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Maradona: el futbolista más grande de la historia

Publicado por
Aletia Molina

Maradona nació el 30 de octubre de 1960 en Villa Fiorito, un pequeño y pobre pueblo de los suburbios de Buenos Aires, Argentina, como el quinto de ocho hermanos en una familia que dependía del trabajo de lanchero del padre.

Como su vida, los triunfos futbolísticos de Maradona tuvieron un grado de épica que lo convirtieron en héroe para dos pueblos íntimamente relacionados y particularmente dados a las pasiones intensas: el argentino y el napolitano.

Representando a ambas hinchadas fue que Maradona le expuso al mundo no solo una zurda superdotada, quizá irrepetible, sino también un carisma para materializar demandas históricas en poblaciones identificadas con la derrota y la exclusión.

Así fue como el «Pibe de Oro», el «Pelusa», el «Barrilete Cósmico», se convirtió en «D10S».

Maradona ganó muchas cosas importantes en el fútbol. En orden de relevancia: un Mundial de fútbol, dos ligas italianas, una copa de Europa, dos copas italianas, una supercopa italiana, una copa del Rey de España, una liga argentina y un Mundial juvenil, entre otras cosas.

Además, fue máximo anotador de la liga italiana, tres veces goleador del torneo argentino y enésimas veces premiado como «el mejor de la historia», «el mejor del siglo», «el mejor de las copas del Mundo».

Sus triunfos deportivos lo llevaron a ser embajador de la Unicef y la FIFA, «maestro inspirador de sueños» de la Universidad de Oxford y entrenador de equipos en México, Bielorrusia y Emiratos Árabes, entre otros, y de la selección argentina.

El talento de Maradona le dio al fútbol una creatividad inédita en los años 80: con una rapidez física y mental extraordinaria, con una motricidad fina impecable, el argentino de un 1,65m de altura ponía la pelota donde las leyes de la física no parecían aplicar.

Si no era futbolista, Maradona bien podría haber trabajado para un circo.

Sus victorias, además, solían contar con lo que en Argentina se conoce como «aguante»: un sentimiento de optimismo, valentía, casi atrevimiento, que daba con imágenes de Maradona sangrando, Maradona embarrado, Maradona lesionado. Pero celebrando.

Muchos jugadores en la historia del fútbol ganaron más cosas que él. Unos cuantos son considerados física y técnicamente mejores. El argentino, a veces por decisión propia, protagonizó presuntas rivalidades con los otros «mejores de la historia»: Pelé, Cruyff, Zidane, Ronaldo, Messi, etcétera.

Debates complejos y relativos, que en todo caso deben tener en cuenta lo siguiente: a diferencia de casi cualquier otro jugador superlativo, Maradona gestó hazañas simbólicas en el deporte más famoso del mundo que lo convirtieron en una figura extradeportiva, única o, como dicen los devotos de la Iglesia Maradoniana, divina.

Su hazaña más famosa fue en un partido de cuartos de final del Mundial de 1986 en México contra la selección de Inglaterra. Habían pasado cuatro años desde que el ejército británico derrotara al argentino en la guerra de las Malvinas/Falklands y, en el grandioso estadio Azteca, ante los ojos del mundo, Maradona les dio a los ingleses una dosis de picardía y otra de genialidad que los argentinos celebraron en nombre de los 700 compatriotas muertos en campo de batalla.

La picardía fue un gol con la mano que él mismo bautizó «la mano de Dios» y la genialidad, una corrida de 52 metros en 10 segundos con el balón al pie dejando ingleses por detrás que luego fue catalogada por la FIFA como «el gol del siglo».

Días después, Argentina ganó su segundo Mundial. Y Maradona se convirtió en el caudillo de un pueblo que, supone la narrativa, no se da por vencido.

Otra de las hazañas que definen el talante casi mitológico de Maradona ocurrió entre 1984 y 1990, los años que estuvo en el Nápoles, un equipo relativamente chico hasta entonces que, dice la leyenda, representaba a los italianos «pobres» y «negros» del sur en su histórica rivalidad con los italianos «ricos» y «blancos» del norte.

En papel de mesías, con cuatro títulos italianos y diversos partidos ganados entre tensión política a equipos de Milán y Turín, Maradona le dio a Nápoles la gloria que el sur no había conseguido en lo político, lo militar y lo económico tras 150 años de disputa.

Con ese antecedente, la selección argentina que lideraba Maradona llegó en 1990 a la final del Mundial de Italia, que se jugaba en Milán. El partido, precedido de provocadoras declaraciones de las partes, empezó con una sarta de insultos del capitán al público milanés durante los himnos y terminó con una victoria para Alemania en lo que él consideró un «fraude orquestado».

Fue en esa época que Maradona, afligido por lesiones y batallas legales con clubes y exparejas, reveló su otro talante. Su reacción a las críticas se hizo agresiva, retadora, parte de una supuesta conspiración en su contra. Su vida privada se volvió tema recurrente de los medios sensacionalistas. Y su rutina, un drama.

Sus hijos fuera del matrimonio, su adicción a las drogas, su salida del Mundial de 1994 por doping, sus peleas con sus hijas Dalma y Gianinna, su supuesto vínculo con la mafia napolitana, su peso, su tatuaje del «Che» Guevara, su amistad con Nicolás Maduro y Fidel Castro, su apoyo a Cristina Kirchner, su militancia peronista, sus cirugías plásticas y su estado de salud fueron, entre otras cosas, los elementos que moldearon la figura pública de Maradona tras su retiro de las canchas.

Como la mayoría de los símbolos de la nación argentina, el valor histórico de Diego Armando Maradona es, hasta hoy, objeto de un riguroso escrutinio público que alcanza meticulosos niveles de detalle y no permite grises, sino amores y odios.

El mundo se puede separar entre quienes vieron al Maradona de la cancha y los que no, ceñidos al protagonismo de sus escándalos. Siempre será para unos Dios y para otros Diablo. Cualquiera la opinión, se puede convenir que hablamos de algo más que el futbolista más grande de la historia.

Fuente: BBC

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Aletia Molina