Sigue siendo uno de los hechos más sorprendentes de la votación en Estados Unidos: mientras que con el voto popular se elige a los miembros del Congreso, alcaldes, gobernadores, legisladores estatales y algunos desconocidos funcionarios locales, el sufragio del pueblo no determina al ganador de la presidencia, el cargo más alto del país.
Esa importante decisión recae en última instancia en el Colegio Electoral. Cuando los estadounidenses emiten su voto, en realidad están votando por una lista de electores designados por los partidos políticos de su estado que se comprometen a apoyar al candidato de ese partido. (No siempre lo hacen).
Esto lleva a un intenso enfoque en los estados clave en disputa, ya que los candidatos buscan aumentar su ventaja electoral al apuntar a los estados que pueden ayudarles a alcanzar los 270 votos necesarios del total de 538 que hay en juego. El Colegio Electoral también inspira muchos escenarios hipotéticos, algunos de ellos más probables que otros.
Sí, y eso es lo que pasó en 2016: aunque Hillary Clinton ganó el voto popular nacional por casi tres millones de votos, Donald Trump obtuvo casi el 57 por ciento de los votos electorales, suficientes para conseguir la presidencia.
Lo mismo ocurrió en 2000. Aunque Al Gore ganó el voto popular, George W. Bush consiguió más votos electorales después de un recuento en Florida y una decisión de la Corte Suprema.
Y en 1888, Benjamin Harrison derrotó al presidente en funciones, Grover Cleveland, en el Colegio Electoral, a pesar de perder el voto popular. Cleveland se postuló de nuevo cuatro años después y volvió a ganar la Casa Blanca.
Otros presidentes que perdieron el voto popular pero ganaron la presidencia son John Quincy Adams y Rutherford B. Hayes en las elecciones de 1824 y 1876.
La Cámara de Representantes eligió a Adams en lugar de Andrew Jackson, quien ganó el voto popular pero solo una mayoría relativa del Colegio Electoral. Una comisión especial nombrada por la Cámara eligió a Hayes en lugar de Samuel J. Tilden, después de que se disputaron 20 votos electorales en Florida, Louisiana y Carolina del Sur.
El Colegio Electoral también ha concedido la presidencia a candidatos con una mayoría relativa del voto popular (menos del 50 por ciento) en varios casos, en particular Abraham Lincoln en 1860, John F. Kennedy en 1960 y Bill Clinton en 1992 y 1996.
Como ahora hay un número par de votos electorales, un empate es factible. Si eso ocurre en el Colegio Electoral, la decisión pasa a la recién creada Cámara de Representantes, y cada estado vota como una unidad.
Aunque no está detallado en la Constitución, cada delegación estatal votaría para elegir al candidato que apoyarían en conjunto y la pluralidad o mayoría relativa ganaría la batalla, dijo Akhil Reed Amar, profesor de derecho y ciencias políticas en la Universidad de Yale. Si hay un empate en la delegación de un estado, el voto de dicho estado no se contará. Un candidato presidencial necesita al menos 26 votos para ganar.
Actualmente, los republicanos controlan 26 delegaciones estatales, mientras que los demócratas controlan 22. Pensilvania está empatado entre representantes republicanos y demócratas, y Michigan tiene siete demócratas, seis republicanos y un independiente. Todo eso podría cambiar el 3 de noviembre, por supuesto, porque todos los escaños de la Cámara van a votarse en la elección.
La decisión sobre la vicepresidencia va al recién elegido Senado donde cada senador emite un voto. En última instancia, cualquier disputa sobre el procedimiento podría terminar en la Corte Suprema.
La gente los llama “electores infieles”. En 2016, siete electores —cinco demócratas y dos republicanos— rompieron sus promesas de votar por el nominado de su partido. Fue la mayor cantidad “electores infieles” de la historia. Votaron por candidatos que no estaban en la boleta: Bernie Sanders, Colin Powell y Ron Paul, entre otros. Su decisión no cambió el resultado.
La posibilidad de que los electores puedan cambiar sus posiciones ha sido muy debatida, tanto que la Corte Suprema dictaminó unánimemente en julio que los estados pueden exigir a los electores que cumplan su promesa de apoyar a un candidato específico.
Algunos académicos han dicho que no están totalmente de acuerdo con la decisión y argumentan que pone en peligro la libertad de los electores de tomar las decisiones que desean y que los electores suelen ser elegidos por su lealtad a un candidato o partido.
“Harán lo que han prometido si los candidatos hacen un buen trabajo de investigación y escogen a personas que sean sólidas como una roca”, dijo el profesor Amar.
Treinta y tres estados y el Distrito de Columbia tienen leyes que requieren que los electores voten por el candidato prometido. Algunos estados reemplazan a los electores y cancelan sus votos si rompen su promesa.
En otros estados existen ciertas penalidades. En Nuevo México, los electores pueden ser acusados de un delito grave si rompen su promesa y en Oklahoma un elector infiel podría enfrentarse a una acusación de delito menor.
