Antiguamente, bueno, es más, no hace más de una semana, se consideraba que la Oficina de la Presidencia de la República, tenía como propósito apoyar al Titular del Poder Ejecutivo Federal, conforme a sus facultades constitucionales, en la conducción responsable, democrática y participativa, en la transformación hacia una nación más justa, pacífica, democrática y soberana, así como a la generación de una economía cada vez más competitiva, a través de las diversas áreas de asesoría, apoyo técnico y despacho de los asuntos que encomendara el Titular del Ejecutivo Federal.
Para lo anterior, se apoyaba en las unidades administrativas de asesoría, apoyo técnico y de coordinación constituidas de acuerdo al Reglamento de la Oficina de la Presidencia de la República.
Dicha Oficina fungía como garante del propósito fundamental, para lograr que todos los mexicanos gozaran de los derechos establecidos en la Constitución Política, tratados internacionales y leyes, además de impulsar la transparencia y la rendición de cuentas, de conformidad con el artículo 134 Constitucional. A fin de incrementar la equidad y la igualdad de oportunidades, asumiendo una responsabilidad pública, económica y social. Por todo eso, la magnitud de su “simple” desaparición, es una señal de alarma.
Pero… Andrés Manuel López Obrador no necesita ese “recurso”, pues asegura, con la salida del Gabinete de Alfonso Romo Garza que, “Ya no vamos a tener esa oficina”.
Cuenta que se fue porque ya no quería estar en el gobierno, pero seguirá siendo su principal enlace con el sector privado… “me va a seguir ayudando sin ser funcionario y vamos a aprovechar para ahorrar, no cobraba, la mayoría de su equipo no cobraba”.
El presidente López Obrador pidió no caer en conjeturas o especulaciones sobre la salida de Romo del gabinete federal, pero, qué más que lo que salta a la vista, el Presi, se regodea y jacta de su popularidad y asume, que no necesita un apoyo como el que representa, representaba, la Oficina de la Presidencia, él, el Presidente, cree que se basta y sobra solo.
Durante los dos años transcurridos como mandatario electo, Andrés Manuel López Obrador ha expresado sin ambages y manifestado con hechos “contundentes” la manera en que ejerce el poder. Aquel accidentado proceso que culminó con la organización de una “consulta ciudadana” como método para decidir si continuaba o no la construcción del nuevo aeropuerto fue la prueba más elocuente del “carácter” de este gobierno. Ahí quedaron plasmados la esencia y el motor de la llamada Cuarta Transformación.
Acaso sin saberlo, el presidente de México es un ejemplo vivo de lo que Nietzsche llamó la voluntad de poder, que el pensador alemán consideraba la principal potencia del hombre: la ambición de cumplir sus deseos, la demostración de fuerza para enfrentar al mundo y ocupar el lugar al que aspira y cree merecer. Todas esas manifestaciones de la voluntad de poder constituyen un elemento fundamental en la personalidad de AMLO, quien manifiesta una obsesión y un embelesamiento ante el poder, así como un furor irrefrenable de ejercerlo.
A su discurso lo rebaten los hechos y las decisiones que él mismo ha tomado, muchas representan una burla a la ley y una ofensa a la inteligencia de los ciudadanos.
Si lo que López Obrador entiende por democracia participativa es todo esto que estamos viendo, está (con todo respeto) totalmente equivocado; pero si lo que está haciendo es utilizar ese concepto con fines de manipulación estaríamos ante lo que podría convertirse en una dictadura.
Las grandes expectativas que generó López Obrador empiezan a menguar y con lo que está gestando veladamente, no nos queda más que alzar la voz, mantener una férrea resistencia ante una dictadura que no merece este país.
Aletia Molina
@AletiaMolina