de estas conductas acosadoras? Podríamos decir que el acosador obtiene el beneficio de reafirmar su dominación y fuerza, erigiéndose en un ser al que hay que respetar para no provocar sus iras y sus conductas agresivas. En el fondo es una forma de sobreponerse a la debilidad, inseguridad, complejos de inferioridad y falta de otras virtudes éticas y sociales, probablemente fruto de una mala socialización o de unas condiciones familiares deficitarias. Para la persona agredida o acosada los efectos a nivel psicológico y también somático, son la causa de muchas enfermedades, como el estrés, la depresión con efectos en el absentismo laboral o los despidos subsiguientes.
No vivimos en una sociedad perfecta, pero de nosotros depende el marcar los límites de la convivencia y la paz social. Y no olvidemos que lo que se aprende y forma parte de nuestras conductas, después es lo que se enseña o transmite a los hijos. Es cierto que la resiliencia es una forma de enfrentarse a los malos ejemplos y a los aprendizajes defectuoso. Frente a las víctimas habrá que enseñar a ser resilientes, pero ante todo deberemos construir sociedades habitables donde el insulto, la descalificación, el rechazo, la persecución y el abuso no lleguen a la categoría de noticia.
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