El Colegio Electoral nació en la Convención Constitucional de 1787 en Filadelfia.
Los fundadores de la nación esperaban sofocar la formación de facciones y partidos políticos poderosos, y querían un mecanismo que no dependiera únicamente de las mayorías populares o del Congreso. A pesar del nombre, no es un colegio en el sentido educativo moderno, sino que se refiere a un collegium o grupo de colegas.
El sistema tuvo algunos resultados inusuales desde el principio, como se evidencia en la elección de 1800, un empate en el que Thomas Jefferson y Aaron Burr recibieron un número igual de votos electorales. El Congreso rompió el empate, y Jefferson se convirtió en presidente y Burr en vicepresidente. (Hasta la ratificación de la Décimosegunda Enmienda en 1804, el candidato con el segundo mayor número de votos electorales se convertía en vicepresidente).
Hoy, los electores se reúnen en sus respectivos estados el primer lunes después del segundo miércoles de diciembre —eso será el 14 de diciembre este año— para emitir votos separados para presidente y vicepresidente, siendo los elegidos los candidatos que reciben la mayoría de los votos.
Los electores son escogidos cada cuatro años en los meses previos al día de las elecciones por los partidos políticos de sus respectivos estados. Los procesos varían de un estado a otro, y algunos eligen a los electores durante las convenciones estatales republicana y demócrata. Algunos estados inscriben los nombres de los electores en la boleta de las elecciones generales.
El proceso de elección de los electores puede ser un “juego de iniciados”, dijo Kimberly Wehle, profesora de la Universidad de Baltimore y autora de What You Need to Know About Voting and Why. A menudo son legisladores estatales, líderes de partidos o donantes, dijo.
El número importante es 270. Hay un total de 538 votos electorales en juego en los 50 estados y Washington, D.C. El número total de votos electorales asignados a cada estado varía según la población, pero cada estado tiene al menos tres, y el Distrito de Columbia ha tenido tres electores desde 1961.
En la mayoría sí, y ayuda pensar en votar estado por estado, dijo Amar.
“Es como en el tenis”, dijo. “Es el número de sets que ganas y no el número de juegos o puntos que ganas. Tienes que ganar el set, y en nuestro sistema, tienes que ganar el estado”.
Dos excepciones son Maine y Nebraska, que dependen de los distritos del Congreso para repartir los votos electorales. El ganador del voto popular del estado obtiene dos votos electorales, y un voto se le otorga al ganador del voto popular en cada distrito del congreso.
Se argumenta que los estados con menor población están sobrerrepresentados en el Colegio Electoral, porque cada estado obtiene al menos tres electores independientemente de la población. En un claro ejemplo, el escasamente poblado Wyoming cuenta con tres votos y una población de unos 580.000 ciudadanos, lo que le da a sus votantes individuales mucha más influencia en las elecciones que sus millones de homólogos en estados densamente poblados como Florida, California y Nueva York. Y los ciudadanos estadounidenses que viven en territorios como Puerto Rico, Guam y las Islas Vírgenes no cuentan con un elector que los represente.
“Cuando se dice que el Colegio Electoral da forma a las elecciones, lo hace siempre porque destaca ciertos estados y no otros”, dijo Alexander Keyssar, profesor de historia y política social de la Universidad de Harvard.
Electoral, y las elecciones de 2016 hicieron que el debate volviera a la palestra. Incluso fue un tema de conversación entre los candidatos presidenciales demócratas en 2020.
La idea cuenta con apoyo público, pero enfrenta a una división partidista, ya que los republicanos se benefician actualmente de la influencia electoral de los estados rurales menos poblados.
Gallup informa que el 61 por ciento de los estadounidenses apoyan la abolición del Colegio Electoral en favor del voto popular. Sin embargo, ese apoyo difiere ampliamente en función de los partidos políticos, con el apoyo del 89 por ciento de los demócratas y solo el 23 por ciento de los republicanos.
Una ruta sería una enmienda constitucional, que requeriría la aprobación de dos tercios tanto de la Cámara como del Senado y la ratificación de los estados, o una convención constitucional convocada por dos tercios de las legislaturas estatales.
Algunos esperan reducir la importancia del Colegio Electoral sin una enmienda. Quince estados y el Distrito de Columbia, que juntos controlan 196 votos electorales, han firmado un pacto interestatal en el que se comprometen a conceder sus votos al ganador del voto popular nacional. Las leyes locales solo entrarán en vigor una vez que el pacto cuente con suficientes estados para totalizar 270 votos electorales.
Por último, un caso relacionado con las elecciones podría llegar a la Corte Suprema, lo que daría mayor importancia a la composición judicial del tribunal, dijo Wehle.
“Solo se necesitan cinco personas con mandato vitalicio para enmendar realmente esta Constitución a través de una opinión judicial”, dijo.
Fuente: https://www.nytimes.com/