Realmente es difícil de creer. Todas las condiciones de competencia política nacionales e internacionales están dadas: Donald Trump el jefe político de Andrés Manuel López Obrador, pierde las elecciones e incluso al día de hoy se niega a reconocerlas, desgastándose más y arrastrando con él al gobernante mexicano; el COVID en aumento llegando a un punto más alto que en marzo, cuándo existía un pánico mundial; Morena en absoluto rompimiento y eso que apenas llevan 2 años en el poder; descalificaciones y bandazos, chapulineo inverosímil tras las renuncias en el gabinete después de los peores números y resultados de fondo en diversos rubros, encabezando la seguridad, salud, economía, energía, medio ambiente y otros. Opacidad, desvíos sin precedente en alcaldías, Gobiernos y Secretarías; y así podemos seguir enumerando 100 puntos más.
Ana Gabriela Guevara y el probado desvío de recursos, Durazo y su demostrada incompetencia, Layda Sansores y el lacerante abandono de la alcaldía Álvaro Obregón desviando recursos a Campeche, Marcelo Ebrard y la justificación para no reconocer el triunfo de Biden, las presiones por recursos que vive día con día el Presidente de la República y su notoria desesperación, la deuda del país in crecendo, el absoluto descontrol y mal manejo de la pandemia, el declive total de la economía en la capital y en el resto del país, por ejemplo.
En cualquier otro tiempo, por menos de una sola de estas pifias la oposición hubiera capitalizado y estructurado una respuesta acorde a lo que demandan y anhelan los mexicanos de su gobierno. Hoy ante la tormenta perfecta, frase que acuñada por Agustín Carstens hace unos años previendo el conjunto de elementos económicos negativos en un sólo momento, literalmente nadie hace nada. Ni en política, ni en acción, ni en palabra. Nada es nada.
Desafortunadamente, las críticas y protestas sólo se reducen al twitter, facebook, memes o pláticas en corto. Políticos expertos graban análisis y opiniones desde la comodidad de su casa, con igual profundidad lo mismo comentan sobre las inundaciones en Tabasco, que del voto latino en EE.UU, de las mañaneras de AMLO o de el mezcal que tomaron cuándo perdieron las Chivas de Guadalajara, o cuándo su mascota se comió la nochebuena la navidad pasada y se enfermó.
La especialización de temas, o el análisis de fondo sencillamente se acabó, y fue sustituido por opinadores todólogos especialistas en manejo de cámaras de teléfonos y técnicas visuales para verse atractivos, interesantes, y enganchados con su audiencia. La iluminación, la pose, el uso de palabras, los temas de interés cotidiano y el día a día, es lo que importa.
Una combinación entre baby boomers y millenials para intentar llegar a la generación Z y la dependencia de la tecnología. Esta es la triste realidad que se vive en México.
No existe una sola alternativa seria que rompa con el modelo prevaleciente y que presente un proyecto serio de Nación. La creatividad y evolución se esfumaron. Necesitamos un cambio total, de pies a cabeza, y no es un asunto de edades, sino de generaciones. La generación actual y sus equipos ya dieron todo lo que podían dar. No hay vuelta atrás y evidentemente esto no va a cambiar hacia 2021, ni siquiera a mediano plazo.
Todos los dirigentes de la oposición deberían comprender y aceptar que la realidad los rebasó, y con humildad reconocer que simplemente no entendieron lo que ocurrió en 2018, ni tampoco leyeron el mensaje y la raíz del enojo y desprecio de los ciudadanos.
Insisten en disputar los votos al nuevo modelo político, precisamente con lo que más dañó su reputación: colocar en las posiciones de mayor importancia a hermanos, hijos, primos, tíos, parejas sentimentales, e incondicionales. Señalan la corrupción y no presentan ningún plan de atención a la pandemia, seguridad, economía o salud en general.
Es muy triste, pero es real.